sábado, 28 de noviembre de 2009

LOS VALLES DEL EBRO Y DEL GUADALQUIVIR

Hoy quiero contar una historia que nos transmitió Javier Peña hace unas semanas, en la cual establecía un interesante comparativo entre el valle del Ebro y el del Guadalquivir.

Debo aclarar que su relato se produjo en una conversación entre amigos, con la advertencia, por su parte, de que sólo se trata de una hipótesis, la cual habría que investigar y documentar más ampliamente para poder ser reconocida como algo solvente. Lo cierto es que al resto de participantes de aquella improvisada conversación nos pareció algo muy interesante y pintoresco y le animamos a que lo relatara en su blog, ya que la falta de estudios más profundos al respecto no está reñida con la publicación de un pequeño adelanto al respecto, con la prudente advertencia, por supuesto, de la provisionalidad de esas conclusiones. Desde luego, los razonamientos y todo el hilo conductor de los mismos nos parecían muy bien justificados.

Como quiera que va pasando el tiempo y parece que Javier no se decide a escribir su versión sobre este tema, voy a atreverme a hacerlo yo, porque creo que es algo digno de compartir con las personas que, con más o menos entusiasmo, vienen siguiendo nuestra labor “pro-zagrí”, aun sin pedirle permiso, que, si se enfada, ya se le pasará.

El razonamiento de nuestro amigo Javier venía a explicar el por qué de la diferencia paisajística actual entre los valles del Ebro y del Guadalquivir, aun tratándose de dos entornos que guardaron similitudes importantes en época islámica.

En efecto, cuando la cultura islámica se impuso en nuestra península, allá por siglo VIII, aquellas gentes aprovecharon los sistemas de regadíos que habían dejado los romanos, perfeccionándolos y ampliándolos, desarrollando a lo largo de los ríos una especie de oasis lineales en medio del gran paisaje estepario, aprovechando, sobre todo, las aguas de los afluentes, las cuales eran más fáciles de controlar que las de los ríos principales (en nuestro caso, el Ebro, y en el otro, el Gualdalquivir). Ello posibilitó la proliferación de ricas vegas y, por tanto, una alta densidad de población (para aquella época) que en nada tenía que ver con la despoblación y la miseria de otros lugares, como por ejemplo, la meseta castellana.

Comentaba que, cuando los cristianos aragoneses conquistaron el valle del Ebro, a principios del siglo XII, a los pobladores musulmanes de estas tierras se les permitió quedarse a vivir en su entorno, pudiendo conservar su religión y su modo de vida. En aquel entonces, Zaragoza era una ciudad próspera de unos 50.000 habitantes, como correspondía a una ciudad media del mundo musulmán (que era el más avanzado en aquella época), dotada de escuelas, hospitales, alcantarillado público, bibliotecas y otros servicios, totalmente impensables en cualquier ciudad del mundo cristiano. En ella vivían, además de gentes que se ganaban el sustento en la agricultura y la ganadería, otras muchas del sector terciario, es decir, artesanos, comerciantes, etc, amén de profesionales de todas las disciplinas (médicos, filósofos, poetas, músicos, astrónomos, etc). Con la llegada de los cristianos, este sector vio gravemente disminuida su capacidad de negocio, puesto que la ciudad y su entorno dejaban de ser el medio propicio donde poder sobrevivir con el ejercicio de sus actividades. Además, se daba la circunstancia de que estas gentes eran las que poseían cierto nivel económico, por lo que emigraron a otras tierras que seguían gobernadas por musulmanes, principalmente a Levante. Ello produjo un despoblamiento atroz de la ciudad, que vio reducida su población al 10%, aproximadamente. Zaragoza se ”ruralizó”, pasando a ser una ciudad al estilo europeo de aquella época: la poca población que permaneció tuvo que compartir su hábitat, en inferioridad de condiciones, con los nuevos colonos venidos de los Pirineos y del Sur de Francia (ostentando éstos la hegemonía,) la agricultura y la ganadería pasaron a ser casi los únicos medios de vida, se abandonaron y desaparecieron las bibliotecas, hospitales, servicios urbanos (como ejemplo de ello, recordar que los excrementos se arrojaban a la calle hasta tiempos cercanos a nuestros días), etc.

