jueves, 30 de abril de 2009


HOLA A TODOS






Últimamente he tenido ocasión de leer algún comentario sobre el cuidado que hay que tener a la hora de manejar las fuentes históricas, ya que hay veces que la mala interpretación de las mismas puede conducir a llenar la imaginación de la gente de falsas expectativas.

Me parece muy prudente y oportuna tal observación, pero me gustaría añadir algunas cosas al respecto.

Comenzaré por aclarar que mi profesión es la arquitectura técnica y que en materia de historia soy un simple aficionado. Siento un gran respeto por las personas licenciadas en historia, que son las más autorizadas para interpretar los documentos históricos y construir una versión de la historia lo más fiel posible a lo que pudo ser la realidad de cada época pasada.

Sin embargo, me extraña sobremanera el hecho de que, viajando hacia el pasado, en el momento en que ya no se encuentra documentación alguna sobre una localidad, se da por hecho de que esa localidad o no existía o simplemente se trataba de un núcleo de escasa importancia.

De esta forma, se ha dado en decir que Tauste, antes de la conquista cristiana por Alfonso I el Batallador, no era prácticamente nada, sino un grupo de pocas casuchas encima del cabezo sobre el que se encuentra el actual Barrio Nuevo, habitado por un puñado de musulmanes… y nada más.

Uno, desde su ignorancia, siempre ha pensado que tal afirmación categórica, hecha por personas solventes y autorizadas, estaba basada, no precisamente en la falta de documentación, sino en la existencia de la misma, en la cual se informara en ese sentido. No podía pensar que, siendo de la primera manera, en lugar de afirmar tan rotundamente la falta de entidad de nuestro pueblo, no se hubiera tenido la prudencia de haberlo expresado de otra forma, dejando la puerta abierta a otras posibilidades por si en algún momento se encontraran indicios de mayor grandeza.

Movido por la curiosidad que producen algunas circunstancias contradictorias de nuestro pueblo y por lo evidentes que resultan, me puse a investigar en torno a las mismas, llegando a una serie de conclusiones que plasmé en un trabajo que di en titular “Tauste en los siglos XI al XIII”, el cual tuve la ocasión de exponer en una de las conferencias de las X Jornadas sobre la Historia de Tauste. No voy a extenderme aquí en enumerar y describir todas esas circunstancias, que para eso está el trabajo escrito, pero sí voy a apuntar que siempre me había parecido extraño que se nos dijera que el primer templo que habíamos tenido en Tauste era la iglesia de San Antón, construida en las afueras de la localidad, cuando en todos los sitios lo normal es construir la primera iglesia en el centro del casco urbano. Es evidente que la iglesia de San Antón es más antigua que la de Santa María, pero algún argumento nos merecemos los taustanos para explicar qué es lo que había antes en el solar que ahora ocupa esta iglesia para que se construyera la de San Antón (o San Miguel) en el arrabal.

Alguna explicación tendrían que darnos también sobre el hecho de tener una torre y una iglesia tan grandes, en comparación con las de otros pueblos vecinos de similar o mayor entidad, así como la “extraña” orientación de ese templo, la desviación de su eje en relación a la torre y un etcétera de circunstancias que dan al asunto un halo de fascinación nada acorde con la simpleza de la historia oficial que hasta ahora se nos ha dado. Podemos admitir que se nos diga que “tuvo que haber algo más, pero no sabemos nada”, pero no que “no hubo nada más, y punto”.

Como dice una amiga mía, cuando hay fondo en las cosas, te pones a arañar en cualquier sitio y encuentras resultados sorprendentes. En mi caso, el hallazgo más impactante se produjo realizando una inspección visual del conjunto de la edificación iglesia-torre, al comprobar que ambos edificios no comparten muro, sino que son independientes. Hasta ahí, poco que decir, pero cual es mi sorpresa cuando me asomo a la grieta visible entre los dos edificios y observo que mientras la pared perteneciente a la torre se encuentra perfectamente rejuntada, la de la iglesia no, sino que presenta en sus hiladas de ladrillo las rebabas típicas de mortero de una pared que ha sido levantada junto a otra ya existente. Es decir, que cuando se construyó la torre, se hizo como edificio exento y la iglesia no existía, o, al menos, no llegaba hasta allí.

Eso me explicaba el por qué del desvío entre los ejes de los dos edificios: la torre estaba ya cuando llegaron a alcanzarla con la construcción de la iglesia, momento en el cual se dieron cuenta de que se les había ido unos 60 cm. Claro, si cuando levantaron la torre, la iglesia ya hubiera existido, con sus dos torreoncillos octogonales, la hubieran centrado perfectamente entre ambos, sin ninguna dificultad, como se ve claramente que era su intención.

