lunes, 23 de enero de 2012

ALMINAR DE ALAGÓN



Imagen que aparece en un artículo titulado "Vivir en Alagón", Heraldo de Aragón, 22/01/2012.

Lo de "almenar", está claro que se trata de un error de escritura. Lo importante es que ya va saliendo, sin complejos, que es un ALMINAR ZAGRÍ DEL SIGLO XI y no una TORRE MUDÉJAR DEL SIGLO XIV.

Lo de "Alquiler con opción a compra", no hagáis caso, que no se refiere a la torre, sino un anuncio que aparece en la misma página.

sábado, 14 de enero de 2012

AZUARA Y TAUSTE


El sábado pasado, día 7 de enero, visité Azuara en compañía de Javier Peña y de José Miguel Pinilla. Antes de llegar, nos detuvimos un rato en las ruinas monumentales de Belchite y, también, en Almonacid de la Cuba, donde hay una impresionante presa romana. De manera que, antes de llegar, ya va meditando uno sobre cuántas cosas dignas de consideración tenemos en Aragón, totalmente desconocidas para los propios aragoneses (que para los de fuera ya, no digamos).

La visita que aquí cuento fue motivada por un artículo de José Miguel Pinilla acerca de una de las torres-contrafuerte de la Iglesia Parroquial de esa localidad, en la cual él había reparado por ser más “gorda” que las otras y por la discontinuidad ornamental que ofrece, llegando a la conclusión de que se trataba de un alminar del siglo XI. La publicación de dicho artículo despertó la curiosidad de algunos estudiosos azuarinos, entre ellos José Román Roche, por lo que se pusieron en contacto con él y tuvieron a amabilidad de invitarnos a conocer "in situ" el patrimonio de su pueblo.



VISTA DE AZUARA DESDE BELIGIOM


Nunca había estado en Azuara ni podía imaginar que en un pequeño pueblo como es ése, en una zona tan olvidada como es el Campo de Belchite (sólo famoso por la guerra civil, tristemente), hubiera un patrimonio tan rico. Tienen de todo:
- Restos de una importante ciudad celtibérica: Beligiom.
- Una villa romana fascinante: La Malena.
- Una ermita románica, la de San Nicolás, con unos frescos tardorrománicos impresionantes.
- Grandes tramos de la muralla andalusí.
- Una curiosísima ermita, la de San José, situada en lo alto de un cabezo, dominando toda la población, prototipo “congelado” de cómo tuvo que ser la evolución de muchas mezquitas de Zagr-Alandalús en su proceso de convertirse en iglesias cristianas.
- La Iglesia Parroquial de Nuestra Sra. de la Piedad, una imponente iglesia mudéjar, de la tipología de las llamadas “iglesias-fortaleza”, con el cuerpo bajo de lo que fue el alminar de la mezquita que antes hubo en aquel mismo solar.




ERMITA DE SAN JOSÉ



Además de un largo etcétera, donde me dejaría cosas, pero no quiero dejar de nombrar, dentro de su paisaje natural, el curioso trazado urbanístico y un centro de interpretación de la villa romana, donde uno puede pasar un buen rato, fascinado por la recreación de lo que allí hubo, transportado a la grandeza de los tiempos de aquel imperio.


El día se hizo cortísimo y quedaron muchas cosas en el aire. Gracias a la amabilidad del cura párroco, tuvimos ocasión de subir sobre las bóvedas de la iglesia y pudimos descubrir las pinturas mudéjares que decoraban la iglesia y que, indudablemente, se encuentran ocultas tras las capas de cal, pero que en uno de los paños se quedaron sin cubrir al hacer la ampliación barroca. Allí las tienen, los azuarinos.

Todo ello, gracias a unos anfitriones de mucha categoría: José Ángel Crespo, Javier Corzán, José Antonio Perena y Rubén López. Todo lo que diga sobre ellos será poco: jóvenes, avispados, preparados… y, sobre todo, entusiastas. Porque hay que ser muy entusiasta y tener mucho amor por su pueblo para hacer lo que estos chicos hacen, contra viento y marea, en una tierra como es ésta nuestra de Aragón, tan ruda y poco amable en estos menesteres.