Pero este declive catastrófico no sólo afectó a la capital del reino, sino que también –aunque en menor medida- lo hizo al medio rural donde sus gentes, al no tener posibilidad de recoger sus pertenencias y emigrar a otras tierras musulmanas, tuvo que quedarse, amparados por la promesa del Rey Alfonso (y sucesores del mismo) de garantizarles unos mínimos derechos. De esta forma, constituyeron una masa de población que se llamó “mudéjar”, hasta el año 1526, cuando, bajo el reinado de Carlos I fueron obligados a bautizarse y pasaron a denominarse “moriscos”. Esta conversión al cristianismo fue falsa en muchos casos, manteniendo clandestinamente sus prácticas religiosas.

El valle del Guadalquivir corrió una suerte parecida casi un siglo y medio más tarde, pero duró poco tiempo. A diferencia de los aragoneses, los castellanos sometieron a la población mudéjar a continuos abusos, humillaciones y vejaciones, lo cual provocó revueltas por parte de esa población a los pocos años de haber sido conquistados aquellos territorios. Como consecuencia de las mismas, los castellanos no se anduvieron con contemplaciones y les echaron (a los que no habían muerto o esclavizado). El resultado fue el abandono de aquellas vegas, siendo colonizado el territorio por gentes llegadas de Castilla, cuyo modo de vida era principalmente la ganadería y una agricultura cerealista de secano. Tanto es así, que en muchos lugares era habitual que el secano llegara hasta las mismas orillas de los ríos.

Otro dato más de la represión ejercida por los castellanos sobre la población mudéjar es que ésta fue obligada a bautizarse y convertirse al cristianismo ya en el año 1502. Es el reinado de los Reyes Católicos, pero mientras Isabel de Castilla obliga a sus súbditos musulmanes a bautizarse, Fernando mantiene los derechos de los suyos en Aragón. Por fin, en 1526 (como ya queda dicho anteriormente) los mudéjares aragoneses son obligados a bautizarse, cuando el rey de Aragón ya es el mismo personaje que el de Castilla (entonces Carlos I de España y V de Alemania) y la política castellana gana peso sobre la aragonesa porque al poder del rey le convienen más las leyes absolutistas castellanas que las costumbres y el derecho aragonés, todo ello a pesar de seguir siendo países independientes. Finalmente fueron expulsados en 1610, por el rey Felipe II (Felipe III de Castilla).

Es decir, fueron los castellanos los que expulsaron a los mudéjares del valle del Guadalquivir, que ya era territorio perteneciente al reino de Castilla. Fueron ellos los que obligaron a convertirse al cristianismo a los mudéjares de sus dominios. Pero también fueron ellos, de alguna manera, los que forzaron la misma medida para con los mudéjares aragoneses, 24 años más tarde, y definitivamente fueron ellos los que decretaron su expulsión a partir de 1609, tanto en Castilla como en Aragón (aquí en 1610), en contra del criterio y de los deseos de toda la población aragonesa, incluyendo a la nobleza, porque constituía una fuente de riqueza y el mantenimiento de unas explotaciones agrícolas a las que ellos, como nadie, sabían sacarles provecho, además de un sector de servicios artesanos (cestería, alfarería, etc.) que principalmente era ejercido por esa población morisca.

En Aragón provocó la ruina, no sólo de aquellos pobres desgraciados (casi el 20% de la población), sino de muchos pueblos y lugares del reino. Sin embargo, los cinco siglos de convivencia transcurridos desde la conquista cristiana hasta la expulsión habían supuesto un intenso intercambio de técnicas, conocimientos y costumbres, que posibilitó la continuidad de su aportación al progreso en estas tierras. No fue así en Andalucía, pues como ya queda dicho anteriormente, tal convivencia no fue posible.

