martes, 18 de junio de 2024

¿UNA NUEVA "TORRE NUEVA"?

Mucho se está escribiendo últimamente sobre una reciente iniciativa de reconstruir la Torre Nueva de Zaragoza, aquella grandiosa torre de 81 m de altura, inclinada, que fue demolida en 1892 con la excusa de que amenazaba peligro de caída debido a su inclinación y que, al parecer, más bien fue una excusa que una causa real. El caso es que a la silueta de Zaragoza se la privó de aquel elemento singular, barbaridad comparable a si ahora -para que me entiendan- quisieran privar a Pisa de su famosa torre alegando la misma causa. Muchos calificaron aquello, con mucha razón, como un auténtico turricidio. No es mi objetivo aquí entrar en la polémica de si es procedente o no este nuevo proyecto a estas alturas. Hay opiniones encontradas y todas son respetables (si se hacen desde el conocimiento y la mesura, claro está).

He tenido ocasión de leer recientemente un artículo en Heraldo de Aragón donde se vierten unas afirmaciones que no se corresponden con la responsabilidad esperable de un profesional de la especialidad de su autor (arqueólogo e historiador). Hace alusión a la enorme pérdida que ocasionaría esa nueva construcción porque -según dice- se destruirían los restos que quedan de esa torre bajo el pavimento de la plaza de San Felipe.
RESTOS ARQUEOLÓGICOS DE LA TORRE NUEVA EXISTENTES BAJO EL PAVIMENTO

 Efectivamente, lo que queda es una obra de unos 4 m de profundidad, de los cuales 1,5 m, aproximadamente, lo componen el verdadero cimiento de “hormigón de yeso” (aunque dijeron que era argamasa de “cal y canto”), sobre el que se asientan varias hiladas de ladrillo que ocupan toda la planta de la torre y, finalmente, desde esa cota arranca la construcción de la torre propiamente dicha, formada por una torre exterior de unos 2 m de espesor y otra interior, de unos 70 cm de espesor, todo ello de ladrillo sentado con pasta de yeso, por entre las cuales discurría la correa de la escalera. Lo que se ve principalmente en la foto es la torre interior; la parte de obra gruesa que se ve en el entorno, aunque no completamente, sería la torre exterior (no confundirse con el cilindro que aparece en el medio, hecho con ladrillo colocado a panderete, que no es ni mucho menos la torre interior ni supone elemento estructural alguno).

Alegra percibir la preocupación del autor de este artículo por la preservación de estos restos como “una reserva ingente de materiales para futuras investigaciones” después del largo silencio mantenido durante años. Sin embargo, a continuación lanza una propuesta tan estrambótica como que la nueva torre sea erigida en otro lugar de la misma plaza de San Felipe. No se entiende, si siguen ahí enterrados esos restos, cómo van a servir para esas futuras investigaciones.

No es nada reprochable que un arqueólogo carezca de conocimientos suficientes sobre las últimas tecnologías en cuanto a cimentaciones especiales, como tampoco lo sería que un arquitecto ignorara conocimientos propios de la especialidad del arqueólogo, en cuyo caso, si osara argumentar inopinadamente sobre aquello que no sabe, le tacharíamos, cuando menos, de imprudente y le aconsejaremos que se informara antes de ponerse en evidencia. Pues lo mismo al revés. No procede desarrollar aquí el modelo adecuado para esta cimentación, pero sí puedo adelantar que existen sistemas de micropilotaje poco o nada invasivos y altamente eficaces. Facilitarían la puesta en valor de esos restos y su exposición permanente en el propio lugar mediante un suelo acristalado o como el arquitecto autor de ese proyecto tuviera a bien diseñar. También parece manifestar gran interés por que se avance en futuras investigaciones. Sin embargo, ignora deliberadamente las que se han producido en los últimos años y que culminan en la tesis doctoral del arquitecto Javier Peña Gonzalvo, titulada “Arquitectura islámica de ladrillo y yeso de Saraqusta”, obteniendo el reconocimiento de cum laude. En esta tesis se demuestra que la torre se había construido en el siglo XI, época de la taifa de Saraqusta, circunstancia que le añade un valor histórico excepcional. ¿Por qué desprestigiar su verdadero origen andalusí? ¿Qué prejuicios viscerales subyacen sobre lo que dio de sí el siglo de oro de Saraqusta, 1018-1118, y de lo que podemos y debemos sentirnos bien orgullosos?