Pero me rompió todos los esquemas, pues, según la versión del profesor Borrás, en su obra “Arte mudéjar aragonés”, iglesia y torre corresponden a una unidad de concepción. Según eso, como arquitecto técnico, siempre había pensado que las obras habrían empezado por el ábside (como es habitual y necesario para empezar contrarrestando los empujes de las bóvedas y la construcción se sostenga), para continuar con los tres tramos de bóvedas de crucería de que se compone la nave. El último de ellos se terminaría con los dos torreoncillos octogonales que hacen la función de contrafuertes, y, terminados éstos, comenzarían la construcción de la torre que iba a servir de campanario para reclamo de los fieles que acudieran a rezar al templo que habían construido. Todo ello, realizado por alarifes mudéjares, los mejores albañiles de la época, musulmanes al servicio del poder cristiano.

Pero no. Era evidente que cuando llegaron con el último tramo hasta alcanzar la torre, ésta ya estaba allí plantada. ¿Pues cómo lo habían hecho?, me pregunté, porque está claro que yo no voy a levantar una historia contradictoria con la del profesor Borrás y el resto de historiadores. Todo era dar vueltas al mismo asunto:

- Levantarían primero la torre y luego harían la iglesia.- No es posible. ¿Cómo van a realizar un campanario para una iglesia que todavía no existe?. Eso no se ha hecho en ningún sitio. Primero se pone el “negocio” y luego el “cartel”, nunca al revés.

- Construirían primero el ábside y los dos primeros tramos de la iglesia, para luego pasarse a levantar la torre unos metros más allá, dejando espacio para construir un tercer tramo con el que alcanzarían la torre.- Demasiado complicado. No sé si para alguien esto tendrá sentido, pero desde luego para mí, como arquitecto técnico en ejecución de obras, por supuesto que no. La construcción se rige por procesos muchos más lógicos que todo eso. Además las bóvedas de las estancias de los torreoncillos octogonales son de crucería y no se corresponden con el espacio octogonal al que pertenecen, en contradicción a las de la torre, que son esquifadas. Las hubieran hecho iguales. No encaja la hipótesis.

- ¿Y si hubieran hecho primero el ábside, con lo cual ya podían consagrar y llevar a cabo los actos religiosos, para pasarse a levantar la torre a una distancia considerable en dirección noroeste (extraña orientación, porque lo habitual era orientarlas en sentido este-oeste), en la cual luego cupieran los tres tramos de que se compone la nave?. Eso explicaría el desvío que hay entre los ejes de ambos edificios. Claro, cuando llegaron a alcanzar la torre con el último tramo, se encontraron con que se habían desviado unos 60 centímetros. Desde el punto de vista constructivo, resulta una explicación totalmente insostenible. Desde el punto de vista económico, reflejaría las grandes dificultades para llevar a cabo una obra de tal magnitud, pero no tiene sentido pensar que tuvieran dificultades económicas para continuar la nave y se fueran a levantar semejante torre.

Cuantas más vueltas daba al asunto, más extravagantes resultaban las conclusiones y cada vez cobraba más peso la sensación de que los historiadores, en relación con todo esto, no habían sabido o no habían querido entrar en todas estas profundidades.

Todavía quedaban más enigmas sin resolver en todo ello, a cual más interesantes y seductores. Tal es el caso del paño decorativo de la torre existente por debajo del cuerpo de campanas, en el cual, los matemáticos Carlos Usón y Angel Ramírez, tras una exposición magistral en la Casa de Cultura de Tauste, demostraron la existencia de elementos caligráficos árabes, lo cual convierte a nuestra torre en algo único, no sólo en todo el mudéjar hispano, sino en toda la arquitectura islámica occidental, ya que, para encontrar decoraciones de este tipo, realizadas en ladrillo, tendríamos que irnos a Oriente (antigua Persia), donde existen alminares con escrituras cúficas de los siglos X y XI.

Si nuestra torre, según se nos ha dicho siempre, fue construida a finales del siglo XIII ¿a qué “iluminado” se le pudo ocurrir la idea de hacer un paño de tales características?. ¿Un alarife venido desde Afganistán en el siglo XIII a unas tierras dominadas por los cristianos para realizar una obra de semejante envergadura?. Se hubiera quedado en lo que entonces era al-Andalus, digo yo, es decir, en tierras gobernadas por sus hermanos de religión. ¿A qué fin iba a venir al reino cristiano de Aragón?. Si hubo contacto con el mundo islámico oriental, sería en época de dominación musulmana, no ya bajo el dominio cristiano. Bueno, pues va a resultar que esa idea decorativa la trajo un individuo desde aquellas tierras en el siglo XI (antes de la Reconquista), se la guardó dibujada en un pergamino y, dos siglos después, otro musulmán (esta vez, alarife mudéjar), se lo encontró y le apeteció ponerlo en práctica, para que luego dijera algún historiador contemporáneo nuestro que simplemente se trata de una geometría mal resuelta. Anda, que no sabían geometría los fulanos que levantaron semejante torre. Ya estamos otra vez con conclusiones extravagantes.

