viernes, 11 de noviembre de 2016

EL HOMENAJE A AGUSTÍN SANMIGUEL


AGUSTÍN SANMIGUEL

Durante los pasados días 4 y 5 de noviembre, se han celebrado en Calatayud unas jornadas con motivo del 15º aniversario de la declaración de la arquitectura mudéjar aragonesa como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En las mismas, se ha aprovechado para homenajear a Agustín Sanmiguel Mateo, fallecido en 2009, por su dedicación y entrega a poner en valor este rico patrimonio. Hace cinco años, escribí un artículo sobre él en el que, entre otras cosas, decía:
Lamentablemente, no tuve el privilegio de conocerle personalmente, pero es mucho lo que me han hablado de él José Miguel Pinilla y Javier Peña. Falleció hace dos años. Efectivamente, tal y como dice el autor del artículo (me refería a un artículo publicado en Heraldo de Aragón por aquellas fechas), fue un bilbilitano (“calatayubí”, como hubiese dicho él) defensor del patrimonio histórico, espíritu inquieto e investigador certero, algo que, en esta tierra nuestra, tan canalla a veces y tan admirable otras, es tarea de gigantes y cabezudos, porque hace falta ser muy gigante (intelectualmente, se entiende) para tener la lucidez que tuvo aquel hombre en el desarrollo de toda su obra, y muy cabezudo, para estar erre que erre, convencido de lo que decía, ante unas instituciones dirigidas por personajes que, en la mayoría de los casos, el mayor aprecio que le hacían era no hacerle aprecio, que es el peor desprecio que se puede hacer a una persona.
Las jornadas han estado muy bien, con un rico contenido y, desde luego, el homenaje tan merecido que se le ha rendido a este personaje también quedó muy emotivo y sincero. Sin embargo, salvo la intervención del arquitecto Javier Peña Gonzalvo, me queda la desazón de que se volvió a pecar de “más de lo mismo”. Trataré de explicarme.
Indudablemente, la temática principal era el mudéjar de la comarca de Calatayud, pero nadie más que Peña habló del ingente trabajo que Agustín dedicó a destacar que una parte de ese patrimonio no fue realizado en época cristiana, sino que es nada menos que el legado andalusí que iba a servir como precedente de la arquitectura mudéjar, encontrándose catalogado erróneamente dentro de la misma. Algo muy relevante y que la pone en un nivel de merecimiento muy especial, teoría que siempre se ha topado con el desprecio de ciertos personajes. Agustín Sanmiguel fue alguien importante, no solo por dinamizar el mudéjar en la región de Calatayud –entre otras muchas cosas-, sino también –y aún más trascendental- por la brillante forma de sistematización que introdujo, abriendo el nuevo campo de la arquitectura islámica de ladrillo, que Javier Peña denominó -ya entonces- como “zagrí” (de Zagr-Alandalús o Aragón andalusí).
Agustín Sanmiguel, en su libro “Torres de ascendencia islámica en las comarcas de Calatayud y Daroca” (una de sus obras más importantes y, por cierto, más alabadas en estas jornadas), dedica un extenso apartado a lo que él llama “torres-alminares” y “torres-atalaya” (casi doscientas páginas, nada menos). Él ya puso de manifiesto la influencia oriental en nuestra arquitectura de ascendencia islámica y afirmaba que, al contrario de lo comúnmente admitido, “almorávides y almohades deben mucho en lo artístico al reino saraqustí”. Sin embargo, en estas jornadas, daba la sensación de que todo ese contenido no hubiese existido nunca.
Destacaba yo en aquel post de hace cinco años que “describe las torres de manera magistral, tanto su estructura como su decoración, algo que, más o menos, se puede encontrar en publicaciones de otros autores, pero, además, establece su relación con otras torres islámicas de Oriente y Occidente. Es admirable la sencillez con que expone sus argumentos, con qué respeto parte siempre de las fuentes académicas, a veces para ratificar lo que las mismas dicen, aunque siempre aportando algo nuevo, producto de su gran capacidad de observación y de síntesis, pero otras para llegar a conclusiones totalmente contrarias. Y con qué elegancia, sin omitir un solo ápice de los argumentos “oficiales” (según los cuales, en Aragón no queda nada del arte andalusí, salvo el Palacio de la Aljafería, y lo demás es todo mudéjar, construido tras la “Reconquista” cristiana), con una honestidad exquisita, va señalando detalles incoherentes con los mismos, de forma que el lector se da cuenta de que esos argumentos van quedando minados poco a poco, hasta quedar prácticamente desmoronados. Ahí entra él, con su tono prudente y humilde, a decir, como el que no quiere la cosa, algo así como ¿y no será que, en realidad, se trata de un edificio de época anterior, un alminar de época islámica?, y ahí es donde el lector, si ha seguido atentamente todo el entramado del asunto, con dibujos y fotografías incluidos, encuentra sosiego pensando “claro, si es que no puede ser otra cosa”.
En el marco de estas jornadas, Javier Peña (que, como decía antes, fue el único que hizo alusión a esta importante faceta de las investigaciones de Agustín Sanmiguel) también se lamentó de que, conforme transcurre el tiempo desde la muerte del personaje, todo esto va quedando en el olvido y que, precisamente en su ciudad (Calatayud), si en algún tiempo y gracias a su labor encomiable se tuvieron en cuenta estas singularidades de nuestro patrimonio, tristemente se ha vuelto ya al "todo mudéjar", es decir, al discurso de siempre en las explicaciones que se ofrecen a las visitas turísticas (“para complacencia de algunos de los que hoy aquí te escuchan, Javier”, pensé yo en aquel momento, sentado entre el público, sin entender esa visceralidad contra todo lo que no haya sido cristiano por muy aragonés que haya sido).
En el Heraldo de Aragón del domingo día 6 aparecía un artículo dedicado a estas jornadas y al homenaje a Agustín Sanmiguel donde se hablaba de “monumentos construidos en la España cristiana después de la Reconquista” y “circunstancias sociales, políticas y económicas que hicieron posible desde el siglo XII que albañiles musulmanes construyeran iglesias cristianas”, dejando totalmente al margen aquello que precisamente jamás debería dejarse de lado y por lo que tanto luchó Agustín Sanmiguel.

