viernes, 4 de mayo de 2012

LOS HUESOS ERAN DE PLÁSTICO

El otro día, en un acto público (se trataba de la presentación de un libro), oí decir a un historiador algo así como que ellos –los historiadores- hacen Historia a partir del estudio de documentos, mientras que otros la hacen a partir de “otras cosas”. Dicho así, el comentario puede parecer inocuo, pero si uno lo escucha de la forma en que lo dijo, recalcando al final que “nosotros los historiadores, no, sino que siempre nos basamos en documentos”, ya no lo es tanto. Aparte de que el comentario viniera o no al caso (algo forzado estuvo y, por tanto, alguna intención llevaba), está claro que el mensaje hay que interpretarlo en la línea de que “sólo deberían considerarse válidas las interpretaciones de hechos pasados elaboradas por los historiadores”, precisamente por eso, porque se basan en algo tan sólido como la interpretación de los documentos históricos, labor, por supuesto, nada fácil y que requiere una alta cualificación. A mí, que pertenezco a otro colectivo, me parece totalmente legítima la defensa contra cualquier intrusismo, pero, en este caso, lamentablemente, hay otros matices.
Los historiadores han escrito cosas como que Tauste, hasta la llegada de Alfonso I el Batallador, no habría pasado de ser un “lugar fortificado musulmán sin identidad de ciudad”, vamos, algo así como una pequeña fortaleza y cuatro casuchas mal puestas en Barrio Nuevo. Ahora sabemos que ya en el siglo VIII había un cementerio suficientemente consolidado y que, a lo largo de los siglos, alcanzó una gran extensión… ¿en un lugar sin identidad de ciudad?. También se han escrito delicias como que la torre de Santa María fue construida junto con la iglesia. Ahora sabemos que es anterior. ¿A quién se le ocurre hacer primero el campanario y después la iglesia?. Bueno, pues estas cosas las sabemos por evidencias reales y palpables, no por documentos.
No es cierto que los historiadores sólo saquen conclusiones a partir de lo que pone en los documentos. Si no, que nos expliquen ahora de qué documentos han sacado esas teorías que ahora se desmoronan. Quizá habría quedado más sincero decir que “los historiadores somos los únicos legitimados para inventarnos la historia como más nos guste”.
Pero no saquemos las cosas de quicio. No sería justo menospreciar a nadie por haberse equivocado, sean historiadores, arquitectos o lo que sean, que todos somos humanos. Incluso podemos comprender y admirar a esos historiadores que, en un momento dado, se han arriesgado a dar unas conclusiones en base al mejor razonamiento que en cada momento les ha podido asistir, que para todo hay que tener valor, y, más todavía, si se hace con la mejor intención. Pero, si luego se descubre que había error en esos resultados, cuánto mejor harían en reconocerlo sin tapujos, y ya no digamos si, incluso, llegaran a interesarse por ello y a poner su saber y su entusiasmo a disposición de la nueva causa, en lugar de despreciar la labor de otros y enquistarse en el inmovilismo de sus teorías, que más bien parecen querer imponerlas como dogmas. Y eso ya, señores, no es por ahí. Eso ya se llama prepotencia.
No pretendemos usurpar el trabajo de nadie, pero tampoco estamos por admitir que gentes de filosofía y letras nieguen la capacidad de los profesionales de la arquitectura a la hora de “leer” los edificios: la relación entre los mismos (en este caso, torre e iglesia), interpretación de las grietas, materiales, relación de precedencia entre unos elementos constructivos y otros, composición volumétrica, equilibrios de fuerzas, orientaciones, técnicas edificatorias, coherencias e incoherencias constructivas, etc. De igual manera que, si se ha hallado un importante cementerio islámico en Tauste, es porque hubo una población en consonancia y no porque tuvieran el capricho  los musulmanitos de Zaragoza o de Ejea –verbigracia- de traer a enterrar a sus muertecitos a este lugar, en medio de la nada. Por favor.
