Varios autores cuentan en “Los otros españoles 19 Pliegos de Encuentro Islamo-Cristiano” que, en la fachada de la Biblioteca Nacional de Madrid (paseo Recoletos), se encuentran representados unos cuantos personajes seleccionados como la flor y nata de la cultura española. Así, tenemos las estatuas de san Isidoro de Sevilla, Alfonso X el Sabio, Nebrija, Luis Vives, Lope de Vega y Cervantes, y, representados en medallones sobre la propia fachada, las imágenes de Calderón de la Barca, fray Luis de León, Juan de Mariana, Quevedo, Garcilaso de la Vega, Diego Hurtado de Mendoza, Ana Montes, santa Teresa de Jesús, Antonio Agustín, Tirso de Molina y Nicolás Antonio. No podemos entrar a criticar si sobran o faltan personajes pues es imposible establecer un criterio irrevocable para seleccionar tan pocas personalidades de entre las muchas ilustres que han habido en España, aunque, de momento, huele bastante a castellanismo, como toda la historia que se nos ha contado en la escuela (preferencia de lo castellano sobre los otros reinos o estados que hubo en esta península). Pero hay algo muy evidente en el criterio de selección de esos personajes. Resulta que el más antiguo de ellos es Isidoro de Sevilla, que murió en 636 y, el que le sigue en fecha es Alfonso X el Sabio, que murió en 1284. Los demás son ya posteriores. Entre esos dos personajes existe un paréntesis de seis siglos y medio. ¿Qué pasa, que en ese gran periodo de tiempo esta piel de toro no dio ninguna cabecica digna de destacar?
Hablamos de una época en la que España fue el centro cultural más importante de Occidente. Que desde Córdoba, Toledo y Zaragoza se irradió la cultura clásica hacia el resto de Europa siglos antes de producirse el Renacimiento. Se niega la identidad española a muchos hijos ilustres de esta tierra, en todos los campos del saber, como si se tuviera miedo de lo que hubo en Alandalús o se sintiera horror por nuestra historia. Esta tierra produjo una legión de sabios y científicos, españoles todos ellos, como Ben Quzmán (literato cordobés), Averroes (pensador cordobés), Ibn Hayyan (también cordobés, el más grande historiador de toda la Edad Media Hispánica, tanto árabe como cristiana, hasta llegar a Ibn Jaldun y Alfonso X el Sabio), Ibn Al-Arabí (filósofo murciano), Ibn Masarra (filósofo cordobés), Ibn Abbad (místico rondeño), Ibn Sa’id Al-Andalusí (filósofo almeriense que convierte a Toledo en uno de los primeros núcleos intelectuales del mundo, en el siglo XI), Ibn Tufayl (pensador granadino), Ibn Al-Baytar (botánico malagueño), Muhammad Al-Gafiqí (oftalmólogo cordobés), Abul Qasim Al-Zahrauí (cirujano cordobés del siglo XI, quien practicaba la traqueotomía, cauterizaba el cáncer, operaba de bocio, etc., del que se imprimieron sus obras durante el Renacimiento europeo y fue objeto de culto, menos en España), Azarquiel (astrónomo toledano), Maslama Al-Mayrití (filósofo y astrónomo madrileño del siglo X, el “Euclides” de España, de quien, mientras en Europa se admiraba su obra, en España la Inquisición del siglo XV la anatemizaba), Yahya Al-Gazal (poeta jienense), Hasday Ben Shaprut (médico judío cordobés), Yequtiel ben Isaac (poeta judío zaragozano del siglo XI), Abd Allah ibn Ahmad as-Saraqustí y Ali ibn Ahmad ibn Daud (matemáticos y astrónomos zaragozanos del siglo XI), Ibrahim ibn Idris Al-Tuyibí (matemático y astrónomo calatayubí), Yusef ibn Hasday (intelectual judío zaragozano), Ibn as-Saffar as-Saraqustí y Abú abd as-Samad as-Saraqustí (poetas zaragozanos), Alí al-Kirmaní (matemático, filósofo y médico cordobés, que desarrolló gran parte de su obra en Zaragoza), Avempace (gran filósofo zaragozano que desarrolló el pensamiento de Aristóteles), Ibn Paquda (escritor, poeta y filósofo judío zaragozano), Al-Yazzar Al-Saraqusti (poeta zaragozano del siglo XI), Ibn Buqlaris (médico zaragozano judío, autor de un importante tratado de farmacología), Levi ben Yacub ben at-Tabban (poeta y filólogo judío zaragozano)... y un largo etcétera.