Buscando información, encontré datos sobre la historia y la grandeza del reino de Saraqusta y todo el valle del Ebro en el siglo XI, bajo el dominio musulmán, pero me resultaba muy extraño que de todo aquello, según la historia oficial, lo único que queda en todo Aragón es el Palacio de la Aljafería (lo que queda de él) y varias ruinas de castillos perdidas por nuestra geografía aragonesa.

Cuando una población es floreciente, suele dejar edificios bien construidos que luego son aprovechados por los siguientes pobladores. ¿Es posible que aquellas gentes no dejaran nada en Aragón y sí en otras tierras del sur de la península?.

En todas estas indagaciones, resultó especialmente gratificante conocer el trabajo que los arquitectos Javier Peña y José Miguel Pinilla llevan realizando sobre este asunto, a lo largo de más de 25 años, teniendo localizado un amplio número de torres supuestamente mudéjares que con toda seguridad (afirman basándose en argumentos arquitectónicos bastante lógicos) tuvieron que ser antiguos alminares de mezquitas. El asunto iba alcanzando un cariz cada vez más sugestivo. Me resistía a entusiasmarme con estas ideas que me sonaban a fantasía de las mil y una noches, pero, desde luego, lo que para mí ya se iba desmoronando era la credibilidad de la historia oficial.

El golpe certero fue el conocimiento (proporcionado por Javier Peña) de un informe realizado en 1937 por D. Francisco Iñiguez Almech, en el cual afirmaba que, con toda seguridad, al menos dos de las torres consideradas como mudéjares en Aragón habían sido antiguos alminares islámicos. Una de ellas era nada menos que la de Tauste; la otra, la de la Seo de Zaragoza.

¡Vaya, hombre!. Me interesé por la biografía de este señor, que resultó ser el arquitecto que había descubierto, para sorpresa de todos, que detrás de la roña cuartelera de siglos y siglos del castillo de la Aljafería de Zaragoza, se encontraban los restos del mejor palacio taifal construido en toda la península durante el siglo XI. Profesor, además, de Historia de la Arquitectura en la Universidad de Navarra, del cual, los arquitectos Peña y Pinilla habían tenido el privilegio de ser alumnos.

Seguí buscando más informaciones al respecto en todas las fuentes de que pude disponer (publicaciones, libros de historia, etc.), a la vez que se ofrecían ante mí numerosas piezas de un puzzle difícil de componer. Encontraba sin grandes dificultades muchos datos históricos sobre los avatares de la reconquista, evolución del reino de Aragón desde su nacimiento, cronologías, sucesiones de reyes, hechos más destacados de cada uno de ellos, etc. También (aunque en menor medida, pero los hay), datos sobre la independencia del reino musulmán de Saraqusta respecto del poder de Córdoba, su esplendor social, cultural, económico, comercial y demográfico, hechos y sucesión de sus gobernantes, etc., pero no encontraba una historia compuesta que fuera el producto de los lógicos efectos de acción y reacción entre los de uno y otro bando. Sin embargo, ordenando todos los hechos, no resulta difícil ir encajando las piezas del puzzle, dando como resultado de todo ello una historia fascinante.

Tuve que reconocer que Zaragoza no pudo ser una ciudad próspera en medio de la nada, sino que en el vasto territorio que dominaba, también tuvo que haber vida y progreso. Claro, ya lo dijo el profesor Carlos Laliena en su conferencia de las V Jornadas sobre la Historia de Tauste: “desde finales del siglo X, una considerable efervescencia recorría el trazado de esta frontera, en la que reconocemos un notable desarrollo del poblamiento…”. Ahí estaba Tauste. De esa forma, el mensaje que nos transmite nuestro patrimonio arquitectónico (torres e iglesias de San Miguel y de Santa María), con sus características constructivas, nuestro trazado urbano, los restos de nuestra muralla medieval, indicios de enterramientos (¿musulmanes?), etc., conjugado con esa historia conocida de la Marca Superior de al-Andalus (Zagr-al-Andalus), comienza a tener sentido. También encontré pistas muy interesantes, como la aportada por Luis Molina y Mª Luisa Avila en la obra “Historia de Aragón III”: “curiosamente y frente a vivir de espaldas a las otras regiones andalusíes, los contactos (de la Marca Superior) con el Oriente musulmán son numerosos e intensos, de forma que la cultura oriental llega a la Marca directamente, sin pasar antes por Córdoba…”. Eso explica el hecho diferencial entre el mudéjar aragonés y el del resto de la península (el primero mucho más exquisito y elaborado).

