martes, 17 de diciembre de 2013

OTRAS CURIOSIDADES SOBRE EL DESEMBARCO "MUSULMÁN"

En el artículo anterior, titulado “El desembarco de Alah”, quedaba clara la gran diferencia de concepto entre la idea que siempre hemos tenido de la llegada de los musulmanes a España y lo que pudo ser la pura realidad, bien distinta, como algo mucho más lógico y asumible.
Todo había empezado por una trama para derrocar al rey don Rodrigo por sus enemigos, los witizanos (también visigodos), y con la intervención necesaria de la Iglesia Católica, fundamental para que aquel hecho que resultaría trascendental, no sólo para la historia de España, sino de toda Europa, pudiera consumarse mediante un paseo triunfal de apenas tres años a lo largo y ancho de nuestra geografía.
Quedaba claro que no se trató, pues, de una invasión masiva de gentes que vinieran a colonizar la Península, sino de un cambio de gobierno y de sistema social por el cual se pasó de una sociedad esclavista, heredada del Imperio Romano, a otra mucho más avanzada. En la sociedad esclavista, la población no tenía ningún aliciente por mejorar, porque sabían que no podían aspirar a mucho más allá de la supervivencia, y los señores propietarios eran ya demasiado poderosos como para plantearse otras formas de creación de riqueza. La creación de un estado llamado Alandalús, ocupando casi toda la Península Ibérica, adscrito a Dar al-Islam (la tierra del Islam), supuso la implantación de un sistema de ciudadanos libres donde la relación entre éstos y el Estado era a través de impuestos. Se desarrollaron las ciudades como modelo social, con todos los servicios que no podían disfrutarse en el medio rural, en las que fueron proliferando las pequeñas burguesías (artesanía y comercio). Todo ello supuso la monetarización de la sociedad y un adelantadísimo avance de los tiempos modernos.
Mientras, en el resto de Europa se imponía el feudalismo, sistema que también supuso un gran impulso, pues en él, la relación entre vasallos y señores era a base de ceder parte de la producción, pero al menos uno sabía que, cuanto más produjera, aunque el señor se llevaba más cantidad, también a él le quedaba más, por lo que ya tenía cierto aliciente para crear riqueza y excedentes. Era un gran paso sobre el modelo esclavista anterior, pero muy a la zaga del de Alandalús, pues el sistema feudal era mucho más rural y las ciudades tardaron mucho más tiempo en desarrollarse como tales.
No hace falta ser muy lince para darse cuenta del progreso que supuso –en aquel entonces- la islamización de Alandalús y de lo que a lo largo de los siglos se iría filtrando desde este país hacia el resto de Europa, en todos los campos. Lo que ocurre es que la historia tradicional española se ha encargado de ocultarlo, al principio interesadamente (cuando todo esto se barrió con las quemas de libros, la expulsión de los moriscos y la acción de la Inquisición) y después porque quedó definitivamente instaurado el silencio y el olvido de todo aquello. Ejemplo de ello es lo que conté en otro artículo titulado “Los otros españoles” , donde exponía el caso significativo de la fachada de la Biblioteca Nacional de Madrid, donde se hallan estatuas y medallones de los sabios más destacados que ha habido en nuestro país, pero que hay un lapsus desde San Isidoro de Sevilla (año 636) hasta Alfonso X el Sabio (1248) del que no hay ningún personaje, cuando realmente los hubo muy notables en todas las disciplinas, tanto que si entonces hubiera existido el famoso “Informe Pisa” habríamos estado los primeros en el ranking con diferencia (no como ahora). El único delito de aquellos ilustres señores fue llamarse Ibn Hayyan, Ibn Al-Arabí, Abul Qasim Al-Zahrauí o Ibn Bayyah “Avempace”, por ejemplo, en lugar de haberse llamado Paco, Manolo o Sebastián, también por ejemplo, y lo más curioso es que muchas de sus obras están traducidas al francés o al inglés y al español no, habiendo sido españoles más de pura cepa que muchos de nosotros. Y así es como hemos ido haciendo, desde hace siglos, un país complejo, lleno de complejos, donde la bondad del otro la valoro en la medida en que más parezca a mí y si es diferente ya es malo, donde la seguridad de unos se basa en la exclusión de los otros y donde la exhibición de un himno o una bandera automáticamente supone una agresión hacia el otro en lugar de un acto de unión, como en cualquier otro país “normal”.
Bueno, pues volviendo a lo que estábamos, la curiosidad que voy a contar aquí a propósito de la entrada del Islam en nuestra tierra en el año 711 mediante la incursión de un ejército es la siguiente (atención que tiene miga):
Parece ser (y así lo afirman las corrientes más modernas de algunos historiadores y arabistas) que en aquel ejército islámico compuesto por bereberes mayoritariamente cristianos, también había elementos paramilitares visigodos, renegados vándalos, suevos y alanos, mercenarios bizantinos y hasta judíos expulsados y asentados en el norte de África, que no dudaron en cruzar el charco y volver, rabiosos, a sus tierras en cuanto pudieron, llevándose por delante a las desorganizadas huestes de don Rodrigo, y de paso al sistema que les había hecho emigrar a ellos, con el beneplácito de distintos sectores sociales.“Quienquiera que entrase en la Península Ibérica ni era musulmán ni hablaba árabe", afirmaba el arabista González Ferrín. Incluso casi dos siglos después todavía quedaba mucha gente en Alandalús que no tenía conocimiento de “un nefando profeta llamado Mahoma” (como lo llamó el futuro mártir Eulogio de Córdoba en el año 850).
Ante estas cosas, llega a ser casi irritante la falta de respuesta por parte de los historiadores, donde se echa de menos una mayor inquietud, más allá de que la mentalidad de sólo investigar si se es remunerado (mentalidad que no todos ellos comparten, afortunadamente). Me refiero a que, puestos en este dilema, alguna explicación tendrá el hecho de que en Tauste, ya a mediados del siglo VIII, se estuviera enterrando a la gente con el rito islámico (prueba de un sentimiento profundamente religioso), así como también en Pamplona, mientras en el resto de la Península o no se han datado todavía o son más tardíos. También, según la tradición, la primera mezquita que se fundó de nueva planta en toda la Península no fue precisamente en el sur, como cabría suponer, sino, nada más y nada menos que la de Zaragoza (antes que la de Cordoba, sí), así como la primera ciudad fundada por los árabes en España fue precisamente Calatayud.

