No es fácil comprender la actitud de la historiografía oficial en relación con ciertos argumentos que presentan una lógica digna de tener en cuenta y que, además, resuelven lagunas que quedaban en medio de contradicciones evidentes.
Me refiero a la falta de reconocimiento del legado andalusí, el cual, se ha limitado exclusivamente a aquellos casos tan visibles que su negación resultaba totalmente imposible. Estos casos evidentes son, en cuanto a arquitectura se refiere, la Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada, la Giralda de Sevilla, la Aljafería de Zaragoza, algo de Toledo y poco más. Eso sí, lo admitimos, lo hacemos tan nuestro y nos sentimos tan orgullosos de ello como también lo hacemos con la Basílica del Pilar o las catedrales de Burgos, Santiago de Compostela o Sevilla -por poner varios ejemplos-, afortunadamente, claro que sí. Sin embargo, en lo demás, ¿por qué ese afán de echar tierra encima de todo lo que pueda oler a “moro”?
Este empeño por borrar todo lo hispano-musulmán de estas tierras debió de comenzar cuando el Cardenal Cisneros ordenó en Granada la quema de libros escritos en árabe. Como dijo el poeta alemán Heinrich Heine, "allí donde queman libros, acaban quemando hombres’’.
Se implantó una política de uniformidad (confundiendo "unidad" con “uniformidad”), por la cual, se habría de imponer la religión católica sobre las demás, expulsando a los judíos y obligando a los musulmanes españoles a bautizarse, pasando éstos a denominarse “cristianos nuevos” o “moriscos”. Su definitiva expulsión (en Aragón supuso la pérdida de la quinta parte de la población, en 1610) constituyó uno de los hechos más oscuros y crueles de la historia de España, ejecutado, incluso, contra la voluntad de la nobleza y del resto del pueblo. A partir de ahí, se estableció en la sociedad española una noción de “tema tabú”al respecto, como algo sucio que olvidar. De esa manera, quedaron condenados al olvido, no sólo un gran elenco de españoles ilustres, que no tenían otro delito que llamarse Ibn Hayyan, Abul Qasim, Al-Yazzar, etc., en lugar de Pedro, Lorenzo o Francisco -verbigracia-, que, aunque ahora nos cueste creerlo, en esta piel de toro hubo gente que se llamó de esa manera sin ser menos españoles que los otros.
Se “reconquistó” la tierra, pero no la cultura. Algo lamentable, aunque ahora a mucha gente le cueste verlo así porque lo ven desde la perspectiva actual y no son conscientes del progreso que aquella cultura supuso, no sólo para España, sino para toda Europa. El caso es que quedó instaurada una actitud visceral contra lo árabe y ni siquiera se dio la posibilidad de adquirir unos mínimos conocimientos de esa lengua a cualquier universitario de letras que sintiera curiosidad por acercarse a esa cultura que había sido tan española. Obras de algunos de esos genios universales (españoles, insisto) hay que leerlas en inglés o en francés, porque no se han traducido todavía al español.
Las formas en que hoy conocemos nuestra historia vienen desde el siglo XIX, las cuales fueron estructuradas desde el punto de vista religioso que imperaba en la sociedad de aquella época, ya desde siglos atrás. Con los años, la orientación de la cultura se ha ido haciendo más laica y científica, pero persisten ciertos enfoques que siguen, en el fondo, impregnados de aquella religiosidad excluyente. Por poner un ejemplo: hoy en día, ya no se rechaza por motivos religiosos la teoría de que la torre de Tauste fuera construida como alminar, pero sí se rechaza porque contradice la historiografía de siempre –ésa que viene del siglo XIX-, en la que siempre se ha considerado un campanario. Es decir, persiste la doctrina que de aquello derivó, rondando a veces lo irracional y tan anclada en el pensamiento colectivo que, a menudo, ni siquiera a los intelectuales más laicos les chirría, prefiriendo quedarse con los postulados de siempre, por comodidad, inercia, etc. Este fenómeno tan "español” destaca especialmente al compartir las nuevas teorías con especialistas extranjeros, por la gran diferencia de actitud. Se muestran mucho más receptivos, debido, claro está, a que sus mentes no están contaminadas por todo ese poso que subyace subliminalmente en nuestra sociedad. Incluso, han tenido la posibilidad de estudiar a esos sabios nuestros en su lengua (inglés o francés), mientras que los de aquí no.