Quizá hay que buscar ahí una de las posibles causas del latifundismo en aquellas tierras, donde el predominio del secano facilita la existencia de grandes propiedades bajo un mismo dueño, mientras que el regadío favorece la proliferación de parcelaciones más familiares.


Como siempre, Javier no da puntada sin hilo. Me pareció una versión interesante y sugerente. Aquí queda contado.

viernes, 13 de noviembre de 2009

JERÓNIMO MÜNZER

Estuve hace unos días en Toledo y tengo que reconocer que es toda una experiencia sumergirse uno en aquellas callejuelas, en aquella ciudad que fue la capital del imperio más poderoso del mundo en la época de Carlos I. La ciudad de las tres culturas: la cristiana, la judía y la musulmana, donde, se supone, convivían pacíficamente, como en tantas otras ciudades de España. Lo de pacíficamente, ¡hombre!, sus altercadillos tendrían, pero también los ha habido siempre aun después de haber expulsado a moros y judíos, quedando sola la clase dominante.

Uno va paseando por aquellas calles, dejándose sugestionar por todo ese poso de historia que se respira y trata de hacer el esfuerzo de trasladarse mentalmente a cinco siglos atrás, imaginándose el ambiente en aquel lugar.

Naturalmente, el que España fuera el país más poderoso de la Tierra no significa que eso se reflejara en sus gentes, pues no dejaba de ser un país social y económicamente atrasado, donde la autoridad se apoyaba en el fanatismo religioso para poner trabas a un progreso tenido por peligroso desde el punto de vista político.

Recapacitaba sobre el hecho de la convivencia y, tratando de imaginar allí a esas “otras gentes” (moros y judíos), me los figuraba diferentes a los cristianos, es decir, a los “nuestros”, como si de otra raza se tratase, porque siempre nos lo han hecho ver así, y hacía extensible esta reflexión a nuestro entorno, concretamente, a Tauste y Zaragoza.

Resulta especialmente interesante la crónica de un viajero alemán llamado Jerónimo Münzer. Este hombre estuvo en Zaragoza allá por el año 1493. Los judíos ya habían sido expulsados de España, pero permanecía la población musulmana, la cual, en aquel entonces (la época de los Reyes Católicos), aun conservaba el derecho a ejercer su religión. Pues bien, hay dos cosas destacables de la crónica de aquel ilustre viajero:

1ª.- Manifiesta que le llama especialmente la atención el hecho de que, en Zaragoza, los musulmanes son generalmente personas de tez blanca. Se ve que él esperaría distinguirlos por su aspecto renegrido, ojos oscuros, cabellos negros, etc. (como los magrebíes), viendo, sin embargo, entre ellos, incluso gente rubia y de ojos claros.

2ª.- Se extraña, cuando visita la catedral de la Seo, de que allí hay una capilla dedicada a la Virgen, ante la cual, cuando pasan los moros, se humillan con mucha reverencia. El buen hombre no encuentra explicación posible a este hecho.

Pues bien, la primera extrañeza que apunto tiene su explicación en que la población musulmana de estas tierras no era descendiente de gentes extranjeras venidas de África o de Asia, sino mayormente de la propia población hispánica que, con la entrada de los musulmanes en la Península en 711, se habían convertido a esa religión, sencillamente porque les convenía más social y económicamente. Cuando viene Alfonso I el Batallador, a principios del siglo XII, termina con el gobierno musulmán y establece el poder cristiano, eso sí, permitiendo a los habitantes de estas tierras (musulmanes en su mayoría, pero blancos como nosotros) seguir viviendo en estas tierras y mantener su propio culto. Aun así, en el caso de Tauste, por los motivos que fuera, hubo batalla cruenta y los pocos supervivientes que quedaran serían ejecutados, expulsados o esclavizados, pasando a ser nuestro pueblo colonizado por franceses, en su mayoría. Sí señores, nosotros descendemos de aquellos franceses y no de aquellos que habían sido taustanos (o tahustíes) desde siglos inmemoriales.