Uno puede sospechar que, debido a la condición de frontera o lo que fuese, se instauró aquí desde el primer momento una islamización más pura que en el resto de la Península, como también que fue ésta la cuna de todo un acervo, cultural en general y arquitectónico (zagrí) en particular, que luego se irradiaría hacia el sur, y no del sur hacia el norte, como siempre se ha pensado.

jueves, 5 de diciembre de 2013

EL DESEMBARCO DE ALAH

Los musulmanes eran unas gentes muy malas que invadieron España por la fuerza y en tan sólo tres años consiguieron asentarse en nuestro territorio, desplazando hacia el norte a los buenos cristianos de nuestra patria. Éstos, desde las montañas, se organizaron e iniciaron la Reconquista, una lucha de ocho siglos mediante la cual fueron recuperando la propiedad y el gobierno de lo que nunca debieron haber perdido.

Ésta es la versión que aprendimos en la escuela de pequeños y, el otro día, le contaba yo a un amigo una pequeña síntesis de la versión que de toda esta historia capté hace unos meses en la lectura de la novela histórica titulada “El desembarco de Alah”, de Lorenzo Mediano. Mi amigo, al escucharla, me sugirió que la contara en este blog y “de paso –me dijo- le das un poco de vidilla, que nos tienes un poco abandonados a tus seguidores”.
Así es que, haciéndole caso y advirtiendo de las imprecisiones que puedo cometer por los meses transcurridos desde que la leí, me dispongo a ello. Animo a leer esta novela a todo el que quiera conocer esta versión de primera mano, pues se trata de una obra muy amena, rica en intrigas y que goza de muy buena crítica, sobre todo en lo referente al rigor histórico. Lo que voy a tratar de contar aquí no son sino unas pinceladas de interpretación de unos hechos que comenzaron allá por el año 711.
Resulta que España (la vieja Hispania romana) estaba regida por los visigodos, una aristocracia minoritaria que ocupaba totalmente el ejército y el gobierno de la nación. Los hispanos, aquellos descendientes de los antiguos iberos y celtas que tan bravos y peleones habían sido, hacía tiempo que se habían olvidado de la espada –ni ganas que les quedaban- y bastante tenían con cumplir su pacto: trabajar para malvivir ellos mismos y mantener a la altiva clase aristocrática.
El sistema de gobierno era una monarquía no hereditaria, de modo que era frecuente que, cada vez que moría un rey (muchas veces asesinado poco tiempo después de ser nombrado), se producía una guerra civil para su sucesión. Los paganos siempre los mismos: el pueblo llano.
En esas estaban en los albores del siglo VIII. Había muerto el rey Witiza y don Rodrigo se había hecho con la corona usando medios coercitivos (por llamarlos de alguna manera). Los witizanos no se conformaron y se armó una nueva guerra civil. Entre éstos se encontraba el hermano de Witiza, Oppas, obispo de Sevilla, quien, para asegurarse la victoria, se puso en contacto con Musa ibn Nusayr, gobernador del norte de África, tierras de las que el Islam se había apoderado recientemente y que bastante le estaba costando pacificar porque estaban habitadas, en parte, por los bereberes, gentes indomables, en su mayoría de religión cristiana. El Islam, por aquel entonces, estaba en plena expansión, regido por el califa Walid, con sede en Damasco, quien había hecho un pacto de no agresión con los visigodos, pues no era cosa de lanzarse a mayores conquistas sin afianzar las más recientes.
En esas estaban cuando el obispo católico Oppas pidió ayuda militar a Musa ibn Nusayr, prometiéndole una sustanciosa cantidad de dinero que, cómo no, iban a pagar los judíos españoles. Éstos lo ponían a gusto, claro que sí, porque los visigodos los tenían muy, pero que muy puteados, y veían en el Islam cierto aire fresco de tolerancia y seguridad. Entre otras cosas contaré (y no mucho más, sólo para poner la miel en los labios y animar a que lean esta fascinante novela) que habían llegado hasta el punto de arrancarles a los hijos pequeños de sus hogares para darlos en adopción a familias cristianas, con el argumento de que así salvaban las almas de aquellos pequeños, a quienes luego esclavizaban y explotaban sin ningún escrúpulo. Así se comprende que el judío que tuviera dinero lo entregara bien a gusto a la causa de derrocar a aquellos “simpáticos” visigodos que ostentaban el poder de la vieja Hispania. Cuenta la reflexión de un viejo judío toledano, quien, en su amargura, piensa que en el siglo I, en su tierra de origen, cuando estaban sometidos a la opresión del Imperio Romano, cada año surgían varios mesías que encabezaban revueltas bajo la consigna de que eran enviados de Dios para salvar a su pueblo elegido. Casi todos ellos eran capturados y crucificados, y de cada una de aquellas movidas surgía una secta del judaísmo, que, al final, acababan enfrentándose unas con otras, tratando de arrogarse cada una de ellas la verdadera autenticidad. Todas iguales, menos una –reflexionaba aquel viejo judío de la novela-, que, en lugar de limitarse como las otras a predicar su ideología dentro del ámbito hebreo (como manda su religión troncal), después de muerto su líder, surgió otro más ambicioso (¿San Pablo?) que dijo que de aquello nada, que de lo que se trataba era de extender la doctrina a todo el mundo, y que si había que comer cerdo para que su secta fuera más asequible a las gentes, pues se comía cerdo, que no pasaba nada, y que si había que hacer algún guiño al politeísmo romano para calar mejor en la sociedad, pues se inventaba aquello de que Dios era Uno pero también Tres, y que para eso se inventaban eso de los santos, para ir suplantando a cada dios pagano por cada uno de éstos. Claro está, son los pensamientos de un judío del siglo VIII.