En alguna ocasión se nos ha dicho que no nos podemos quejar de la actitud desdeñosa de los ámbitos universitarios, si nosotros no nos hemos preocupado de darles a conocer nuestros progresos. No vale esa excusa.
Ya en 1937, el profesor Íñiguez Almech publicó un artículo sobre “Torres mudéjares aragonesas”, donde hablaba de un pergamino de 1243 por el que el Monasterio de San Juan de la Peña, cedía a la villa de Tauste los diezmos y primicias que de ella cobraba para que atendiera “a la terminación de las obras de la torre e iglesia, campanas y vestiduras”. También hablaba de la existencia de la torre vieja de la Seo “incluida dentro de la actual”, así como de la certeza de que tanto ésta como la de Tauste hubieran sido alminares. Lamentablemente, ese pergamino fue destruido durante los hechos revolucionarios acaecidos en Tauste en 1934, pero Borrás Gualís, Catedrático de Historia del Arte Moderno y Contemporáneo de la Universidad de Zaragoza, despachó de un plumazo tal afirmación porque no convenía a su datación de finales del siglo XIII, la cual se basaba en unas comparaciones que establecía con la iglesia de San Pablo, de Zaragoza, por cierto, bastante forzadas. Al profesor Íñiguez se le tachó poco menos que de fantasioso y se ponía en duda su capacidad para interpretar esos documentos, tratándose de un personaje que precisamente destacaba por su exquisita prudencia y rigurosidad de planteamientos. En cuanto a la existencia del alminar octogonal dentro de la torre barroca de la Seo, también se despacharon diciendo que sólo se limitaba a un cuerpo en la parte baja y que no era sino un capricho del arquitecto italiano que había diseñado esa torre. Sólo hay que subir por esa torre hasta el campanario para comprobar que dentro de la torre cuadrada hay una octogonal, como las de Tauste o San Pablo, pero todavía de mayores dimensiones que éstas. No creo que nadie medianamente entendido tuviera el valor de negar que aquello es indudablemente medieval y que, de barroco, sólo tiene la envolvente exterior y la parte de arriba. El problema es que no está abierta al público, pero ahí está.
Agustín Sanmiguel Mateo es otro de los ninguneados por los mismos estamentos. Desde los años 80, son numerosos sus trabajos y publicaciones donde detecta detalles de mucho bulto, a través de los cuales demuestra la invalidez de las dataciones oficiales dadas para muchas torres, principalmente situadas en las comarcas de Calatayud y de Daroca, que son las que más estudió, siempre con argumentos claros y evidentes. Su obra estrella, a este respecto, es el libro titulado “Torres de ascendencia islámica en las comarcas de Calatayud y de Daroca”, editado por el Centro de Estudios Bilbilitanos (Institución “Fernando el Católico”), Calatayud, 1998.
Paralelamente, el arquitecto Javier Peña Gonzalvo, al recibir encargos de restauración de torres e iglesias mudéjares, levanta planos de las mismas, lo que le permite un profundo conocimiento de sus estructuras y relaciones formales. Encuentra importantes contradicciones entre la realidad y lo escrito por los historiadores del arte y se ve abocado a buscar una coherencia que, a menudo, pasa por el reconocimiento de aquellas partes que se evidencian como más antiguas (generalmente, las torres) en otro contexto anterior, que no puede ser otro que la época taifal. De esta forma, da sentido lógico al nacimiento del arte mudéjar, como un estilo autóctono que representa la continuidad de una arquitectura preexistente en estas tierras, en lugar de aquella explicación tan forzada que consistía en afirmar que venían de inspiración almohade. También son numerosas las publicaciones de este arquitecto en este sentido, siendo de destacar el libro “La Cultura Islámica en Aragón” (Diputación Provincial de Zaragoza, 1986), coordinado por José Luis Corral y por él mismo, donde, junto con José Miguel Pinilla Gonzalvo (también arquitecto), daría a conocer estas realidades.
