domingo, 28 de julio de 2013

Y TODO ESTO DE LOS DESENTERRAMIENTOS, ¿PA QUÉ PUES?

A tenor de un artículo aparecido el pasado 25 de julio en El Periódico de Aragón sobre el hallazgo de “numerosos” restos humanos en la Iglesia de Santa María de Ejea (después aclaran que son cuatro niños y cinco adultos) y que podían ser del siglo XVIII, fui testigo de unos comentarios al respecto que iban en la línea de que “qué casualidad, la otra vez que fue noticia la necrópolis musulmana de Tauste van y encuentran restos de cerámica en no sé dónde y ahora esto, coincidiendo de nuevo con las nuevas noticias de nuestra excavación”.
En la misma conversación, alguien preguntó “y todo esto de los desenterramientos, ¿pa qué pues?”. Naturalmente, la pregunta iba para mí y yo me dije “a ver cómo se lo explico”.
Pues mira. La verdad es que aquí, en Tauste, no lo sé muy bien. En el Patiaz estamos una docena de “lunáticos” que trabajamos por poner a Tauste en el mapa, donde para mover un peso de medio gramo tienes que hacer fuerza como si se tratara de 100 Kg, y, aun así, no sabes si vas a conseguir algo. Pero sí te voy a decir para qué serviría si esto lo tuvieran en Ejea.
Supongamos que un buen día, a un ejeano le da por descubrir que esa fantástica torre octogonal de 46 metros de altura que hay, por ejemplo, en el barrio de la Corona, no es realmente un campanario mudéjar del siglo XIII como siempre se había dicho de ella, sino un soberbio alminar del siglo XI. Que esa torre resultara ser una de las más importantes (por supuesto, la más bella dentro de su tipología) dentro de un conjunto de origen persa –nada menos- que representa el verdadero precedente de la arquitectura mudéjar aragonesa (calificada por la UNESCO como “Patrimonio de la Humanidad”), así como de buena parte de la arquitectura hispano-musulmana. Las autoridades ejeanas se entusiasman con la idea y sienten unas ganas irreprimibles de rentabilizar semejante singularidad, pero, entonces, alza la voz algún experto en historia de la villa diciendo que no, que quieto el carro, que Ejea en aquella época no tenía casi población y que, por tanto, no podía ser semejante obra en este sitio. Entonces es cuando se descubre el cementerio donde se encuentra toda esa gente que supuestamente no había existido y que justifica sobradamente la construcción de tan magnífico alminar, junto al que habría existido una mezquita en consonancia. Comienzan las excavaciones y, para sorpresa de todos, resulta ser el cementerio islámico más antiguo de España (o uno de los más antiguos de todos los datados con métodos radiocarbónicos), importantísimo además por su gran extensión y densidad.
Situados ya en escena, lo que voy a contar a continuación es lo que, a partir de aquí, posiblemente habría ocurrido en Ejea a diferencia de Tauste.
Las autoridades ejeanas habrían visto una gran oportunidad para elevar la consideración histórico-artística de su patrimonio y la aportación que todo ello podría suponer para incrementar la fama de su pueblo y el turismo local. El propio Ayuntamiento habría promovido el campo de trabajo, realizando una eficaz campaña informativa en todos los medios desde meses antes y habría conseguido subvenciones de otras administraciones para llevar a cabo semejante evento, no costándole al municipio un solo euro, que eso saben hacerlo muy bien. Los defensores de la versión histórica tradicional que habían negado lo del alminar se habrían acercado a conocer en directo las excavaciones para decir “qué bien” y tratar de seguir aportando lo mejor de sí mismos (en lugar de apearse del carro) y los políticos - incluidos los de la oposición-, no habrían dejado un solo día de visitar las excavaciones. No se habrían perdido la oportunidad de salir en todas las fotos, artículos de prensa digital y en papel, entrevistas de radio y televisión, tanto local como regional y estatal, habrían llevado a Ejea programas de fin de semana tan relevantes como “A vivir que son dos días” de la Cadena SER, o “No es un día cualquiera”, de RNE. Habrían aprovechado el evento para “vender” lo fascinante que sería Ejea, porque son cosas únicas que no existen en cualquier sitio. El campo de trabajo habría sido un reguero de visitas por parte de políticos del ámbito autonómico y dudo yo que la consejera de Cultura y la presidenta de la DGA se hubieran perdido semejante ocasión para acercarse a Ejea y salir también en los medios, diciendo que "en Aragón, y precisamente en Ejea, tenemos bla, bla, bla…", y siendo del mismo partido que el equipo de gobierno del ayuntamiento, ya no digo nada. Por supuesto, hubiera sido inconcebible la ausencia del presidente de la comarca y pocos personajes de la vida política y cultural del municipio habrían dejado de ir a saludar a los voluntarios que vinieron a trabajar, al arqueólogo director de la excavación y al catedrático de Historia Medieval que durante dos semanas estuvo trabajando codo con codo con todos ellos, aunque sólo hubiera sido por criterios de cortesía y hospitalidad.