En cuanto a la segunda extrañeza, tiene una explicación curiosísima: todos sabemos que, con la llegada de los cristianos, la mezquita-aljama de Saraqusta se aprovecha para el culto cristiano, hasta que se transforma en la catedral que hoy conocemos. En aquella mezquita (como en todas del mundo), había un muro (la qibla) que señalaba la dirección hacia donde dirigir la oración, en el que se encontraba el mihrab o nicho que representa la Puerta del Paraíso. La fundación y fijación de esta qibla y mihrab se atribuye al tabí (hombre santo del Islam) Hanas as-San’ani y está documentado que fue la primera mezquita fundada en todo al-Andalus (antes que la de Córdoba), así como que Zaragoza fue durante años lugar de peregrinación del Islam, pues venían gentes desde lugares lejanos para venerar la tumba del tabí. A lo que iba: el famoso mihrab se destinó a esa capilla dedicada a la Virgen María y, no es que los musulmanes tuvieran intención alguna de adorar a la Virgen, sino que lo que reverenciaban era el mihrab fundado por aquel hombre legendario.

Para terminar, por si alguien se queda con ganas de conocer algo más acerca de lo que fue de aquellas gentes, sugiero echar un vistazo a un artículo (es corto y entretenido) escrito por José Luis Corral y que se titula “El destino de los musulmanes aragoneses”.

sábado, 7 de noviembre de 2009

¿ALMINAR O CAMPANARIO?

Reconozco que cuesta imaginar a nuestra torre de Tauste como elemento integrante de otro conjunto arquitectónico del que hoy conocemos. Desde hace casi ocho siglos, forma un conjunto armonioso con la Iglesia Parroquial de Santa María, pero, sin embargo, deducimos que en su origen (no voy aquí a repetir todo el razonamiento), tuvo que ser el alminar de la mezquita que se construyera en Tauste allá por el siglo XI.



Si alguien quiere hacerse una ligera idea de cómo pudo ser aquel conjunto de alminar y mezquita puede consultar la página 40 del trabajo titulado “Tauste en los siglos XI al XIII” y después ir a las páginas 54 y 55 para ver el desarrollo de transformación de aquélla mezquita en el templo que hoy conocemos.

Sin embargo, el otro día me hicieron un comentario muy bien razonado en el que se seguía defendiendo la tesis oficial, es decir, que la torre nació con la iglesia en el siglo XIII, y no como alminar musulmán en el XI. Se basaba en que, lógicamente, la mezquita debía de tener una altura bastante inferior a la de la iglesia actual, pues los musulmanes no daban tanta importancia a la altura del templo como a su cabida de personas, mientras que los cristianos trataban de conseguir su aire de grandeza y de espiritualidad elevando sus techos hacia el cielo. Argumentando que los paños decorativos de las torres comienzan a partir de cierta altura en la que empiezan a ser visibles por encima de las edificaciones circundantes, se llegaba a la conclusión de que esta torre siempre ha pertenecido a esta iglesia y nunca a otro hipotético edificio anterior, porque sus paños decorativos comienzan a partir de la altura del tejado de la misma.

Lógicamente, si hubo mezquita (y nuestra torre con ella), estos dibujos comenzarían a partir de una altura considerablemente superior a la que pudo tener esa mezquita, pero hay que pensar que esa visibilidad no sólo depende de la altura de las edificaciones vecinas, sino también de la posibilidad de aproximación o alejamiento del espectador. Es decir, si el monumento se ve desde lejos, será visible a partir del nivel inmediato de los tejados, pero no se distinguirán las decoraciones. Sin embargo, si queremos percibir esos dibujos, tendremos que introducirnos en el casco urbano y ya nos empezarán a estorbar los edificios para visualizar la torre, pues nos impedirán ver buena parte de la misma, ocultándola incluso totalmente desde muchos puntos, todo ello hasta que conseguimos acercarnos hasta su propia base, pero desde aquí la visual es ya demasiado vertical y tampoco se pueden apreciar bien los dibujos. Por ello, cabe pensar que las decoraciones comenzaban desde una altura prudente para poder ser vistas, siempre por encima de los tejados vecinos.

