miércoles, 10 de julio de 2019

SOBRE LA PROPAGACIÓN DE LA CULTURA ISLÁMICA DENTRO DE LA PENÍNSULA


Es muy frecuente la creencia de que, como los musulmanes entraron en la península ibérica por el sur (año 711), con ellos entró la cultura islámica y esta se fue extendiendo a medida que avanzaban hacia el norte. Realmente, se trata de algo impreciso.
En primer lugar, habría que decir que los musulmanes que llegaron fueron muy pocos en comparación con la población que aquí había. ¿Qué son 50.000 extranjeros en un sustrato de seis millones de población autóctona? (por dar una idea, pero tampoco se me queden con estas cifras como buenas, por favor). Lo que está claro es que debemos abandonar esa idea de que los "moros" españoles eran gente de piel cetrina y renegrida. Eran los descendientes de la población celtíbera de siempre.
Tras la última guerra civil entre las facciones visigodas (nos habían tenido así durante dos siglos y medio y sumidos en un declive lamentable y en la miseria más absoluta después de la caída de Roma), lo que vinieron a llenar aquellas gentes fue el vacío de poder en el que había quedado la antigua Hispania, llamados precisamente por el obispo Oppas de Sevilla para cargarse al rey don Rodrigo.
Otro mito: los árabes no fueron precisamente un pueblo culto, pero el mundo islámico que ellos extendieron sirvió de vehículo para que se propagara la cultura del lugar más avanzado del mundo por aquel entonces: el mundo oriental. El medio por el que se propagó fue principalmente el mar Mediterráneo y llegó hasta Zaragoza a través del Ebro, que entonces era navegable, en una sociedad eminentemente mercantil.
Córdoba llegó a ser la ciudad más esplendorosa de todo Occidente. La arquitectura que desarrolló estaba basada en la de Damasco, que era de donde procedían los Omeyas. Se relaciona a Alandalús con Andalucía pero realmente Alandalús era casi toda la península ibérica. Tan andalusí era Córdoba (Qurtuba) como Zaragoza (Saraqusta). Llegó a su mayor esplendor a finales del siglo X, pero después vino la decadencia y el califato se fue desmoronando. Fue entonces cuando aparecieron los reinos de taifas, esos que tan mala fama tienen ahora y a cuyos monarcas se les llama “reyezuelos”, aunque sobre este calificativo habría que hablar mucho.
Uno de los primeros territorios en independizarse fue Ath Thagr al-'Alà, la Marca Superior, que abarcaba casi todo el valle del Ebro, con una extensión que llegó a ser superior a la del actual Aragón y con Saraqusta como ciudad principal. Atraídos por la liberalidad de sus gobernantes, llegaron a estas tierras personajes de la élite cultural cordobesa que huían de la “fitna”, y también sabios del mundo oriental que traían la cultura del mundo persa. Hablar entonces de Bagdad era como ahora hablar de Nueva York, y el árabe era la lengua “guay”, como ahora lo es el inglés. Los sultanes saraqustíes dieron la espalda a Córdoba y se miraron en Bagdad, a donde se había trasladado el califato. En Ath-Thagr se desarrolló una arquitectura de ladrillo y yeso a imagen y semejanza de la arquitectura persa, donde abundaban los mismos materiales naturales (arcilla y yeso) y el paisaje era tan parecido a este: allí, grandes desiertos con oasis donde florecía la riqueza y la civilización, y aquí un gran desierto (todo el valle medio del Ebro), donde los oasis son lineales, es decir, los valles de los ríos que lo surcan y donde se cultivan ricos vergeles. Aquí hay, por ejemplo, médicos que operan de bocio y de cataratas, cauterizan el cáncer y practican la traqueotomía, mientras la Europa feudal sigue sumida en la oscuridad más absoluta y se quema en hogueras a quien se atreve a desarrollar técnicas curativas que no sean sangrías porque solo Dios puede curar.
En Alandalús se produjo un primer “Renacimento” siglos antes de que surgiera el Renacimiento italiano. Saraqusta vivió un siglo de oro que se vio truncado, primero por la llegada de los almorávides en 1110, y después por la conquista cristiana en 1118. Muchos de sus habitantes emigraron hacia el sur, y lo hicieron con todo su bagaje cultural.
Cuando visitamos el Patio del Yeso de los Reales Alcázares de Sevilla y nos acordamos de la Aljafería, pensamos que cuando hicieron esta tuvieron que copiar de Sevilla, pero hemos de ser conscientes de que la Aljafería se hizo en el siglo XI y ese patio, que es el más antiguo de los Reales Alcázares, en el XII. Buena parte de la arquitectura islámica andaluza debe mucho a la zagrí, la de Ath-Thagr.