lunes, 6 de junio de 2011

AGUSTÍN SANMIGUEL MATEO


Ayer, domingo, 5 de junio, salió publicado en Heraldo de Aragón un artículo escrito por Mariano García, sobre el legado vital de Agustín Sanmiguel Mateo.

Seguramente, la mayoría de las personas que lean esto no habrán oído hablar jamás de este personaje ni les sonará su nombre para nada. Por eso, quiero aprovechar para hacerle un pequeño homenaje a través de estas líneas.

Lamentablemente, no tuve el privilegio de conocerle personalmente, pero es mucho lo que me han hablado de él José Miguel Pinilla y Javier Peña. Falleció hace dos años. Efectivamente, tal y como dice el autor del artículo, fue un bilbilitano (calatayubí, como hubiese dicho él) defensor del patrimonio histórico, espíritu inquieto e investigador certero, algo que, en esta tierra nuestra, tan canalla a veces y tan admirable otras, es tarea de gigantes y cabezudos, porque hace falta ser muy gigante (intelectualmente, se entiende) para tener la lucidez que tuvo aquel hombre en el desarrollo de toda su obra, y muy cabezudo, para estar erre que erre, convencido de lo que decía, ante unas instituciones dirigidas por personajes que, en la mayoría de los casos, el mayor aprecio que le hacían era no hacerle aprecio, que es el peor desprecio que se puede hacer a una persona.

A pesar de ello, nuestro hombre, con su talante de persona prudente y harto de razón en los argumentos que esgrimía, supo ganarse el respeto y la admiración de todos los que le conocieron, incluso de esas instituciones, que ya es decir.

Reconozco que sólo he podido conocer una pequeña parte de su legado, de la cual tengo que destacar un libro titulado “Torres de Ascendencia Islámica en las Comarcas de Calatayud y de Daroca”. Lo busqué por todas las partes, por todas las librerías, y no había forma de conseguirlo. Por fin, pude hacerme con un ejemplar, gracias a Marisancho Menjón.

En él, describe las torres de manera magistral, tanto su estructura como su decoración, algo que, más o menos, se puede encontrar en publicaciones de otros autores, pero, además, establece su relación con otras torres islámicas de Oriente y Occidente. Es admirable la sencillez con que expone sus argumentos, con qué respeto parte siempre de las fuentes académicas, a veces para ratificar lo que las mismas dicen, aunque siempre aportando algo nuevo, producto de su gran capacidad de observación y de síntesis, pero otras para llegar a conclusiones totalmente contrarias. Y con qué elegancia, sin omitir un solo ápice de los argumentos “oficiales” (según los cuales, en Aragón no queda nada del arte andalusí, salvo el Palacio de la Aljafería, y lo demás es todo mudéjar, construido tras la “Reconquista” cristiana), con una honestidad exquisita, va señalando detalles incoherentes con los mismos, de forma que el lector se da cuenta de que esos argumentos van quedando minados poco a poco, hasta quedar prácticamente desmoronados. Ahí entra él, con su tono prudente y humilde, a decir, como el que no quiere la cosa, algo así como ¿y no será que, en realidad, se trata de un edificio de época anterior, un alminar de época islámica?, y ahí es donde el lector, si ha seguido atentamente todo el entramado del asunto, con dibujos y fotografías incluidos, encuentra sosiego pensando “claro, si es que no puede ser otra cosa”.

Este libro fue editado en 1998 por el Centro de Estudios Bilbilitanos de la Institución “Fernando el Católico”, y mucho me temo que no lo podrán comprar. Podrán adquirir otros, de otros autores, con una encuadernación más rica, mayor colorido, etc., producto de que le habrán destinado mayor presupuesto, seguramente más bien en función de quién es el personaje autor del libro (aquello de “por ser vos quien sois”) que por lo verdaderamente valioso de su contenido. Pero éste no podrán adquirlo. Una lástima.

Donde quiera que estés, Agustín, celebro la publicación de tu última obra, “Calatayud. El conjunto fortificado islámico y su entorno“. Que sirva como un merecido homenaje a tu figura y el preámbulo para el reconocimiento de la veracidad de toda tu labor.