MOSAICO DE LA MALENA


Y cuando uno se va de allí, conduciendo hacia casa, ya de noche bien entrada, entre curva y curva de la carreterica que, pasando por Fuendetodos y Jaulín, nos saca en Botorrita a la Autovía Mudéjar, con el fondo de la conversación entre Javier y José Miguel –maquinicas pensantes donde las haya, sacando conclusiones de todo lo visto a lo largo del día-, uno no puede evitar sentir cierta desazón por pertenecer a esta tierra.


Me explico. Desde el descubrimiento en 1988 de los restos arqueológicos de la Malena, el Departamento de Cultura y Turismo del Gobierno de Aragón patrocinó los trabajos arqueológicos para sacar todo aquello a la luz y respaldó toda una programación con actuaciones a corto, medio y largo plazo, dirigida a convertir el monumento en un objetivo cultural de primer orden que actuara como un elemento de desarrollo comarcal en el entorno de Azuara. Se creó el Centro de Interpretación que antes mencionaba, como foco de información y dinamización cultural, referente necesario para una aproximación al rico patrimonio histórico-artístico y arqueológico de Azuara, con unos bienes de primer orden, susceptibles de componer un producto cultural y turístico de altísima calidad.

Pues bien. Con todo ello y después de los años transcurridos, el turismo debería ser ya uno de los factores más importantes dentro de la economía del pueblo, si nos regimos por comparaciones con lo sucedido en otros lugares de España, donde han sabido rentabilizar ese turismo de interior de calidad, llegando a suponer un complemento imprescindible en el sostenimiento de los pueblos, superando, en muchos casos, a una agricultura que, aunque totalmente necesaria, se encuentra en decadencia. Sin embargo, en Azuara, con un patrimonio tan rico y atractivo, no ha ocurrido lo mismo. Ni parece que lleve camino de ello. ¿Por qué?.

Y uno, como decía, entre curva y curva de esa carretera, con la conversación entre los Gonzalvos de fondo, se va preguntando estas cosas, porque no es experto en estas materias. Supongo que será porque no ha habido una constancia en toda esa empresa, porque no habrá habido una planificación rigurosa, porque no se habrá seguido una disciplina lo suficientemente férrea para llevarla a cabo paso a paso, sin abandonar en ningún momento… no lo sé. Pero es como si uno se propusiera poner en marcha una industria donde el producto que se quiere vender es bueno, pero no se vende, y no se vende porque no se conoce, y no se conoce porque descuida su propio departamento comercial, y no mantiene un buen departamento comercial porque cuesta dinero, y no tiene ese dinero porque no vende.


Ahora me traigo el ejemplo a Tauste. Estos días se están organizando ya por El Patiaz las XIII Jornadas sobre la Historia de Tauste. La charla del día 16 corre a cargo de Carolina Izquierdo, con un trabajo que ganó la beca de 2010 sobre el desarrollo turístico de la villa de Tauste. De entre todos los trabajos presentados, el jurado estimó en su día que debía ser ése el merecedor de dicha beca por la rigurosidad de sus planteamientos y amplitud de objetivos, con unas estrategias claras y unos beneficios inmediatos de todo tipo (económico, cultural, ambiental, humano, etc.), derivados de la consecución de ese Proyecto, en caso de llevarse a cabo. Para ello es necesario hacerlo viable y competitivo mediante una planificación estratégica, que es la que desarrolla la autora a lo largo de ese Proyecto. Sabemos que no es fácil gestionar algo así en plena crisis, pero, precisamente es en los tiempos difíciles cuando más necesario se hace el desarrollo de nuevas ideas y aprovechar las nuevas tendencias…, y Tauste no debe perder esta oportunidad.

Pero, visto lo visto en Azuara, con un patrimonio mucho más rico que el nuestro… ¡qué miedo me da! ¿Quedará también en agua de borrajas?. ¿Estaremos trabajando para nada?. En El Patiaz hay gente muy entusiasta y preparada, pero no olvidemos que El Patiaz es una asociación cultural que demasiado hace con la labor que desarrolla y que la puesta en marcha de iniciativas de semejante envergadura tiene que ser llevada a cabo desde otros estamentos, con un seguimiento riguroso y una constancia a prueba de bombas.