Así es como compuse mi trabajo. Con todas las prudentes advertencias sobre el hecho de que no deja de ser todo una teoría (una teoría, sí, pero que da sentido lógico a muchas cosas, no así la historia oficial conocida, que se desmorona por sí sola), llegué a la conclusión de que nuestra torre “mudéjar” no lo es tal, sino el alminar de la mezquita que tuvo que haber donde ahora está la iglesia, con muchos más datos al respecto. Naturalmente, si fue construida antes que ésta, es porque anteriormente habría pertenecido a otro conjunto arquitectónico de grandeza proporcional al de la torre. Una importante mezquita, por tanto, ubicada en un núcleo de población asimismo importante, única forma de justificar la existencia de semejantes edificios, todo ello, dentro del contexto de la historia conocida del valle del Ebro en el siglo XI, porque semejante construcción no tiene cabida en ese pequeño núcleo que nos han descrito del Tauste musulmán, ni tampoco en el Tauste de las primeras décadas de dominio cristiano.

Existen muchos datos que avalan esta historia. La iglesia de San Antón encierra enigmas todavía sin resolver y que, probablemente, tendrán alguna explicación si algún día hay que reconocerle un pasado andalusí cristiano (mozárabe). Si no, ¿de qué forma puede explicarse el hallazgo de piedras talladas en tan diferentes épocas, siendo las más antiguas de ellas de época islámica?.

Por otra parte, ¿Por qué dice Alfonso I en su crónica sobre la conquista de Tauste que “aquí tuvo frontera”, es decir, enfrentamiento militar encarnizado, si sólo se trataba de un núcleo habitado por cuatro desharrapados?.

No han encontrado más datos escritos sobre ello. Seguramente el trabajo tendrá lagunas, fallos e imprecisiones, no lo dudo, pero, ¿alguien puede dar otra explicación coherente y creíble?.

Tampoco hay datos sobre la existencia o no de población judía y cristiana en Tauste en aquella época, conviviendo con la musulmana mayoritaria, pero ¿se puede afirmar que no la hubo sólo porque no se encuentren documentos donde se dijera expresamente que sí la hubo, con censos, nombres y número de fuegos?. Lo habitual en todas las localidades de cierta entidad es que así fuera. Sobre todo, es sabido que, allí donde existía el comercio, había judíos. ¿Por qué iba a ser Tauste una excepción?. Claro que no podemos afirmar rotundamente que ya había judíos y cristianos en Tauste en el siglo XI, pero resulta más lógico, dadas las circunstancias, quedarnos de momento con el sí en lugar de con el no, en espera de que se pueda avanzar más en este sentido.

Para concluir, haré referencia a lo expresado al principio. Naturalmente que hay que tener exquisito cuidado a la hora de componer y transmitir la historia, no vayamos a llenar los oídos de nuestras gentes con falsas músicas celestiales. Sabemos que lo están haciendo en otras tierras, donde quizá sentirán necesidad de inventar una historia que no tienen o de apropiarse de unos bienes que no les corresponden, ante la indiferencia de aquellos que deberían reclamarlos. Parece que nos basta con creernos el tópico de que los aragoneses somos obstinados o cabezones, para luego no ejercerlo y abandonarnos en la dejadez más absoluta.

Pero tampoco le viene bien a esta tierra nuestra esa otra actitud de negar lo posible sólo por eso, porque sólo es “posible”, negando de esa forma el acceso a un mayor reconocimiento de riqueza de este patrimonio que tenemos, tan abandonado y vapuleado a lo largo del tiempo.

Peor todavía si esa negación viene motivada por una falta de humildad para retractarse de algo que se dijo en su día, sólo porque alguien a quien se considera menos autorizado para opinar sobre estas cuestiones viene ahora diciendo lo contrario. Y mucho peor si el tratamiento que se le da es la total ignorancia, como forma absoluta de desprecio, ejercido desde el alto puesto que se ocupa.

Lo malo de todo esto es que esas actitudes inmovilistas, lejos de resultar inocuas, tienen un efecto dañino, ya que dificulta la puesta en su verdadero valor de nuestro patrimonio y, de todos es sabido el notable potencial que éste supone (o supondrá, tarde o temprano, cuando se sepa gestionar adecuadamente) para el desarrollo, no sólo cultural, sino también turístico y, por tanto, económico, de los pueblos.

Sería una gran satisfacción que, por una vez, todas las partes que pudieran tener algo que ver con estas cuestiones (políticos, historiadores, asociaciones, etc.) abandonaran posturas inmovilistas y se pusieran al servicio del bien común, para mejorarlo, potenciarlo y que podamos divulgar una historia y un patrimonio rico, si entre todos somos capaces de consensuarlo, arrimando el hombro cada uno en lo que podamos, que para eso es nuestro pueblo.