Muchas de las investigaciones de Javier Peña se han publicado en los Encuentros de Estudios Bilbilitanos, pero también en la revista Turiaso VII, donde, en 1987, publicó un articulo titulado “La Seo del Salvador de Zaragoza. Análisis e hipótesis de su evolución constructiva desde su origen como mezquita-aljama hasta el siglo XVI”. Aquí describe extensamente las razones de su orientación al SE, alterando la trama viaria romana, los ábsides al Norte, la Parroquieta, el alminar oculto en la torre de Contini, etc. Las excavaciones arqueológicas posteriores no desmintieron sus hipótesis, aunque las conclusiones de los arqueólogos (que, por cierto, no entraron a valorar algo tan importante como es el interior de la torre, vayan a saber por qué) fueran diferentes.
En 1992, comienza su colaboración con la asociación “Torre Nueva”, de Zaragoza, con motivo del centenario de su derribo. En sus investigaciones advierte que el repertorio arquitectónico es medieval y no del siglo XVI (datación oficial de la construcción de esa torre). En ese siglo ya se detecta una inclinación de más de dos metros, “pocos años después de haber empezado a construirla”. Como arquitecto razona que, para cualquier profesional de la construcción que le ocurra esto, lo más lógico es ordenar su demolición… a no ser que la torre existiera ya desde antiguo. Repara en otro detalle sobre esta misma torre: ¿cómo puede ser que construyeran una “Torre del Reloj” sin sitio para el reloj? (estaba chapuceramente superpuesto sobre la misma).
También en 1992 se está restaurando la Parroquieta de la Seo. El arquitecto restaurador de la misma, advertido por Javier Peña de su posible origen islámico, le invita a verla de cerca y afirma que el ábside románico inmediato se apoya sobre la Parroquieta (para entendernos, una obra del siglo XII que se apoya sobre otra “datada en el XIV”, extraño, ¿no?). La demostración de su origen anterior era ya muy evidente, dada la ruptura estrepitosa que suponen las ventanas ojivales (del siglo XIV, claramente) sobre un lienzo decorado con una geometría tan perfecta (además de otros indicios). Es en esa visita cuando Peña, desde los andamios, descubre una inscripción incisa en el yeso con la autoría de esa fachada escrita en árabe (aún se ve desde la calle), lo que corrobora la datación en el siglo XI y no en el XIV, pues, en esta época, los alarifes firmaban siempre en latín. La noticia fue publicada en Heraldo de Aragón a toda página, pero siempre hubo silencio total por parte del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza.
Jamás este Departamento se ha manifestado en estos aspectos. No podemos esperar que, de la noche a la mañana, pasen a admitir, sin más, las nuevas conclusiones, pero sí pensamos que no es de recibo que ni siquiera se admitan a discusión. Borrás Gualís, en sus libros sobre el Arte Mudéjar Aragonés, evita cualquier mención al respecto. Después de muchos años de omisión total, en su ediciónde 2008, da el paso de dignarse a hacer alguna escueta alusión. Así, en el apartado correspondiente a la torre de Alagón (tomo I), sobre la datación islámica dada por Javier Peña para esta torre, argumenta, sin más, que “desde luego, las características formales no resisten la clasificación ni la cronología relativa para la torre-campanario”. El rodillo es simple: no se admite nada islámico en Aragón fuera de la Aljafería y, así, nunca existirá cronología relativa que usar. De esa forma, siempre tendrá razón.
Otro caso llamativo es el de Wikipedia, ejemplo claro de que tratan de silenciar estas investigaciones. En el capítulo de la historia de Zaragoza correspondiente al periodo islámico publican el dato ya “ancestral” de que la población de Saraqusta pudo alcanzar los 17.000 habitantes (25.000 según J.L. Corral). Sus fuentes (obligatorias) son historiadores serios como M.J. Viguera. Peña corrige el artículo y dice que pudo llegar a 50.000 habitantes, pero el censor de la enciclopedia, un tal Escarlati, lo borra. Se protesta y se argumenta que este dato proviene de la fuente original, Torres Balbás, quien en los años 50 propuso un censo para las principales ciudades andalusíes basado en su extensión con una misma densidad. Entonces se creía que Saraqusta sólo llegaba hasta el Coso, 47 Ha, 17.000 habitantes. Estaba en un error porque Saraqusta llegaba hasta el Portillo, Puerta del Carmen, Santa Engracia y Puerta Quemada, 140 Ha, 50.000 habitantes. Las excavaciones arqueológicas desde los años 80 han corroborado esta extensión y, por tanto, el error de Torres Balbás. Escarlati insiste y veta, argumentando que “tiene que estar publicado” y no valen esas cuentas. Peña le responde que está publicado desde el s. XII, porque Ibn Kardabus da el dato concreto de que “abandonaron la ciudad 50.000 saraqustíes”. Finalmente, Escarlati, viene a contestar que Ibn Kardabus era un fantasioso y, además, moro. No vale. Veto definitivo.