La exclusión de todo este elenco de personajes ilustres españoles, que debería llenarnos de orgullo como los que se encuentran en la fachada de la Biblioteca Nacional, tiene sus raíces en la intransigencia cerril y la enfermiza unidad excluyente iniciada por el cardenal Cisneros con la quema masiva de libros escritos en lengua árabe, en la plaza de Bib-Rambla de Granada. Como diría el poeta alemán Heinrich Heine, allí donde queman libros, acaban quemando hombres, y así fue. Se confundió “unidad” con “uniformidad” y se llevó a cabo esa pretendida “unidad” (cuyos verdaderos motivos habría que buscarlos más en el afán de apropiarse de lo ajeno que en una auténtica vocación de crear un gran país) mediante la anulación del otro, aun por los métodos más crueles.
No se trata de pintar como un mundo idílico aquel de la convivencia entre las tres culturas hasta que llegaron los Reyes Católicos y el cardenal Cisneros, pero sí que debemos aprender a distinguir entre andalusíes (musulmanes españoles) y musulmanes extranjeros que, en diferentes momentos de la historia, invadieron esta tierra con sus ejércitos, tratando de imponer su fanatismo e intolerancia religiosa. Se les mete en el mismo saco para confundirles en lo maligno, intencionadamente, quizá para echar tierra sobre muchas barbaridades cometidas con aquellos, con los españoles -con los nuestros-, de las cuales hace ya cuatro siglos. Esto se comprende fácilmente si pensamos que hubo una larga época en la que ser musulmán en España era algo tan natural por haber nacido en este país como lo es ahora ser cristiano por la misma razón. Eso no significa que aquéllos fueran menos españoles que nosotros, cuando tenían generaciones y generaciones de antepasados, todas ellas nativas de la misma tierra.
El caso es que, desde entonces, se impuso una implacable campaña educativa por la cual se excluía de la condición de español todo lo que no fuera cristiano, consiguiendo de esa forma que llegáramos a considerarlo como extranjero sin cuestionarlo siquiera, cuando, realmente, era tan español como todo lo demás. Desde luego, ni era marroquí, ni argelino, ni tunecino, ni nada por el estilo. Así les fue a los pobres moriscos expulsados en 1610 tras más de un siglo de conversión forzosa al cristianismo (en Aragón más del 20% de la población, muchos de ellos ya cristianos convencidos), que, cuando llegaron a las costas del Magreb, fueron cruelmente recibidos por los habitantes de allí, para los cuales, los recién llegados, no eran “hermanos musulmanes” sino “cristianos españoles”, de tez tan blanca como la nuestra.
El resultado fue que se pusieron todos esos siglos entre paréntesis y se borraron todos esos nombres del álbum familiar. Una auténtica traición a la Historia. Se “reconquistó” la tierra, sí, pero no la cultura, y han tenido que ser plumas extranjeras las que nos escribieran la Historia de Alandalús, entre otras cosas, porque nuestros historiadores, además de poseer una actitud visceral contra lo árabe (mentalidad adquirida por esa educación impuesta a partir de entonces), carecían, en general, de unos mínimos conocimientos de la lengua y de la cultura árabes, necesarios para poder acercarse a ellos, carencia que, al parecer, persiste en la actualidad. Obras de algunos de estos genios universales hay que leerlas en inglés o en francés, porque no se han traducido todavía al español.