Por otra parte, hace unas semanas pudimos escuchar una conferencia en la que se hablaba de nuestro pueblo como espacio fronterizo. Es muy respetable que al ponente no le interese para nada el pasado andalusí de Tauste y que el motivo de su charla estuviera centrado en la circunstancia fronteriza entre los reinos de Aragón y Navarra. Pero, si así era, ¿qué interés había en comenzar la exposición con el pasado islámico de la Península, sin nombrar siquiera a Tauste, como si no hubiera existido, conocedor como era de los últimos hallazgos?. ¿Por qué dijo que el primer documento donde aparece Tauste es de 1105, cuando sabe que hay otros anteriores, como el de 1086, en el que se habla de esta “población musulmana”?. Si en algún momento de la Historia ha sido especialmente relevante la condición fronteriza del valle medio del Ebro fue durante aquellos cuatro siglos, entre los mundos musulmán y cristiano, entre Oriente y Occidente, que, indudablemente, labró un carácter, una idiosincrasia y una cultura que luego trajo mucha cola.
Ciertamente, son actitudes que decepcionan, porque, omitir cosas así, cuando se es consciente del gran reto al que se enfrenta “El Patiaz” y las grandes dificultades que le esperan, no es algo inocente. No aprovechar la gran audiencia que allí había (autoridades políticas y personas relevantes del mundo de la cultura y de los medios informativos), para siquiera nombrarlo, es la manera más eficaz de echar tierra encima, porque la masa está acostumbrada a oír lo de siempre, cuesta mucho conseguir que calen las novedades y basta con echar el mismo discurso de siempre para que todo vuelva a quedar como estaba. Más bien pareció aprovechar el hecho de que allí había una nutrida audiencia (incluidas personas relevantes, como digo) para darle un corte de mangas a nuestro pasado andalusí, omitiéndolo en el contexto donde le correspondía de manera tan significativa y que bien podía haberse ahorrado.
Se trata del mismo rodillo aplastante que vienen empleando las autoridades de Historia de la Universidad de Zaragoza a lo largo de las últimas décadas: dar la callada por respuesta, que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio.
Pero, en fin, más de lo mismo de lo que exponía en el artículo anterior (pulsar en “Los otros españoles”). Al final, poco a poco, con tesón, con perseverancia, a pesar de todo, porque no nos motiva otra cosa que el reconocimiento del verdadero valor de nuestro patrimonio, las cosas van saliendo.
Sinceramente, para terminar, fue más de agradecer el caso de otra persona que recientemente fue entrevistada en la radio. Yo no la oí, pero me dijeron que había hablado sobre la torre de Santa María de Tauste, explicando que había sido construida por los mudéjares ya como campanario, al servicio de los cristianos, pero que había unos arquitectos que sostenían que pudo ser un alminar, para terminar concluyendo que él, personalmente, prefería pensar que hubiera sido construida por los cristianos. Muy respetable, claro que sí, y, como decía, por lo menos es de agradecer su mención a las nuevas consideraciones, sobre todo, teniendo en cuenta el sentimiento sincero que manifestó acerca del tema. Mi sentimiento, en cambio, es que, a mí, lo que me ilusiona es pensar que, religiones aparte, fueron taustanos de dos siglos antes los que la levantaron, y no precisamente imitando lo que hacían los musulmanes de Andalucía, sino creando una arquitectura propia que luego serviría de modelo para buena parte del mundo occidental. Y a los que tuvieron la desfachatez de excluirla en la Expo de Zaragoza, que les den.
Como suele ocurrir en nuestro querido Aragón, los mejores amigos siempre los tenemos en casa. A veces me dan ganas de decir que no, que los huesos que encontramos en la avenida Obispo Conget eran de plástico, pero que los científicos del CSIC de Madrid que los analizaron por el método del Carbono 14 no se debieron de dar cuenta y pensaron que eran milenarios. Después, también tendré que invertarme cómo se hace una torre campanario con las hiladas rejuntadas ya desde su base para después ocultarlas con la pared de la iglesia, y unas ventanas tan estrechicas que luego hay que romperlas para poner las campanas.