En mayo de 2010, salió publicado un artículo de mi autoría en la revista “Aragón, turístico y monumental”(SIPA), titulado “Datación de la torre de Tauste”, donde expongo un resumen de mis investigaciones sobre la misma y demuestro el error de la datación oficial, que la sitúa en el siglo XIII, cuando realmente es un alminar del XI, con un llamamiento expreso a la reconsideración de todas estas cuestiones, dada su importancia desde muchos puntos de vista. Si todavía, en aquel momento, les quedaba el argumento de que no pudo construirse semejante alminar en esa época porque no había datos que demostraran siquiera la existencia de una población estable y asentada, en octubre del mismo año se descubre una importante necrópolis, en la que se calculan del orden de 4.500 enterramientos, entre los siglos VIII y XI.
¿Algún motivo más para silenciar todo esto?
Nunca hemos deseado protagonismo ni beneficio personal alguno. Como decía antes, tampoco pretendemos que los historiadores pasen automáticamente a admitir las nuevas consideraciones sin antes mirarlas con lupa, pero no nos parece de recibo esa actitud continuada de desprecio, sin estar abiertos siquiera a una mínima discusión, tratándose, por un lado, del patrimonio arquitectónico más singular que tenemos en Aragón y, por otro, de la institución que debería ostentar la mayor labor investigadora. Cada uno es especialista en aquello que se ha formado, conoce y desarrolla; por eso, nosotros no pretendemos dar a lecciones de historia del arte a nadie, pero los expertos en letras tampoco pueden negar nuestra solvencia para reconocer los edificios desde el punto de vista técnico, y creemos que tienen la obligación de compatibilizar todos los datos para aportar las soluciones adecuadas, en lugar de quedarse tan sólo con las suyas propias. Todavía siguen diciendo que el estudio documental, ése para los que ellos son los más capacitados, es el único que conduce a resultados fiables, insinuando que lo demás son aventuras peregrinas. Supongo que no se referirán a documentos escritos en árabe, ni siquiera a los traducidos de esta lengua al inglés o al francés, porque, aun siendo originarios de nuestro país, no han sido traducidos al castellano. Tampoco a los del siglo XIV, de los que se nos dijo que la mayoría se encuentran sin estudiar. Quizá deberían empezar a explicarnos de qué documentos, pues, han sacado eso de que Tauste, en época islámica, no habría pasado de ser un hisn (lugar fortificado sin identidad de ciudad) o que la torre se construyó como campanario de la iglesia mudéjar. Los historiadores pueden equivocarse como todo el mundo sin dejar por ello de ser personas respetables –y hasta admirables-, pero cuando, ante hallazgos tan innegables como éstos, prefieren ignorarlos y seguir encerrados en su mundo, manteniendo a capa y espada lo insostenible, esperando a que un día los demás nos quedemos callados para que vuelvan a quedar incólumes sus postulados, al menos, ya dejan de ser admirables. No están cumpliendo con lo que la sociedad espera de ellos.
Todo ello, claro está, sin ánimo de generalizar, porque también hemos tenido la suerte de conocer a personas extraordinarias dentro de ese ámbito universitario, que siguen aportándonos esos conocimientos tan necesarios con admirable entusiasmo.
Gracias a todos ellos.
1 comentario:
Los historiadores
“cuando, ante hallazgos tan innegables como éstos, prefieren ignorarlos y seguir encerrados en su mundo, manteniendo a capa y espada lo insostenible,...
El tema me trae a la memoria que hubo un hombre llamado Galileo Galilei que cuando dijo que la tierra no estaba en el centro del universo, que se movía, que era el sol el que ocupaba el centro en torno al cual giraban los planetas entre ellos la tierra. Aquel descubrimiento se enfrento a la verdad institucionalizada: el Vaticano. ¿Como podía él pensar que se había equivocado Aristóteles?, ¿como podía pensar él que las Sagradas escrituras mentían? ¿como podía atreverse él, un ingenuo sabio a pensar que había descubierto algo que fuese en contra de lo que el Magisterio y la Santa Madre Iglesia venían diciendo hacia siglos...
Saludos
JoseRomán
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