Capacidad, tanto humana como en otros aspectos, la tenemos sobrada en Tauste (cuando queremos). De eso no me cabe duda, pero, de lo que sí me cabe es de si la sabremos administrar y encaminar positivamente, porque, además, el camino es largo y difícil, y que a lo largo del mismo no queden fracasos provocados por esas mezquindades que tantas veces denigran al ser humano.


Volviendo a lo de Azuara, mis más sinceras felicitaciones para José Ángel, Javier, Rubén y José Antonio. También para José Román, que, aunque no tuvimos oportunidad de conocernos personalmente ese día, seguro que habrá más ocasiones. Recuerdo que me mostraron su interés por venir a conocer nuestro fabuloso alminar tahustí. Sabéis que podéis venir cuando os plazca y que, aunque no será fácil resultar tan buenos anfitriones como lo fuisteis con nosotros, os aseguro que lo intentaremos.


Por cierto, tienen una asociación cultural llamada “Zauril”, que significa lo mismo que aquí “zaurín” o persona inquieta. Nombre muy apropiado.


No dejéis de ser como sois, que, de verdad, merece la pena.

lunes, 2 de enero de 2012

ZACARÍAS PELLICER

Nunca se me ocurrió llamarle “Zacarías”, y mucho menos “tío”. Cuando le acompañaba, si alguien se refería a mí como “su sobrino”, se apresuraba a puntualizar diciendo “sobrino de mi mujer”, apoyando la frase con el dedo índice en alto y esa sonrisa picarona tan característica suya. Para mí y para todos los que le conocíamos desde antes de su dedicación completa a la escultura siempre fue Manolo. Manuel Alegre. Lo de Zacarías lo sacó a la luz cuando se introdujo de lleno en el mundo del arte; su segundo nombre con su segundo apellido: Zacarías Pellicer.

Era de las pocas personas a las que podías acudir cuando te acuciaba un problema de ésos que te hacen ver todo negro y a los que no encuentras solución posible. Entrabas en su taller gritando ¡Manolo!, para anunciarle tu visita, y él te respondía con cualquier ocurrencia suya, obsequiándote seguidamente con alguna fruta que tuviera por allí (“ya verás qué manzanas más ricas, me las han regalado esta mañana” –verbigracia-, y lo hacía sin dejarte la más mínima opción a rechazarla). Nunca te preguntaba por el motivo de tu visita y se ponía a explicarte en qué estaba trabajando en ese momento y sus proyectos más inmediatos, que siempre eran de lo más arrollador, reflejo de su personalidad. Sólo cuando ya te encontrabas familiarizado con su espacio y te habías acomodado en el lugar apetecido, volvía a su labor de transformar, como sólo él sabía hacerlo, aquellas maderas de boj del Pirineo, aquellas maderas viejas de roble rescatadas de las aguas de Yesa, aquellos estaños y aquellos plomos, en auténticas obras de arte. Entonces era cuando tú, entre mordisco y mordisco a aquella manzana, empezabas a desgranar tu problema. Aunque se tratara del problema más oscuro y escabroso, con él resultaba siempre fácil. Te escuchaba sin interrumpirte y sin abandonar su tarea, pero sus gestos, sus asentimientos, algún monosílabo y alguna pequeña interrupción o cambio de ritmo en su incesante actividad, te hacían estar seguro en todo momento de que estaba captando todo lo que tú tratabas de transmitirle, incluso más allá de tus palabras, por desastrosa que resultara tu exposición. Cuando habías acabado, dejaba todo lentamente y te hacía algún comentario que nada tenía que ver con lo que tú habías ido a contarle, sino con su obra, lo cual, te creaba cierta desazón, pues llegabas a dudar de si habías estado hablándole a él o a la madera que estaba transformando. Acaso después te hacía salir de su taller y montar en el coche para llevarte a ver cualquier cosa, por ejemplo, la luz del atardecer o unos juncos junto a una charca. Allí te hablaba de las cualidades de ese junco en cuestión, que, cuando soplaba el cierzo, no oponía resistencia alguna y se doblegaba con total flexibilidad, hasta el suelo, si era preciso, pero el cierzo no duraría siempre y ese junco mantendría intacta la flexibilidad que le había posibilitado doblarse sin llegar a romper y que ahora le permitiría enderezarse de nuevo y recuperar su tiesura inicial. Después podías regresar con él a su taller y ser sometido a un interrogatorio acerca de qué te sugería tal o cual forma de alguna de sus nuevas creaciones, a lo cual nunca sabías exactamente qué responder, o, mejor dicho, qué deberías responder para no quedar como un cretino en ese divertido reto intelectual, donde él, naturalmente, siempre jugaba con ventaja. Sólo él sabía interpretar el verdadero significado de su obra, porque para eso era su creador, y, a veces ni él mismo, porque llegaba a ser algo tan sublime que hasta a él mismo le superaba.