La historiografía tradicional no reconoce otro legado de aquella época que el palacio de la Aljafería. Respecto a esta torre, siempre sostuvo que comenzó a construirse en 1504. Se da por bueno y absoluto el trabajo publicado por Carmen Gómez Urdáñez, el cual no me atreveré a criticar desde el punto de vista histórico, pero tiene contenidos que, desde el punto de vista constructivo (que es de lo que entiendo y así lo reivindico), resultan totalmente insostenibles. Como queda demostrado en los edificios que aún quedan de los siglos XV-XVI en la plaza de San Felipe, la cota del suelo ya era aproximadamente la misma que ahora. Se comprende que el fondo de la excavación lo bajaran hasta donde estimaran oportuno, pero, ¿por qué hacen 2,50 m de torre de ladrillo enterrada y no rellenan con argamasa hasta enrasar con el suelo de la calle como en todos los sitios? ¿Dónde se ha visto entrar en una torre a nivel del suelo de la calle y bajar escaleras hasta esa profundidad y sin llegar a ningún sitio? ¿Por qué, a continuación, rellenan el espacio entre ambas torres concéntricas con argamasa? Era más fácil, rápido y barato haber llenado toda la cimentación con argamasa una vez abierto el gran foso y ahorrarse la obra de ladrillo. Además, viendo que el terreno salía flojo (aquellos alarifes no eran tontos), el contacto íntimo entre la argamasa y el perfil del terreno excavado hubiese aportado mayor resistencia a la sustentación de la torre, tanto para prevenir vuelcos como asentamientos, al contar con la colaboración del rozamiento del terreno. No así con la obra de ladrillo porque se queda totalmente suelta respecto a la tierra que la envuelve. La explicación la encontramos en que esa cota de -2,50 m era la propia de la época andalusí y sobre ella se erigió la torre, previa excavación de 1,50 m y relleno de argamasa de yeso como cimiento. Tras la conquista cristiana, la zona quedó abandonada y, cuando se recuperó, se hizo sobre las enronas que allí yacen todavía. Lo más curioso es que a toda esa obra enterrada le atribuyen un plazo de duración de unas pocas semanas. Para los medios de que se disponía entonces, semejante obra tuvo que durar del orden de un año.

Sostienen que se construyó en 15 meses (la torre completa, incluida toda esa cimentación), aunque después se prolongara unos años por reparaciones y acabados, y se basan en un documento elaborado por el coronel ingeniero Bernardo Lana en 1758. Desde la experiencia en construcción, resulta increíble un plazo de ejecución inferior a 8 o 10 años para una obra de esa envergadura, fuera en el siglo XI o fuera en el siglo XVI. En dicho documento mencionan los nombres de varios maestros de obras que inspeccionan la cimentación en 1504 para que tenga la suficiente estabilidad, entre los cuales, curiosamente, no aparece el del maestro de obras adjudicatario de la obra. Raro, ¿no? Si la obra se erigió en tan poco tiempo y después se inclinó, ¿cómo es posible que la parte inferior permaneciese recta, el tramo siguiente (el más largo) se inclinase y, finalmente, su coronación también quedase vertical? ¿No será que la torre ya estaba allí desde antiguo, se había inclinado y habían llamado a esos maestros de obras para que inspeccionasen la cimentación y proyectar el recalce oportuno para asegurar el edificio? Por supuesto, el último cuerpo y el chapitel eran de época más reciente y, aunque los habían montado sobre la torre ya inclinada, los pusieron verticalmente, como es lógico.

Así, pues, aquellos maestros de obras dictaminaron que había que ensanchar el cimiento y rellenar con argamasa los espacios huecos entre la torre exterior y la interior para bajar el centro de gravedad de la torre. A continuación, la forraron verticalmente hasta cierta altura para reforzar todavía más su base (véase la foto del encabezamiento). Curiosamente, la propia autora de ese trabajo se extraña de que el cálculo de material necesario para esa obra es similar al que han previsto para la cimentación de la torre de Pastriz, siendo el tamaño de esta la tercera parte de la Torre Nueva, tanto en planta como en alzado. Está claro que lo que proyectan es un recalce y no un cimiento para una obra de nueva planta. También alegan que el formato del ladrillo es el propio del siglo XVI, cuando vino siendo un formato habitual en esta tierra a lo largo de los siglos. Dicen que la construyeron para que fuese la “torre del reloj”. ¿Por qué vemos en cualquier ciudad una “torre del reloj” con este ocupando el lugar principal, como debe ser, y aquí lo encajaron de mala manera, tapando un ventanal y rompiendo parte de la obra circundante? ¿No será que estaban aprovechando una torre preexistente?
IMAGEN TOMADA DE LA TESIS DE JAVIER PEÑA 

 Claro que hay constancia de un contrato de esa época por el que se encarga la instalación del reloj a un relojero y las obras a un albañil, pero resulta que se reparten el presupuesto en 2/5 para el relojero y 3/5 para el albañil. Aun los menos entendidos en construcción comprenden que esa desproporción entre el coste del reloj y el de semejante obra, si hubiesen tenido que hacer la torre entera, es totalmente inverosímil. El coste del reloj hubiese sido una pequeña parte del total. ¿No será que las obras que entonces se planteaban correspondían a la adaptación de la torre para la instalación del reloj?