La excavación habría durado todo el verano y se hubiera explorado el triple de la superficie que de esta forma se ha conseguido, exhumando así la importante cifra de 80 esqueletos, en lugar de 24 (que no ha estado nada mal), pero la espectacularidad habría sido colosal, que para eso es Ejea. Naturalmente, todo se habría preparado con varios meses de antelación y hubieran estado en perfecto estado de revista la iglesia de San Antón (supongámosla en el barrio de las Eras Bajas, por ejemplo), el lienzo de muralla andalusí (podemos imaginarla en el Paseo del Muro) y la torre zagrí, que no se concebiría en Ejea con esos agujeros que tiene en el interior, llena de excrementos de palomas (tiene una solución definitiva, pero no la voy a contar aquí), con un reloj que ni pega ni se le ve la hora, unos ventanales sin restaurar, una escalera de madera en el campanario que no cumple medidas de seguridad para visitas turísticas y, lo que es peor, sin iluminación artificial en la escalera porque la bombilla que hubo se fundió, de ella no se supo nunca más y a los turistas hay que subirlos alumbrando con una linterna (¡¿?!). Por supuesto, también habría sido inconcebible que, justo durante los meses en que se trata de organizar el campo de trabajo para dar el gran campanazo ejeano, se prohíba el acceso a la Rueda de Santa Catalina (jó, si la tuvieran también en Ejea...) y se cierre la oficina de turismo, limitándola a los fines de semana. Por el contrario, no sólo se habría mantenido los siete días, sino que se hubiera puesto a alguien más de refuerzo, dada la alta afluencia de gente que era de esperar.
Era de esperar, sí, dada la campaña de publicidad que habría llevado a cabo en todos los medios desde semanas antes del comienzo de los trabajos, coordinando a todas las oficinas de turismo de la zona (incluida Navarra) para dar cumplida información al respecto. En ningún hotel de Zaragoza habría faltado, en el mostrador de recepción, un taco de folletos informativos a todo color con la impactante imagen del esqueleto colocado de lado dentro de su tumba recién excavada y un slogan tipo “Visite la necrópolis islámica más antigua de España”, sobre todo si Ejea estuviera a tan sólo 42 Km de Zaragoza, como lo está Tauste, a tan sólo media hora, para que ningún turista belga, alemán o ruso que se alojara en ese hotel se perdiera la ocasión de visitar algo único en toda Europa, precisamente en Ejea de los Caballeros. Lo hubieran sabido hacer para motivar un notable incremento de ocupación hotelera y de restaurantes durante toda la campaña, conscientes de la importancia que puede suponer el turismo como apoyo a la economía local, en unos tiempos como estos, que buena falta hace.
También habrían encabezado ya la movida cultural de reivindicar oficialmente el alto reconocimiento de esa torre octogonal, sumando esfuerzos con otros municipios donde tienen también arquitectura de la misma ascendencia, para establecer unas “Rutas turísticas del arte zagrí”, y, cómo no, gestionar ese reconocimiento por parte de la UNESCO, con lo que vende eso, y, ya de paso, el dance (si tuvieran uno como el de Tauste), el Rosario de Cristal (si también lo tuvieran), etc., etc.
Y, por supuesto, habrían reflejado ya en unas ordenanzas municipales algún sistema de exención en el pago de licencias de construcción (como se ha hecho en otras circunstancias) de forma que los propietarios de los solares afectados por esa necrópolis no tengan que asumir el coste de las exhumaciones ni verse “obligados” a hacer desaparecer clandestinamente esos restos para que cuando venga el arqueólogo –como requisito previo a esa licencia- pueda certificar que allí no había nada.

Naturalmente, con toda esa movida, todos los ejeanos estarían orgullosos de tener algo tan especial en su pueblo y a nadie se le ocurriría preguntar eso de “y todo esto de los desenterramientos, ¿pa qué pues?”.