Pero a lo que vamos. A Musa ibn Nusayr se le plantea el dilema de que su jefe el califa le tiene dicho que a los visigodos hispanos ni tocarlos (de momento, claro), pero el oro que le ofrece el obispo de Sevilla también es muy apetecible (oro que ya hemos dejado claro que proviene de los judíos españoles, como tantas y tantas cosas que financiarían a lo largo de la historia hasta su expulsión en 1492). Muy hábil él, se le ocurre que puede ser la oportunidad de quitarse de en medio a esos díscolos bereberes. Así es que el asunto de obediencia al califa lo resuelve dejando claro que no viene a invadir Hispania sino a echar una mano a una de las facciones que están en litigio (hay mucha más trama, pero para eso está la novela), y le dice al buen obispo sevillano que de acuerdo, macho, pero te vas a encargar de que, después de que hayáis ganado la guerra y tengas extenuado a todo el ejército que te voy a mandar, a los que hayan sobrevivido, me los pasas a cuchillo, que no quiero que vuelva ninguno vivo. Y fleta un ejército de aguerridos bereberes del norte de África, que estaban malviviendo en aquellos territorios del norte de África, con el lamín de que los manda a guerrear a Hispania para cuatro días y que van a volver ricos, prometiéndoles que todo el botín que consigan será para ellos. Al mando de ese ejército va un bereber, llamado Tariq ibn Ziyad, convertido recientemente al Islam y que, como tal converso, resulta ser ya un musulmán fundamentalista como los talibanes de ahora.
De esa forma es como entra en España un ejército islámico de pocos miles de hombres. Islámico porque pelea al servicio del Islam, pero en el que la mayoría de sus individuos son cristianos. Vencen a don Rodrigo, el último rey visigodo, y el trono de España se queda vacío por diversas circunstancias que no voy a contar aquí tampoco (bastante me estoy extendiendo ya). El iluminado de Tariq siente la llamada de Alah y se lanza a ocupar los puestos de poder de esta piel de toro, llegando hasta Toledo, la capital, sin encontrar apenas resistencia. El pobre Musa, desde Kairuán, ve peligrar su cuello, porque el poderoso califa de Damasco se siente desobedecido y él, a última hora, es el responsable de toda esta movida. Así es que se fleta otro ejército (éste sí, de musulmanes) y se viene también a la Península a decirle al tontolaba de Tariq de todo menos bonito. Pero hete aquí que vuelve a entrar en escena el taimado de Oppas (nuestro buen obispo). Ambicioso como nadie, ve la oportunidad de ocupar el puesto de obispo primado de España y aumentar las cotas de poder de la Iglesia Católica en este país como nunca antes podía haber soñado: “tú, Musa, gobiernas este país, que es lo único que tienes que hacer; lo demás, déjalo de mi parte”. Se asegura el cobro de unos sustanciosos impuestos que directamente irán a parar de la población a sus arcas y le garantiza al musulmán que le va a entregar el país como una balsica de aceite. Los ciudadanos de a pie también ganan, porque aun así, a partir de ese momento, no van a tener que pagar ni por el forro las barbaridades que los visigodos les habían estado exprimiendo. De modo que se monta una comitiva formada por un pequeño ejército musulmán, con el gobernador al frente, donde no falta el grupo eclesiástico, con el obispo al frente, paseándose por las ciudades más importantes de España. La presencia del obispo garantiza las puertas abiertas en todos los lugares a los que llegan, y les dice que aquí, a partir de ahora, el que manda es éste (el moro) y tú (al cura del pueblo) así lo vas a predicar desde el púlpito. Así se explica que un pequeño ejército se hace en tan sólo tres años con el control de un territorio que a los romanos les había costado dos siglos. Todo eso con la tranquilidad, por parte de Oppas, de que como en el Islam está prohibido obligar a nadie a convertirse a su religión  por el uso de la fuerza (no como en la suya, que, o te bautizas o te quemo) y seguimos manteniendo a los curas en todos los pueblos y ciudades, todo el mundo va a permanecer en la verdadera Fe (que, naturalmente, es la nuestra) y, a estos pobres musulmanes, que tan errado llevan el camino de la Verdad, como son una minoría en comparación con los cinco millones de habitantes que aquí somos, ya los iremos evangelizando poco a poco.
Con lo que no contaba el obispo Oppas es con que hay muchas formas de inducir a la población a convertirse a la nueva religión. No se obligaba a nadie, no, pero lo cierto es que la implantación del sistema islámico en la Península Ibérica supuso el cambio de un sistema esclavista (heredado del Imperio Romano) por otro de ciudadanos libres, cuyo pleno derecho se adquiría por la conversión a la fe islámica. Y así es como se islamizó nuestro querido país.
En la novela se dan situaciones que parecen tremendamente chocantes para los que hemos aprendido la historia tal y como nos la enseñaron. Sirva de ejemplo la batalla de Covadonga, de la que nos dijeron que un pequeño ejército de montañeses cristianos (con Pelayo a la cabeza) había vencido a todo un ejército musulmán y que allí empezó la gloriosa Reconquista. Pues bien, resulta que aquél pequeño ejército no era sino un grupo de desarrapados montañeses que luchaban bajo el signo de la cruz pero que todavía adoraban a sus antiguos dioses paganos, y que el gran ejército musulmán estaba compuesto por bereberes (en su mayoría, cristianos, porque era a estas gentes a las que mandaban para las misiones más arriesgadas, en lugar de mandar a musulmanes de pro), que, sin embargo, luchaban bajo el símbolo de la media luna, pero en cuyo mando se encontraba el propio obispo católico porque había que sofocar a aquellos insurrectos para lograr la gobernabilidad que él mismo había ofrecido al emir musulmán. Tampoco nos contaron en la escuela que aquella batalla no la ganaron los montañeses, sino el ejército islámico (como no pudo ser de otra manera), pero que luego, la retirada de aquellas montañas se convirtió en un verdadero infierno por el hostigamiento de aquellos montañeses endiablados que jugaban con la ventaja de conocer el terreno.