Como decía Labordeta (gran amigo suyo que fue, por cierto), “esta tierra es Aragón”.

viernes, 7 de octubre de 2016

UN PASO ATRÁS

Los que han seguido la trayectoria de este blog desde sus inicios, hace ya más de siete años, saben que lo creé con el objetivo principal de hacer entender lo que suponían las nuevas afirmaciones sobre el verdadero origen de la torre de Santa María de Tauste.
De igual forma que en otros trabajos, entrevistas y publicaciones aparecidas en diferentes medios, en este blog he abordado el asunto a lo largo de casi cien artículos aquí divulgados, abarcando diversos frentes:
1.- Exponer las evidencias constructivas que invalidan buena parte de las explicaciones que se habían dado hasta entonces sobre nuestra torre, admitidas como si de dogmas se tratara. ¡Ojo!, que digo “evidencias”, tozudas como la vida misma, que ahí están para ser comprobadas por cualquiera que quiera interesarse por ello, y no “simples teorías” como algunos tratan de calificarlas.
2.- Dar a comprender la nueva situación privilegiada que merece la torre a partir de ahí, como Patrimonio de la Humanidad y como ejemplar destacado de una arquitectura llevada a cabo en el siglo XI que daría origen, dos siglos más tarde, al nacimiento de la arquitectura mudéjar aragonesa.
3.- Refrendar la coherencia de todo ello con el hallazgo del cementerio que, al menos durante cuatro siglos, utilizaron los taustanos de aquella época para enterrar a sus familiares: una necrópolis islámica de gran extensión y densidad cuya datación arroja la fecha más antigua de todas las halladas en la Península Ibérica (junto con la de la Plaza del Castillo de Pamplona), de todas las estudiadas hasta la fecha por métodos radiocarbónicos.
4.- Desarrollar una labor pedagógica en aras de facilitar un acercamiento natural a esa realidad, asumiéndolo como nuestro, por ser los herederos directos del legado que dejaron aquellas gentes que habitaron en el mismo medio que nosotros ahora, que construyeron el edificio más bello y armonioso que jamás se erigió en Tauste y que, a buen seguro, nunca será superado.
5.- Dar a comprender esa realidad que tanto cuesta admitir y que consiste en que “los pobladores que vivieron en este lugar hace mil años eran taustanos”, tratando de romper esa barrera educacional que siempre nos ha hecho ver, erróneamente, que todo lo que no haya sido cristiano no ha podido ser taustano, aragonés o español.
6.- Concienciar de las repercusiones favorables que podemos obtener de todo ello, al encontrarnos con algo tan sugerente como es una arquitectura venida de Persia en un paisaje similar al de aquel lejano Oriente: oasis (en este caso lineales, a lo largo de los ríos Ebro y Arba) en medio de una gran estepa.
7.- Señalar insistentemente las deficiencias que ofrece la conservación de nuestro patrimonio para que fueran tenidas en cuenta y subsanadas oportunamente. Algunas ya fueron atendidas, afortunadamente (como fue el caso de la estabilización de la peña de la calle Rey de Artieda) y otras siguen durmiendo el sueño de los justos.
8.- Destacar la singularidad de nuestro patrimonio como motor de autoestima y desarrollo. Una labor que, llevada a cabo de forma bien planificada, junto con otras que exigirían una gestión adecuada del urbanismo, cumplimiento de las ordenanzas en materia de limpieza, mantenimiento de vías públicas, cuidado de nuestro entorno, aprovechamiento de nuestra ubicación privilegiada en el valle medio del Ebro como incentivo para la expansión industrial y demográfica, etc., insisto, a través de unos programas debidamente estudiados y gestionados con el grado de eficacia que todo ello requiere, llevara a nuestro pueblo hacia una situación de crecimiento y progreso que nos devuelva la esperanza de que nuestros hijos puedan tener aquí un futuro sin tener que marcharse, esa realidad a la que la mayoría de los padres estamos resignados como si fuera algo natural y perfectamente asumible.
No estoy criticando con ello la labor de las personas que dirigen nuestro municipio, pues demasiado encomiable es la tarea de administrarlo día a día, superando las múltiples (y a veces ingratas) dificultades que ello supone, poniendo en ello un esfuerzo personal que nadie agradecemos suficientemente. Pero, como taustanos, sí que contemplamos la evolución de otros municipios vecinos a lo largo de las últimas décadas mientras parece que Tauste se halla aletargado en medio de esta indolencia que ya nos caracteriza.