Bueno, no está mal: como el tejado de la iglesia acaba justo donde empieza el primer paño decorativo de la torre, se me quieren agarrar ahí para demostrar que la construcción de la torre estuvo supeditada a la de la iglesia. Pero, aparte de la grieta que demuestra que la torre es anterior, conviene decir que aquellos constructores moros no serían nada tontos y tendrían buen criterio compositivo (de sobras lo demostraron), además de ser unos buenos admiradores de las obras que sus antepasados habían dejado. Así pues, resulta lógico pensar que tomaran la determinación de no “ofender” innecesariamente a su alminar, dejando la altura de la iglesia (cuya construcción les había sido encargada por los mandatarios cristianos) por debajo del nivel del primer paño decorativo, ya que con esa altura cumplían sobradamente el requisito de templo cristiano. Es decir, supeditaron la altura de la iglesia a las características de la torre y no al revés.

Para apoyar este hecho y demostrar que, lejos de ser un razonamiento forzado para mantener la teoría de “alminar musulmán” en contra de la de “torre mudéjar”, pongo el ejemplo de la Giralda de Sevilla, es decir, el alminar más importante de España.

En la fotografía podemos apreciar, al lado derecho de la Giralda, el cerramiento del Patio de los Naranjos, reconocido como el sahn de la mezquita. A la izquierda, la catedral, ocupando el solar que antes ocupara el gran oratorio islámico. Éste, lógicamente, hubo de tener la misma altura que el sahn. Ejemplo claro de ello es la mezquita de Córdoba. Como es sabido, los cristianos demolieron la mezquita de Sevilla, construyeron su catedral de mayor altura y reutilizaron el gran alminar como campanario (con la salvedad de la parte de arriba, que ya sabéis que es renacentista), dejando el sahn como lo que hoy conocemos por "Patio de los Naranjos". De igual forma que ocurre en Tauste, podemos observar que los paños decorativos de la Giralda (es decir, los dos paños verticales laterales), comienzan a partir de una altura bastante superior a la del sahn, pero los sevillanos, aun en su afán de construir la catedral gótica más grandiosa del mundo (financiada con el oro que venía de la recién descubierta América, y aprovechando que Sevilla era el centro desde donde se administraba todo ese comercio), no se “atrevieron” a ocultar con su faraónica obra ni un solo ladrillo de esas ricas decoraciones. Ahí podéis ver cómo los arbotantes de las naves (esos arcos que se ven a la izquierda de la Giralda, con el cielo de fondo, aunque la fuente de la plaza estorba un poco) terminan por debajo de ese nivel en cuestión.

Por otra parte, tanto en el caso de Tauste como en el Sevilla, ¿no os parece que ambas torres son mucho más armoniosas tal y como son que si hubieran querido bajar los paños decorativos más abajo, recargando innecesariamente el aspecto exterior?. Observad que ambos casos coinciden en que sus decoraciones comienzan a partir de la mitad aproximada de su altura, lo cual parece ser otro criterio compositivo de aquellas gentes.

Pues bien: imaginaros ahora que les vamos a los sevillanos con la sonaja de que a lo mejor su Giralda no es un alminar islámico sino una torre mudéjar, porque sus decoraciones comienzan a partir de la estructura de la catedral.

Menúo dihguzto, quiyyo.

Para terminar, por si a alguien se le ocurre tacharme de presuntuoso por pretender hacer un símil entre nuestra “humilde torre mudéjar de pueblo aragonés” y el gran alminar almohade mundialmente conocido como la Giralda de Sevilla, el próximo día os contaré otra cosa al respecto.