Otra cosa que descubrimos en el documento de Gómez Urdáñez es que ¡hasta 1571 la torre no estuvo aislada, cuando se derribó el último edificio que aún estaba pegado a ella! ¿Alguien puede concebir que esa torre se construyera pegada a unos edificios preexistentes y que no fuesen esos edificios los que se le fueran adosando como ha ocurrido con tantas otras torres, iglesias, etc.?

Se afirma que “sugerir un origen andalusí frente a los datos precisos aportados por la documentación histórica no favorece la reputación del proyecto”, calificando de “expertos” a los que defienden la postura tradicional (que, ya ven, se desmorona por sí sola) y excluyendo, por tanto, de esa consideración de “expertos” a quienes, desde su especialidad de arquitectos, su larga experiencia descubriendo las tripas de nuestros viejos edificios, arañándolas con sus propias uñas y muchos años de estudio e investigación, han llegado a conclusiones al fin coherentes que coadyuvan a poner nuestro patrimonio arquitectónico en el lugar histórico que merecen: una arquitectura andalusí de ladrillo y yeso, precedente de nuestro mudéjar aragonés (arquitectura tagarina) y de buena parte de la arquitectura islámica del resto de la península. Lo que tenemos aquí es algo único en todo el mundo. Me parece, cuando menos, poco respetuoso con estos profesionales que, por otra parte, nada se echan al bolsillo con su labor de investigación y sí algún desprecio, como pueden ver. Las instituciones aragonesas (diputaciones, departamentos de Cultura, Patrimonio, Turismo, Educación, universidades, medios de comunicación, etc.) harían bien en ponerse las pilas para el reconocimiento de este patrimonio tan nuestro en lugar de mirar hacia otro lado.

Existe ya algún anteproyecto para esa nueva realización. En lo que podemos saber hasta ahora, parece que se plantea una estructura metálica, que supondría el alma resistente de la nueva torre, para forrarla con ladrillo caravista reproduciendo las formas y decoraciones que tenía la original. Plantean el refuerzo interior de la obra de ladrillo mediante hormigón armado, encofrando interiormente y rellenando el espacio entre ladrillo y encofrado. Quizás no han tenido en cuenta el gran problema que supone la combinación de ambos materiales: por una parte, la estructura metálica (muy resistente, pero también muy elástica y con importantes oscilaciones para esa altura) y, por otra, la fábrica de ladrillo (fuerte, pero frágil, pues no admite deformación alguna sin fracturarse). Se trata de materiales con comportamientos muy diferentes ante fenómenos de oscilación y de dilatación térmica, y los paramentos de ladrillo se llevarían la peor parte. Resultaría mucho más lógico desde todos los puntos de vista (económico, racional, duradero y buenos resultados a largo plazo sin necesidad de mantenimiento) ir levantando por tramos cortos la envolvente de ladrillo (pueden ser de unos 3 metros) y reforzarlos interiormente con hormigón gunitado. El cálculo estructural del conjunto determinará el espesor de ese hormigón y las armaduras a colocar dentro del mismo, que puede ir en disminución a medida que se va ganando altura, con lo que la inclinación exterior de 2,89º puede verse disminuida en el interior, favoreciendo la ejecución de la escalera pegada a los muros perimetrales (como siempre estuvo) y la instalación del ascensor en el centro. De esa forma, se conseguirá un conjunto autorresistente sin necesidad de esa compleja estructura metálica, a la vez que una obra mucho más económica, ahorrando, además, costosas labores de encofrados y desencofrados. Por supuesto, la estructura del gran chapitel sí que procede hacerla metálica, pero no así los 60 m de altura de torre de ladrillo.

También, ya que lo que se plantea es rehacerla con la misma inclinación que tenía, habría que reproducir esta fielmente, es decir, con el primer tramo recto, el segundo -y más largo- inclinado y la coronación con el chapitel también verticales, algo a lo que parece que se renuncian, pues lo que se propone es hacerla toda ella inclinada desde la base hasta el vértice del chapitel. Claro, la solución de esa estructura metálica se complicaría notablemente. Realmente, esa torre inclinada en toda su altura nunca existió y hacerla de esa manera supone una traición al verdadero relato de los avatares que sufrió la torre hasta llegar a esa forma que finalmente tuvo. La obra de ladrillo con el gunitado interior, además de una mayor rapidez y sencillez de ejecución, facilitan cualquier geometría sin ninguna dificultad añadida y la cimentación con el micropilotaje posibilitaría esa construcción sin mover un solo ladrillo de los restos arqueológicos.

1 comentario:

Rockberto dijo...

¡Qué fácil se me hace entender lo que dices! No sólo por tu grato y ameno estilo literario: explicas la lógica de forma sencilla... y aplastante