Luchar por todas estas cosas si la base principal no se mueve es como tirar del extremo de una goma cuando el otro está anclado a un punto fijo: en cuanto se suelta, vuelve a su posición inicial y todo el esfuerzo empleado se torna inútil. Recientemente hemos podido ver la aparición de una nueva “Guía de la Parroquia de Santa María” en la que se ha perdido una ocasión de oro para reafirmar decididamente la excelencia exclusiva de ese rico patrimonio arquitectónico. En su presentación se dicen cosas que hace unos años no se decían y que, indefectiblemente, han sido extraídas de toda esta labor que aquí menciono:
“… de un Tauste que tras la conquista por Alfonso I el Batallador, construiría su iglesia sobre la mezquita mayor y lo haría bajo la advocación de la Virgen Santa María (es por ello que el ábside está orientado hacia el sureste, en lugar de mirar hacia el este)…
Después añade: “convirtiendo probablemente su alminar en campanario”.
¡Aiiinnnsss, el “probablemente”! ¿No es hora ya de ir ahorrando esas “precauciones”? Sí, que me pueden aducir que no hay que dejar de lado la prudencia, por aquello de que “oficialmente” no se han reconocido todavía mis “teorías”. ¿Quiénes son los personajes que ostentan la autoridad de otorgar o no ese reconocimiento oficial? ¿Los catedráticos de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza? Esos sabemos que no lo harán nunca motu proprio porque su ego les impide desdecirse de unas teorías que han venido repitiendo generación tras generación sin cambiar un solo ápice y que ellos mismos han convertido en dogmas. Ni siquiera han tenido la decencia de considerar las contradicciones que se les ha expuesto para encontrar posibles soluciones. Quizá es que no ven otras soluciones posibles que las que nosotros proponemos. ¿Dónde está escrito que tengamos que esperar a que ellos nos digan “vale, pues, chavales, teníais razón”?
Siguiendo con la Guía, en lo referente a patrimonio arquitectónico, de la torre ya no explica prácticamente nada (por favor, ¡que es lo más valioso y singular de todo el conjunto!), salvo alguna pequeña alusión al paño decorativo de signos caligráficos (tampoco está bien tratado, pero no voy a extenderme aquí en ello) y le da “carpetazo” con la frase “Pero dejemos a un lado las hipótesis y entremos”.
No hay ni una sola referencia al hecho de su mayor antigüedad y, en cuanto a las explicaciones que da de la iglesia, lo hace de manera demasiado escueta para lo que realmente merece. Prácticamente le dedica la misma extensión que a cualquiera de los retablos, pero con la particularidad de que en estos hace constar las referencias bibliográficas de los contenidos que ahí constan (con la autoría de las mismas) mientras que para el patrimonio arquitectónico ha omitido ese “detalle”, como si el autor fuese alguien “innombrable”.
Nunca he pretendido protagonismo alguno, ni lo deseo. Todo lo que he desarrollado en esta materia lo habré hecho con mayor o menor acierto, pero, desde luego, jamás guiado por interés personal alguno. Hago mías las palabras de D. Javier Blasco Zumeta cuando expresa con tanta generosidad:
Es suficiente recompensa para mí lo que disfruto aprendiendo, por lo tanto no me importa que cualquier parte de estas páginas puedan ser reproducidas, almacenadas en un sistema informático o transmitidas de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otro método inventado o por inventar. Es más, para que tanto esfuerzo pueda ser aprovechado, no sólo se puede sino que se recomienda siendo indiferente el citar o no al autor.
Tampoco me molesta excesivamente que se haga uso de algunos contenidos de mis trabajos y se omitan otros para componer una versión interesada, como tampoco que, quien la escribe, la plantee como suya propia desde el momento en que no hace referencias bibliográficas en ese apartado y sí en el resto de la Guía. Pero no me negarán que el decoro y la honestidad que "adornan" estas maneras de proceder son, cuando menos, bastante cuestionables.