Quizá deban los franceses a toda aquella resistencia el hecho de que pudieran detener en Poitiers el avance islámico y que Europa entera no se convirtiera en parte de Dar al-Islam. Y nosotros también que, gracias a ellos y a otro hecho como el de las Navas de Tolosa, en 1212, donde, por una vez, tres reyes cristianos (Aragón, Castilla y Navarra) se pusieron de acuerdo para detener el fundamentalismo islámico, posiblemente hoy nuestras mujeres no están obligadas a llevar velo.

miércoles, 7 de agosto de 2013

LOS ANÓNIMOS ATACAN DE NUEVO

Siempre he cuestionado la validez de los comentarios que se cuelgan desde el anonimato, por la falta de espíritu que demuestran al ampararse en esa circunstancia para mostrar posturas de desacuerdo en lugar de hacerlo a cara descubierta.
A la vista del comentario anónimo que aparece en el noveno lugar de todos los que han colgado en mi artículo anterior titulado “Y todo esto de los desenterramientos, ¿pa qué pues?”, me apetece responder cumplidamente a este amable –aunque anónimo- seguidor y a todos los que piensan como él.
Empezaré mostrando mi desacuerdo con su calificación acerca de mi trabajo, diciendo que “sólo es una hipótesis”. Amigo lector, una “hipótesis” es una suposición sin pruebas que se toma como base de un razonamiento, mientras que una “teoría” es un sistema lógico-deductivo que permite extraer consecuencias. Creo, por tanto, que en este caso es más correcto este último término. No te voy a pedir que leas detenidamente todo el trabajo pero sí te sugeriría que le echaras un vistazo a un artículo que me publicaron en 2010 en la revista “Aragón Turístico y Monumental”, páginas 13 a 18, que supone una ocasión más en la que nuestro pueblo aparece en un medio de reconocido prestigio. Verás que, realmente, es algo más que una hipótesis.
A lo largo de todo el razonamiento que allí desarrollo, se desmonta el “dogma” (lo calificaré así por las irracionalidades que contiene) impuesto por la historiografía tradicional (también la califico así intencionadamente, porque después de muchos detalles, ya me canso de llamarla “historiografía oficial”). Vamos, por decirlo en términos arquitectónicos, se queda en ruina inminente y, lo que es peor, con los cimientos hechos un cisco.
Nosotros (Javier Peña, José Miguel Pinilla y yo) no cuestionamos nunca ninguna datación dada por los historiadores que venga debidamente fundamentada en documentos existentes y vaya por delante nuestro gran reconocimiento y profundo respeto hacia esa profesión. Sin embargo, existe un buen número de edificios (torres, principalmente) catalogados dentro del mudéjar sin base documental alguna, sin más explicación que la comparación estilística del monumento en cuestión con otros establecidos como modelos, pero de los que, curiosamente, tampoco existe documentación que acredite fehacientemente su fecha de construcción. Señores, eso ya no es serio. De esta forma, poniendo como premisa que todo es del siglo XIII en adelante, se elimina la posibilidad de asociar estilísticamente cualquier edificio religioso con la época taifal, de la que, según ellos, sólo queda la Aljafería, que no es arquitectura religiosa sino civil.
A estas alturas, nadie de ese mundillo puede alegar que no ha llegado a su conocimiento nuestras teorías, ni siquiera Borrás Gualís, pero el silencio que mantienen es sepulcral. Como decía, nosotros no cuestionamos el trabajo documental de los historiadores porque no nos consideramos quiénes para ello, de igual forma que ellos no deberían cuestionar nuestra capacidad para interpretar los edificios desde el punto de vista técnico y las relaciones de precedencia entre sus partes, cosa que, al parecer, sí hacen o pretenden condenar al olvido lecturas tan objetivas como las que nos transmite el lenguaje de los propios edificios a técnicos que llevamos muchos años restaurándolos y viéndoles las tripas, capacitados por nuestra propia especialización.
No pretendemos que se pase automáticamente de la situación anterior a la que nosotros planteamos, así por las buenas. Estamos abiertos al debate y nos parece muy mezquino que se dé la espalda a argumentos de peso. A diferencia de ellos, estaremos encantados en seguir aprendiendo de nuestros errores y de poder sumar conocimientos entre todos, pero parece que no les interesa. Se intuye que su pretensión consiste en esperar a que esta polvareda desaparezca para que todo siga como ellos lo han dictado desde siempre, sin que nadie les cuestione una coma. Afortunadamente, cada vez hay más personas procedentes de ese mundo académico que nos muestran su conformidad con muchas de nuestras demostraciones, pero nadie se ha dignado hasta ahora a componer un corpus de argumentos que rebata con la lógica necesaria los nuestros. No es de recibo que la Universidad de Zaragoza, que se supone la máxima institución investigadora de nuestra comunidad, niegue el debate ante realidades tan evidentes como las que nosotros mostramos.
