Ayer, sábado 19 de junio, tuvo lugar en Castejón de Valdejasa una charla sobre el castillo de Sora a cargo de nuestra Marisancho Menjón. Sabía desde hacía algún tiempo que ella estaba trabajando en este asunto y sentía una gran curiosidad por lo fuera a decir. Tal y como esperaba, me fui encantado.
Lo cierto es que mi fascinación por ese enclave me viene, prácticamente, desde que tengo uso de razón. Ya de crío, cuando jugábamos por los barrancos, recuerdo que, a veces, me quedaba embelesado contemplando aquella lejana silueta que tan bien se divisa a simple vista desde el parque de Santa Bárbara o desde el camino del cementerio. Cuando ya era un poco más mayor, tuve ocasión de verlo más de cerca, aunque todavía a algunos kilómetros de distancia, cuando iba al monte con mi padre y con el ganado, y recuerdo que aún me producía mayor encanto.
Con la naturalidad y la gracia que la caracteriza, Marisancho nos descubrió ayer todo un mundo en torno a ese enclave, como lugar marcado por la huella del hombre prácticamente desde que la humanidad existe en estos territorios, punto importante en la vía romana de Zaragoza a Pamplona, después fortaleza islámica y ya posteriormente, en época cristiana, los distintos avatares, pleitos, luchas y demás circunstancias acaecidas a lo largo de los siglos por el dominio de ese imponente paraje.
Pero, tal y como corresponde al objetivo de este blog, tengo que decir que me alegré mucho de oírla decir que fue un importante lugar estratégico en época musulmana, citando a varios autores y afirmando que, en contra de lo supuesto de forma generalizada, estas tierras, en aquella época, tenían una densidad de población considerable. Me acordé de una datación dada por Bernabé Cabañero sobre la Casa de la Gabardilla (Monte Alto de Tauste) que afirmaba, con toda seguridad, que las primeras hiladas de piedra sillar correspondían a una edificación islámica del siglo X.
También me encantó la relación que Marisancho estableció, con toda lógica, entre ese castillo y otras fortalezas y atalayas de su entorno geográfico con las que mantiene contacto visual, entre ellas nuestra (yo voy a llamarla así ya decididamente) “mal llamada torre mudéjar”, sobre la que, una vez más, se comentó su más que posible origen musulmán, apoyando esta teoría con el quizá inminente “descubrimiento oficial” de ese cementerio (¿islámico?) que tenemos en nuestra villa y que desde hace ya tiempo viene siendo un secreto a voces.
Pues sí. Me parece muy importante que cada vez haya más voces (y, sobre todo, cualificadas) que lancen afirmaciones en este sentido. Me parece muy importante que se reconozca que esta zona del valle del Ebro estuvo ricamente poblada en la época andalusí y que gozó de un esplendor muy superior al del resto de Europa. Que los cristianos que luego vinieron a colonizar estas tierras no fueron tan burros como para cargarse lo bueno que aquí encontraron, que nos queda un importante legado arquitectónico de aquellas gentes, con el Palacio de la Aljafería a la cabeza y otras edificaciones, entre las que cabe destacar nuestra torre como una de las más importantes (sí, ésa que casi nunca sale en los libros).
Me parece muy importante para Aragón que se reconozca (pero primero, lógicamente, por los de aquí) que tenemos un legado arquitectónico del siglo XI, del que nació esa rica arquitectura mudéjar, tan exclusivamente nuestra, que se desarrollaría a partir del siglo XIII, es decir, un rico patrimonio andalusí situado tan al norte de Andalucía, porque ya está bien de confundir Alandalús con Andalucía. Que se reconozca que, si bien la invasión musulmana se extendió desde el sur de la península hacia el norte, buena parte de la cultura andalusí germinó y se perfeccionó en estas tierras, extendiéndose luego hacia el sur, al revés que lo que siempre se ha supuesto.
Pero sobre todo, es importante para Tauste que, por una vez, podamos estar entre los puestos más relevantes, porque nuestra torre es uno de los más ricos exponentes de ese legado.
Y eso es riqueza, y debemos defenderlo, por nosotros y por las generaciones sucesivas.
Pero, sobre todo, sin complejos, al margen de disquisiciones actuales sobre conflictos religiosos o sociales. Esto no tiene nada que ver con absurdas pretensiones por parte de no sé qué fanáticos islamistas de por ahí de recuperar Alandalús, ni con posturas de defensa ante semejantes amenazas. Tampoco con la incomodidad que se manifiesta desde una parte de la sociedad por la llegada reciente de gentes musulmanas que han emigrado hasta aquí en busca de mejor vida ni con los conflictos sociales que ello acarrea (que si el burka, que si el velo y otras cuestiones).
Repito, esto no tiene nada que ver con eso. En absoluto. Sólo se trata de reconocer que tenemos un rico patrimonio, algo exclusivo en todo el mundo, que fue creado por unas gentes que eran de aquí, que no vinieron de ningún sitio, que, por las circunstancias que les había tocado vivir, habían abrazado la religión islámica unos siglos antes y que, tras la llegada de los cristianos (ésos, en nuestro caso, sí que vinieron de fuera) les tocó pasar a un segundo plano de la vida social durante todavía unos cuantos siglos, hasta que, definitivamente, la intolerancia y el fanatismo religioso de los reyes castellanos (que no aragoneses) les expulsó de estas tierras, en contra, incluso, de la postura del resto de la población aragonesa, allá por los comienzos del siglo XVII.
Tengamos claro que nuestro patrimonio zagrí (estamos llamando así al legado andalusí en Aragón) es nuestro, porque somos sus legítimos herederos, con el cual nada tienen que ver las gentes de fuera por el simple hecho de que profesen la misma o parecida religión que practicaba la mayoría de los habitantes de estas tierras hace novecientos años.
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