El caso es que te ibas a casa con tu problema sin resolver, por supuesto, pero con la sensación de que, lo que antes te parecía una montaña, ahora se había quedado reducido a un cabecico pequeño. Tal era su capacidad para aplicar el bálsamo con la fórmula adecuada a cada momento.


También él te transmitía a veces sus miedos más profundos, sus temores, sus preocupaciones..., pero siempre lo hacía mediante expresiones que aparentemente nada tenían que ver con lo que verdaderamente quería contarte. Entonces, tú te hacías cargo de la dificultad humana para afrontar de cara esos terribles fantasmas, en cierta forma te sentías identificado con él y respondías con otras frases que también parecían inconexas con todo, porque sentías que entonces tenías que ser tú quien buscaras la fórmula del bálsamo que él necesitaba y no podías romper ese encantamiento. Vamos, aparentemente, un diálogo de pirados que podía durar horas y horas. Pero subyacía un hilo conductor, un entendimiento espiritual que iba mucho más allá de las palabras.


Recuerdo que, en cierta ocasión, me habló de Picasso como un señor con una personalidad tan fuerte que, cuando alguien le visitaba, le resultaba difícil darle la espalda en el momento de la despedida, de manera que se marchaba caminando hacia atrás, casi en actitud de servilismo. Con él no se daba ese tipo de reverencia, pero reconozco que nunca encontrabas el momento de marcharte. La última vez que experimenté esa sensación fue en el cementerio, una vez acabada su inhumación. En lugar de arrancar cada uno a lo suyo, como suele ser habitual, allí nos encontrábamos todos, charrando en grupillos, junto a su recién estrenado “aposento”, sin prisa por marcharnos a casa, envueltos todavía por esa magia que siempre emanaba de él.

Los que tuvimos la ventura de tenerle cerca, de pasar muchas horas conversando con él, de verle trabajar, de escuchar sus proyectos y de tratar de echar una mano para hacer posible que salieran adelante, fuimos testigos de las muchas veces que pudo triunfar en este mundo material y no lo hizo. Quizá no se atrevió a enfrentarse a ese vértigo que producen el éxito y la fama, pero, posiblemente, la verdadera explicación vaya mucho más allá. Sus obras eran para él lo más importante de toda su vida, incluso más que sí mismo, y le costaba mucho desprenderse de cualquiera de ellas. Por eso vendió poco, y, cada vez que lo hacía, era como una especie de mutilación que él experimentaba. Suponía pasar de un plano tremendamente afectivo a otro totalmente frío y material, donde se imponía un ejercicio tan oprobioso como el de poner precio a algo que no lo tenía. Y ahí estaba la principal dificultad, pues para él nunca podía haber un precio justo, de igual forma que para el común de los mortales tampoco lo puede haber si alguien viene a comprarnos un hijo nuestro.


Es reconocido como uno de los mejores escultores aragoneses de las últimas décadas y tenemos la suerte de que ha legado intacta casi toda su producción artística, la obra de toda una vida de este hombre inquieto, controvertido e incansable.

Ahora nos queda la obligación de asumir ese legado como su acto más generoso, que, indudablemente, irá mucho más allá de lo que él fue. Ojalá tengamos la lucidez suficiente para saber gestionarlo de forma que pase a ser un activo importante en el haber de su pueblo, de nuestro pueblo, de no dejarlo escapar. De no ser así, podríamos correr el riesgo de que se nos vaya a otras tierras con las que él, a lo largo de su vida, estuvo también muy vinculado, y es algo que Tauste no puede perder.