Da igual, amigo seguidor de este blog, que aparezca un argumento irrebatible como el que tú dices pretender, que demuestre que la torre de Tauste es un alminar del siglo XI. ¿Qué quieres, que aparezca la firma del alarife en algún ladrillo de la torre? Como los alarifes mudéjares firmaban en latín (verbigracia, “Mahoma Ramí me fecit”), ¿te parecería suficiente prueba si esa firma estuviera en árabe? Probablemente, ahora contestarás que sí porque piensas (y todos lo pensamos) que, a estas alturas, es improbable que aparezca esa firma en nuestra torre, pero, si algún día se produjera tal hallazgo, probablemente adoptarías la misma actitud que tomaron cuando apareció la firma en árabe en el muro de la Parroquieta de la Seo: salió en primera plana en los periódicos pero, a pesar de todas las evidencias constructivas que ya se anunciaban desde antes, la Parroquieta sigue siendo oficialmente mudéjar del siglo XIV, sin discusión. También para Zaragoza se calculaban unos 18.000 a 22.000 habitantes en el siglo XI, pensando que la ciudad se limitaba al casco encerrado por la muralla romana. En las últimas décadas, después de haber descubierto importantes arrabales, sigue sin revisarse la demografía en aquella época de la ciudad más importante de todo el valle del Ebro. ¿Quieren ocultar la enorme importancia que tuvo? ¿Será porque Javier Peña se adelantó a tal predicción, impidiendo así que fuera otro quien se colgara la medalla?
Muchas veces me he imaginado a alguien de Historia del Arte tratando de recomponer la versión tradicional sobre el origen de la torre de Tauste, después haberla destrozado con mis teorías, o tratando de demostrar que no, que yo no había destrozado nada. De verdad que, por mi parte, sería muy bien recibido. Sólo me mueve en este asunto el afán por el conocimiento, pues no vivo de esto y, eso, me da mucha libertad.
 En un artículo de este mismo blog, publicado antes del hallazgo de la importante necrópolis que hemos descubierto, en el que trataba de explicar cómo pudo ser el Tauste del siglo XI y dónde pudo estar el cementerio, un gracioso –también anónimo- me decía “con tu gran poder de prediccion te invito a que tambien localices donde tenian los moros la parada del autobus” (lo pongo sin acentos, tal y como él lo escribió). Antes no daban por válidos mis argumentos porque no se podía construir un alminar tan magnífico en un lugar donde no había apenas población; ahora encontramos a esa población y tampoco les vale. Con esto se demuestra que, con todo lo importante que ha sido el descubrimiento de la necrópolis, no era realmente necesario para afirmar que la torre fue un alminar. Pero, si persisten en que la torre se construyó como un campanario del siglo XIII tendrán que hacer juegos malabares para explicar cómo de un modelo de alminar almohade de dos torres concéntricas por entre las que circula la escalera desarrollan aquí otro de escalera intramural de siglos atrás, o cómo construyen unos ventanales que luego tienen que romper para poner las campanas, o cómo se les desvía la torre nada menos que 60 cm respecto del eje de la iglesia, o (la más gorda) cómo rejuntaron las hiladas de ladrillo de la cara de la torre que se encuentra casi pegada al muro de la iglesia y por qué nuestra arquitectura mudéjar se parece tanto a la persa de los siglos X y XI. ¿También esto son “hipótesis”?
Cuánto me gustaría que nos explicaras (aunque te mantuvieras en el anonimato, y te invito a que te busques toda la ayuda que quieras, que seguro que tendrás recursos y contactos para ello) en qué te basas para afirmar con tanta seguridad la escasa probabilidad de que fuera un alminar y mucho más que fuera un campanario del siglo XIII. Anda, porfa, trabájatelo, pero hago mía tu frase “espero argumentos sólidos”, porque no creo que yo tenga menos derecho a esperar argumentos sólidos de ti que tú de mi. En todo caso, la sociedad sí que tiene derecho a que se le den explicaciones serias y rigurosas acerca de su historia y del origen de su patrimonio.
En cuanto a lo de comerciar con la historia, claro que hacen muy mal los catalanes en apropiarse de la nuestra, pero no me compares, por favor. Mal ellos, pero peor los de aquí por la cerrazón que nos impide avanzar y poner en verdadero valor algo que tenemos. Y ya que hablamos de catalanes y aragoneses, peor todavía es que, aquí, en Aragón, se siga afirmando que nuestras torres octogonales aragonesas copian el modelo de las catalanas. Con aragoneses así, no necesitamos catalanes que nos menoscaben.
Para terminar, en todo esto hay algo que me recuerda a otro asunto muy reciente. Se trata de un artículo que escribí para el último boletín del Patiaz, titulado “Las Cuevas del Santuario”, donde mencionaba la circunstancia del hallazgo de la imagen de la Virgen en el término de Fustiñana y por qué el Santuario no pudieron hacerlo los taustanos en el mismo lugar. Pues bien, he oído algún comentario de posible ofensa hacia la devoción mariana que se profesa en Tauste. A ver, que esos datos no están sacados de ningún escrito hereje ni nada por el estilo, sino del padre Iturri del Roncal, del obispo Supervía y de mosén Francisco Gutiérrez. Siempre han estado escritos ahí para quien los quiera leer, pero, eso…, hay que leerlos.
¿Por qué esa relación entre dos cosas tan distintas? Porque tengo la sensación de que, tanto en una como en otra, el fondo de la cuestión no es un problema histórico, de conocimiento objetivo de nosotros mismos y de dónde venimos realmente, sino que, el pensamiento se pervierte y se hace de ello un problema ideológico que nada debería pintar en todo esto. Llegados a este punto, ante la intransigencia de unos y el caparazón que utilizan otros desde su anonimato (prisión intelectual, diría yo) se me ocurre una frase atribuida, nada más y nada menos, que a Jesús de Nazaret:  
                          LA VERDAD OS HARÁ LIBRES

