sábado, 29 de enero de 2011

NACIMIENTO DEL ARTE MUDÉJAR


Comentaba hace poco, en este mismo medio, la buena atención que nos habían dedicado en el SIPA mediante la publicación en su revista “ARAGÓN Turístico y Monumental” de un artículo sobre la torre de Tauste, todo un honor dado el gran prestigio del que gozan tanto esta asociación como la revista que editan semestralmente.

En este caso, quiero comentar un nuevo artículo aparecido en el último número de dicha revista (que hace ya el nº 369), cuyo título es “San Pedro de Alagón” y del que es autor el arquitecto Javier Peña Gonzalvo. Y quiero comentarlo porque, aunque, aparentemente, según el título parezca que no tenga mucho que ver con nuestro pueblo, en realidad sí que lo tiene, y mucho. De hecho, hasta aparece una fotografía del conjunto de la torre e iglesia de Santa María ocupando buena parte de la página 34.

Para mi opinión, desarrolla una de las teorías más fascinantes de las que me he encontrado en relación con estos temas, y voy a explicar por qué.

Para las personas que tenemos cierto apego a nuestro pasado y a nuestro patrimonio (no hace falta tener amplios conocimientos en la materia, sólo cierta sensibilidad), la arquitectura mudéjar representa una faceta muy importante en todo ello, tanto desde el punto de vista patrimonial como, incluso, en su influencia en nuestras vidas. Incluso ahora, en ciertas ocasiones, seguimos aplicando en fachadas modelos de decoración que tienen su origen en aquel arte (arquerías de ladrillo, dibujos en ladrillo resaltado, azulejos, etc.), sencillamente porque nos siguen gustando. Sin embargo, nadie nos había explicado razonablemente de dónde viene todo eso. El único argumento que nos habían dado era que el arte mudéjar se limitaba a copiar unas técnicas constructivas utilizadas por los almohades que gobernaban en la actual Andalucía, algo totalmente insostenible tratándose de un reino como el de Aragón, que para entonces ya tenía en su haber más de dos siglos de cristianismo.

Pues bien. Aquí Javier Peña, bajo su perspectiva de arquitecto restaurador desde hace ya muchos años de la iglesia de Alagón, nos cuenta como nació allí el arte mudéjar, su intensa relación con Santa María de Tauste y San Pablo de Zaragoza y cómo estos tres templos pudieron constituir el punto de arranque de todo ese gran patrimonio mudéjar que hoy tenemos por todo Aragón y que goza del reconocimiento de la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

No os perdáis deteneros un momento en la observación del plano explicativo de la evolución de ese templo porque resulta muy interesante. En él aparecen, como primeras construcciones, la mezquita y el alminar (la torre que hoy aún existe) y se observa que, cuando los cristianos deciden que aquella construcción ya no es adecuada para su liturgia y pretenden un templo de tipología más “cristiana”, comienzan por adosarle un ábside. Para ello contratan a unos alarifes mudéjares y éstos, que dominaban las técnicas de la construcción zagrí, se enfrentan al problema de que es la primera vez que tienen que hacer unos ventanales, pues, en las mezquitas, bastaba con unas simples aberturas. Entonces copian el modelo que tienen más cercano, culturalmente hablando, que es el normando. Efectivamente, Javier Peña, en una de las primeras fases de restauración de esa iglesia, descubrió la existencia de dos grandes ventanales en el ábside, tripartitos, con arcos entrelazados, del estilo normando que entonces se desarrollaba en Nápoles y Sicilia, el cual, por otra parte, también tiene origen islámico. Algo muy sugestivo que, en Aragón, por lo visto, sólo se repite en otro ventanal del castillo de Alcañiz y para de contar, porque más adelante se darían cuenta de que ese tipo de grandes ventanales es muy bonito pero no apropiado para este clima. Basado en este hecho y en la circunstancia de que ese ábside, que es poligonal al exterior, resulta ser semicircular al interior (como el de Tauste y el de San Pablo), deduce su carácter románico y que, por tanto, su datación más lógica es anterior a la atribuida oficialmente, situando la de Alagón hacia 1200 y los otros dos ligeramente posteriores, pues ya presentan la tipología de ventanal más pequeño que luego se repetiría en el resto de las iglesias mudéjares de Aragón.

Por otra parte, nos revoluciona un poco la creencia de que los cristianos quisieron aprovechar generalmente los alminares para utilizarlos como campanarios, deseando sustituir sólo las mezquitas por las iglesias que hoy tenemos. Explica cómo la existencia de esa torre estorba sobremanera para continuar la construcción del templo y que, por tanto, seguramente cuando comenzaron a construir la iglesia mudéjar, sus intenciones para el alminar eran las mismas que para la mezquita: el derribo.

Por circunstancias diversas, esas obras son adelantadas por las que en la misma época se están realizando en Tauste y en San Pablo, pero en éstas ya han decidido que el alminar no se derriba de ninguna manera y que se adapta para el uso de campanario, hecho que probablemente pudo influir para que hicieran lo mismo en Alagón, salvando así a su alminar de la piqueta (hablamos del siglo XIII, no os perdáis) y quedando allí “mal situado” respecto de la iglesia a la que acompaña.

También quiero subrayar la defensa que hace acerca de la arquitectura de ladrillo, poniendo de manifiesto el error conceptual que se tiene de que ésta es pobre y que la rica es la de piedra. Apunta un ejemplo no falto de genialidad, diciendo que, según ese criterio, ciudades europeas tan importantes como Amsterdam, Tolosa o Ferrara serían pobres porque en ellas predomina el ladrillo, o, en el caso concreto de Aragón, Zaragoza también sería pobre, frente a Jaca o Alcañiz que serían ricas. Mira tú que contradicción. Simplemente se trata de que en cada lugar se construye con el material que se tiene más a mano.

Bueno, no quiero contar más, que, para abrir boca, ya vale. No os lo perdáis en http://www.siparagon.es/docs/Revistas/Revista26.pdf , a partir de la página 30.

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