domingo, 28 de julio de 2013

Y TODO ESTO DE LOS DESENTERRAMIENTOS, ¿PA QUÉ PUES?

A tenor de un artículo aparecido el pasado 25 de julio en El Periódico de Aragón sobre el hallazgo de “numerosos” restos humanos en la Iglesia de Santa María de Ejea (después aclaran que son cuatro niños y cinco adultos) y que podían ser del siglo XVIII, fui testigo de unos comentarios al respecto que iban en la línea de que “qué casualidad, la otra vez que fue noticia la necrópolis musulmana de Tauste van y encuentran restos de cerámica en no sé dónde y ahora esto, coincidiendo de nuevo con las nuevas noticias de nuestra excavación”.
En la misma conversación, alguien preguntó “y todo esto de los desenterramientos, ¿pa qué pues?”. Naturalmente, la pregunta iba para mí y yo me dije “a ver cómo se lo explico”.
Pues mira. La verdad es que aquí, en Tauste, no lo sé muy bien. En el Patiaz estamos una docena de “lunáticos” que trabajamos por poner a Tauste en el mapa, donde para mover un peso de medio gramo tienes que hacer fuerza como si se tratara de 100 Kg, y, aun así, no sabes si vas a conseguir algo. Pero sí te voy a decir para qué serviría si esto lo tuvieran en Ejea.
Supongamos que un buen día, a un ejeano le da por descubrir que esa fantástica torre octogonal de 46 metros de altura que hay, por ejemplo, en el barrio de la Corona, no es realmente un campanario mudéjar del siglo XIII como siempre se había dicho de ella, sino un soberbio alminar del siglo XI. Que esa torre resultara ser una de las más importantes (por supuesto, la más bella dentro de su tipología) dentro de un conjunto de origen persa –nada menos- que representa el verdadero precedente de la arquitectura mudéjar aragonesa (calificada por la UNESCO como “Patrimonio de la Humanidad”), así como de buena parte de la arquitectura hispano-musulmana. Las autoridades ejeanas se entusiasman con la idea y sienten unas ganas irreprimibles de rentabilizar semejante singularidad, pero, entonces, alza la voz algún experto en historia de la villa diciendo que no, que quieto el carro, que Ejea en aquella época no tenía casi población y que, por tanto, no podía ser semejante obra en este sitio. Entonces es cuando se descubre el cementerio donde se encuentra toda esa gente que supuestamente no había existido y que justifica sobradamente la construcción de tan magnífico alminar, junto al que habría existido una mezquita en consonancia. Comienzan las excavaciones y, para sorpresa de todos, resulta ser el cementerio islámico más antiguo de España (o uno de los más antiguos de todos los datados con métodos radiocarbónicos), importantísimo además por su gran extensión y densidad.
Situados ya en escena, lo que voy a contar a continuación es lo que, a partir de aquí, posiblemente habría ocurrido en Ejea a diferencia de Tauste.
Las autoridades ejeanas habrían visto una gran oportunidad para elevar la consideración histórico-artística de su patrimonio y la aportación que todo ello podría suponer para incrementar la fama de su pueblo y el turismo local. El propio Ayuntamiento habría promovido el campo de trabajo, realizando una eficaz campaña informativa en todos los medios desde meses antes y habría conseguido subvenciones de otras administraciones para llevar a cabo semejante evento, no costándole al municipio un solo euro, que eso saben hacerlo muy bien. Los defensores de la versión histórica tradicional que habían negado lo del alminar se habrían acercado a conocer en directo las excavaciones para decir “qué bien” y tratar de seguir aportando lo mejor de sí mismos (en lugar de apearse del carro) y los políticos - incluidos los de la oposición-, no habrían dejado un solo día de visitar las excavaciones. No se habrían perdido la oportunidad de salir en todas las fotos, artículos de prensa digital y en papel, entrevistas de radio y televisión, tanto local como regional y estatal, habrían llevado a Ejea programas de fin de semana tan relevantes como “A vivir que son dos días” de la Cadena SER, o “No es un día cualquiera”, de RNE. Habrían aprovechado el evento para “vender” lo fascinante que sería Ejea, porque son cosas únicas que no existen en cualquier sitio. El campo de trabajo habría sido un reguero de visitas por parte de políticos del ámbito autonómico y dudo yo que la consejera de Cultura y la presidenta de la DGA se hubieran perdido semejante ocasión para acercarse a Ejea y salir también en los medios, diciendo que "en Aragón, y precisamente en Ejea, tenemos bla, bla, bla…", y siendo del mismo partido que el equipo de gobierno del ayuntamiento, ya no digo nada. Por supuesto, hubiera sido inconcebible la ausencia del presidente de la comarca y pocos personajes de la vida política y cultural del municipio habrían dejado de ir a saludar a los voluntarios que vinieron a trabajar, al arqueólogo director de la excavación y al catedrático de Historia Medieval que durante dos semanas estuvo trabajando codo con codo con todos ellos, aunque sólo hubiera sido por criterios de cortesía y hospitalidad.
La excavación habría durado todo el verano y se hubiera explorado el triple de la superficie que de esta forma se ha conseguido, exhumando así la importante cifra de 80 esqueletos, en lugar de 24 (que no ha estado nada mal), pero la espectacularidad habría sido colosal, que para eso es Ejea. Naturalmente, todo se habría preparado con varios meses de antelación y hubieran estado en perfecto estado de revista la iglesia de San Antón (supongámosla en el barrio de las Eras Bajas, por ejemplo), el lienzo de muralla andalusí (podemos imaginarla en el Paseo del Muro) y la torre zagrí, que no se concebiría en Ejea con esos agujeros que tiene en el interior, llena de excrementos de palomas (tiene una solución definitiva, pero no la voy a contar aquí), con un reloj que ni pega ni se le ve la hora, unos ventanales sin restaurar, una escalera de madera en el campanario que no cumple medidas de seguridad para visitas turísticas y, lo que es peor, sin iluminación artificial en la escalera porque la bombilla que hubo se fundió, de ella no se supo nunca más y a los turistas hay que subirlos alumbrando con una linterna (¡¿?!). Por supuesto, también habría sido inconcebible que, justo durante los meses en que se trata de organizar el campo de trabajo para dar el gran campanazo ejeano, se prohíba el acceso a la Rueda de Santa Catalina (jó, si la tuvieran también en Ejea...) y se cierre la oficina de turismo, limitándola a los fines de semana. Por el contrario, no sólo se habría mantenido los siete días, sino que se hubiera puesto a alguien más de refuerzo, dada la alta afluencia de gente que era de esperar.
Era de esperar, sí, dada la campaña de publicidad que habría llevado a cabo en todos los medios desde semanas antes del comienzo de los trabajos, coordinando a todas las oficinas de turismo de la zona (incluida Navarra) para dar cumplida información al respecto. En ningún hotel de Zaragoza habría faltado, en el mostrador de recepción, un taco de folletos informativos a todo color con la impactante imagen del esqueleto colocado de lado dentro de su tumba recién excavada y un slogan tipo “Visite la necrópolis islámica más antigua de España”, sobre todo si Ejea estuviera a tan sólo 42 Km de Zaragoza, como lo está Tauste, a tan sólo media hora, para que ningún turista belga, alemán o ruso que se alojara en ese hotel se perdiera la ocasión de visitar algo único en toda Europa, precisamente en Ejea de los Caballeros. Lo hubieran sabido hacer para motivar un notable incremento de ocupación hotelera y de restaurantes durante toda la campaña, conscientes de la importancia que puede suponer el turismo como apoyo a la economía local, en unos tiempos como estos, que buena falta hace.
También habrían encabezado ya la movida cultural de reivindicar oficialmente el alto reconocimiento de esa torre octogonal, sumando esfuerzos con otros municipios donde tienen también arquitectura de la misma ascendencia, para establecer unas “Rutas turísticas del arte zagrí”, y, cómo no, gestionar ese reconocimiento por parte de la UNESCO, con lo que vende eso, y, ya de paso, el dance (si tuvieran uno como el de Tauste), el Rosario de Cristal (si también lo tuvieran), etc., etc.
Y, por supuesto, habrían reflejado ya en unas ordenanzas municipales algún sistema de exención en el pago de licencias de construcción (como se ha hecho en otras circunstancias) de forma que los propietarios de los solares afectados por esa necrópolis no tengan que asumir el coste de las exhumaciones ni verse “obligados” a hacer desaparecer clandestinamente esos restos para que cuando venga el arqueólogo –como requisito previo a esa licencia- pueda certificar que allí no había nada.

Naturalmente, con toda esa movida, todos los ejeanos estarían orgullosos de tener algo tan especial en su pueblo y a nadie se le ocurriría preguntar eso de “y todo esto de los desenterramientos, ¿pa qué pues?”.

domingo, 3 de marzo de 2013

LOS ALMINARES OCTOGONALES DEL ÁREA DE SARAQUSTA

He estado componiendo este dibujo comparativo de los cuatro alminares octogonales del área de Saraqusta y creo que procede explicarlo.


Se trata de un conjunto único, pues torres octogonales construidas en ladrillo, en todo el mundo occidental, sólo hay en Aragón y alguna en el Magreb, pero éstas son bastante más modernas e inspiradas en las de aquí (seguramente construidas por moriscos aragoneses, tras la expulsión de 1610).

En este caso, se trata de cuatro torres que tienen la particularidad de que sus esquinas presentan aristas vivas, a diferencia de otras (como las de Calatayud, por ejemplo), que las tienen con contrafuertes.

Las cotas de altura que se ven en el dibujo son aproximadas y se refieren a la altura que tuvieron los alminares de la mezquita-aljama de Saraqusta y San Pablo en su estado original, así como la que tienen los de San Pedro de Alagón y Santa María de Tauste. Éstos se encuentran en un estado más puro mientras el de la mezquita-aljama está oculto dentro de la torre de la Seo y el de San Pablo se encuentra recrecido por una actuación que sufrió en el siglo XVI.

Acompaño también esta imagen, tomada de Google Earth, para que puedan hacerse idea de su situación, allá por el siglo XI. Ya conocen el paisaje: el valle del Ebro, un gran desierto surcado por unos oasis lineales a lo largo de los ríos que lo atraviesan (como ahora). Saraqusta, la capital, situada en la encrucijada que forman los ríos Ebro, Gállego y Huerva, con el gran alminar de la mezquita-aljama (situada donde ahora está la catedral de la Seo) y el otro alminar octogonal –la actual torre de San Pablo-. Aguas arriba del Ebro, a una jornada de camino (cuatro leguas) y en la encrucijada con el río Jalón, se encuentra Alagón. Y otra jornada más arriba -siempre hacia el noroeste- y cerca del río Arba, Tauste.


Comenzaremos con el alminar principal: el de la mezquita-aljama o Mezquita del Viernes de Saraqusta. Ahora lo que vemos es esto, es decir, la torre barroca construida hacia 1700. Pero dentro está el alminar octogonal, tal y como se ve en el primer dibujo (digo “está”, porque sigue estando dentro de la torre cuadrada; sólo recubrieron la torre octogonal para convertirla en cuadrada). Lo que hoy conocemos es esto:


Visto el conjunto desde el lateral, en la actualidad se ve así:


Dibujo de Javier Peña

Pero en el siglo XI era, más o menos, de esta manera :

Dibujo de Javier Peña

La vista frontal, es decir, el conjunto de la mezquita con su alminar, si la pudiéramos ver desde la actual plaza de la Seo, la representó Íñiguez según el dibujo que vemos a continuación (tiene mucho mérito porque se trata de un dibujo a mano alzada):



Dibujo de Francisco Íñiguez

Miren qué aspecto más “taustano” tiene. ¿Se imaginan poder despojar ahora la torre de su envoltorio cuadrado y que apareciera ante sus ojos una torre tan parecida a la de Tauste?

Este alminar octogonal vino a sustituir a otro más pequeño, de planta cuadrada, cuya impronta apareció en un muro adosado. A partir de dicha impronta pudo reproducirse el viejo alminar, que era así:


Seguiremos por la torre de San Pablo, alminar situado extramuros de lo que fue la medina musulmana, entre la Puerta del Castillo (báb al-Qala’ath) y la Aljafería. En época islámica, según se deduce de los hallazgos arqueológicos, se ubicaban en esta zona el cementerio occidental de la ciudad y el barrio de los alfareros.


Como decíamos antes, a una jornada de camino aguas arriba del Ebro, se encuentra Alagón con su alminar:


Y, en otra jornada más, llegamos a Tauste:



Cronológicamente, el orden de construcción de estos alminares tan singulares tuvo que ser el siguiente:

Está claro que el de San Pablo fue el primero en levantarse, pues presenta una construcción más arcaica, mucho más maciza interiormente. Le sigue a continuación el de Tauste, con una elaboración más perfeccionada en todos los aspectos. Poco después –o casi a la vez- construirían el de Alagón, más modesto que los anteriores, y, finalmente, el gran alminar de la Mezquita del Viernes, donde ya se aprecia una construcción más evolucionada, mucho más próxima a lo que después derivaría en “estructura de alminar almohade”, es decir, dos torres concéntricas por entre las cuales circula la escalera, a diferencia de los anteriores, en los que la escalera es un hueco helicoidal, con el suelo y el techo escalonados, dentro de un muro macizo de gran espesor.



sábado, 23 de febrero de 2013

LA "INVASIÓN ÁRABE"

Hace unos meses, gracias a nuestro amigo arqueólogo Francisco Javier Gutiérrez, descubrí un artículo muy interesante, publicado en El País el 17 de noviembre de 2006. Resumía las nuevas interpretaciones históricas llevadas a cabo por el arabista Emilio González Ferrín y, evidentemente, compartidas por otros estudios del tema, con un titular tan sugerente como: “GONZÁLEZ FERRÍN NIEGA LA INVASIÓN ISLÁMICA DEL AÑO 711”.

La historiografía tradicional nos decía que los musulmanes habían entrado en la Península Ibérica desde el norte de África en 711 con un ejército poderoso y que, en tan sólo tres años, habían conquistado casi todo el territorio peninsular. Pues bien, este especialista, en su libro “Historia General de Al-Ándalus”, niega la invasión islámica del año 711. Como gran conocedor del tema, afirma que en esa época todavía no estaban codificados ni el Corán ni ninguna tradición islámica. "A la lengua árabe le faltaban 100 años para ser una lengua internacional. Quienquiera que entrase en la Península Ibérica ni era musulmán ni hablaba árabe", resumía el autor. Así de fuerte suena.

González Ferrín declara que es una cuestión de justicia: "¡hay tanta morralla sobre la interpretación de lo árabe!”, decía.

En su explicación, relataba que desde 711 hasta 756 son años de guerra civil. Hubo una cantonalización de la Península. El norte va por un lado; Levante, por otro; Portugal, por otro. España sufre una hambruna y una guerra civil generalizada a la que se incorporan tropas del norte de África que no son árabes ni bereberes, sino púnicos, visigodos, vándalos y bizantinos", relata el autor. Muchas veces son gentes que, incluso, “vuelven a casa”. "En esta guerra civil, grosso modo, los contendientes son los partidarios de los reyes visigodos Witiza y Rodrigo. Los hijos de Witiza mantienen el control en las ciudades".

También niega la Reconquista: "ya decía Ortega y Gasset que una Reconquista que dura 800 años es demasiado larga para llamarla Reconquista. La historia no avanza a telonazos. Si no hubo una conquista, ¿dónde queda Al-Ándalus? Al-Ándalus es un primer renacimiento europeo, es un producto genuinamente europeo. En el siglo XIII, Averroes es prohibido en la Sorbona, en París, no en El Cairo, donde no se le leía. Todos los que llamamos judíos andalusíes escribían en árabe", afirma también resaltando la fuerte impronta judaica.

"Al-Ándalus se filtra y esa filtración produce elementos esenciales para el Renacimiento español. El erasmismo español es una filtración de Al-Ándalus. El erasmismo aboga por una menor formalidad litúrgica y más contenidos", comenta.

"Hay una lectura contemporánea. Es que tenemos un complejo de ser españoles. La negación de Al-Ándalus es un componente más de nuestro complejo de ser españoles", señala el arabista. "A partir del año 1000, con el Libro del Apocalipsis del Beato de Liébana y el descubrimiento de los supuestos restos de Santiago, se empieza a generar una ideologización de la religión”. La Península se escinde en dos tendencias: hacia Oriente, la peregrinación a La Meca; y hacia Occidente, la peregrinación a Santiago. “Se convierte la religión en ideología", dice González Ferrín.

El libro sigue a Américo Castro en el sentido de que “tenemos que habitar nuestra historia. No se entiende Al-Ándalus sin Valencia, Zaragoza y Toledo. Al-Ándalus es un primer renacimiento europeo, pero como está escrito en árabe, los europeos no lo reconocen como tal", añade.

Realmente, donde mayor empeño se ha dado siempre en no reconocerlo es en la propia España, hasta del punto de que pueden consultarse obras de personajes ilustres andalusíes (españoles) en inglés o francés, porque alguien se preocupó de traducirlas a esos idiomas, mientras en éste, su país, eran deliberadamente condenadas al olvido.

González Ferrín elogia la fertilidad del debate entre los historiadores Sánchez Albornoz y Américo Castro. "Juan Goytisolo dijo que los españoles somos europeos en más por el hecho de llevar a Al-Ándalus en nuestras venas. La matización que hago a Américo Castro es que no hubo una España de tres culturas, sino que hubo una España de una sola cultura con tres religiones. Y esa cultura andalusí fue la cima de Europa", dice el autor.

"Al-Ándalus viene del griego Atlantis. Platón situó aquí la Atlántida. Lo mismo que Sefarad viene del Jardín de las Hespérides. Al-Ándalus y Sefarad son los paraísos perdidos de la cultura grecolatina, no de mitos beduinos o árabes. El islam en el Medievo hereda a Roma. No la sustituye, sino que la hereda", concluye González Ferrín.



Pues, ¿qué quieren que les diga? Desde mi modesta opinión, me parecen mucho más lógicas y naturales este tipo de interpretaciones de nuestra historia que todo ese entramado de enfrentaciones entre religiones, entre buenos y malos, que siempre nos han contado. Que los hechos suelen transcurrir con mucha más normalidad y que la explicación tan lúcida que da este hombre encaja mucho mejor.

Pero me surge una gran duda: si, como dice él, quienquiera que entrase en la Península en 711 no era musulmán ni hablaba árabe, si en esa época todavía no estaban codificados ni el Corán ni ninguna tradición islámica, ¿qué pinta en Tauste un cementerio islámico tan importante como el que hemos descubierto, con restos que aquella temprana época? No olvidemos que en ésta necrópolis, junto con la de Pamplona, se han datado las tumbas islámicas más antiguas de la Península, de todas las ensayadas hasta la fecha por el método del Carbono-14.

Enterrar uno a sus seres queridos mediante un rito tan especial como depositar el cadáver en la fosa sobre el costado derecho, envuelto en un sudario, con la cara mirando hacia La Meca y cubierto con tierra "limpia" (traida de otro lugar, sin contaminar por la acción del hombre o de los animales),  no me digan que no responde a un sentimiento profundamente religioso, en este caso islámico.

Cuando los documentos ya no dan más de sí, sobre todo en un país donde tradicionalmente se ha despreciado “lo moro” (hasta se usa la propia palabra en tono despectivo) y en cuyos ámbitos universitarios ni siquiera se facilita el aprendizaje de la lengua árabe como medio esencial para que cualquier investigador pueda profundizar en esos legados, pienso que la única forma de seguir avanzando en el camino correcto es la arqueología.

Es la hora de los arqueólogos.