No podemos valorar lo andalusí porque apenas lo conocemos, y no lo podemos conocer porque nos lo niegan deliberadamente, como vienen haciendo con la arquitectura zagrí, ésta que se desarrolló en Aragón en el siglo XI, que es nuestra y sólo nuestra.
10 comentarios:
¿Se puede añadir algo más?
No lo creo yo: dicho, y bien claro, ha quedado.
Muy bien, Jaime. Y de hogueras, nada.
Muy bien dicho, a ver si vamos cambiando hacia mejor.
Así es, Jaime. Para nuestros hijos, la historia de Al Andalus se reduce a un par de páginas en los libros de texto, y no les suena ni uno solo de esos nombres que citas en la breve nómina de sabios andalusíes. Más de 400 años en los que, como bien dices, la Península se constituyó en un foco cultural de primer orden, pero que interesadamente se han tratado de cubrir con un manto de olvido.
Jaime, cuanto se aprende leyendo en los blog. En este artículo tuyo estoy totalmente de acuerdo en todo, excepto en una frase que me obliga a indagar para recordar algo leído con anterioridad utilizando la red. La frase:
“debemos aprender a distinguir entre andalusíes (musulmanes españoles) y musulmanes extranjeros que, en diferentes momentos de la historia, invadieron esta tierra con sus ejércitos, tratando de imponer su fanatismo e intolerancia religiosa”.
Cuesta ir contra corriente, pero yo que ni soy musulmán ni cristiano, creo hay que ser valientes hasta el final. He leído que en la Hispania visigoda, los árabes y bereberes fueron recibidos por el pueblo con los brazos abiertos, prueba de ello la rapidez de la conquista porque no hubo resistencia a la invasión. “Y aunque el estado visigodo es sometido por los nuevos conquistadores, árabes y bereberes no impusieron sus creencias al resto de Hispania, la islamización de la sociedad peninsular llevará tiempo, no alcanzándose hasta Abderramán II”. “La coexistencia de cristianos, musulmanes y judíos en al-Ándalus ha sido a menudo calificada de modelo de convivencia. La conversión al Islam de los autóctonos no se produjo de una vez, en tiempos de la conquista, sino progresivamente, conviviendo la religión oficial con un apreciable número de cristianos y judíos, hasta su significativa disminución desde finales del siglo X.
JoseRomán
Totalmente de acuerdo, JoséRomán. Cuando hablo de musulmanes fanáticos que invadieron nuestra península, me refiero a almorávides, almohades y benimerines. De ninguna manera está en mi intención excluir las valiosas aportaciones que hizo el mundo islámico a nuestra tierra y que hizo de la misma aquel brillante foco de esplendor en medio de una Europa tremendamente atrasada. Muchas gracias por tu comentario y también, cómo no, al maestro Zagrí, a Rockberto, Psicólogos (no sé quien es, pero gracias), y, especialmente, a nuestro gran Carlos Aurensanz, a quien todos de por aquí le desamos muchos éxitos con sus novelas sobre los Banu Qasi.
Yo creo que lo más fácil para arreglar ese entuerto es solicitar que cambie su nombre por el de Biblioteca Nacional de Castilla y que se lo transfieran a la Espe. Y que con su pan se lo coman.
Hace años que tengo la certeza que no somos nada para el resto de los españoles. Hoy he tenido que apagar la tele para no seguir oyendo lo del día de san Jordi. En mi caso pienso q
que si nos quieren tan poco como para no hacernos aprecio, pues viva Aragón Libre
Muy interesante tu entrada Jaime. Pero los planes de educacion lamentablemente los hacen los politicos ahora y siempre.
Querido amigo, una vez más tu saber me abre los ojos mistrando una vertiente de nuestra cultura que por estar oculta ni podia imaginar que existiera. Una pena ser asi de intolerantes, viendo enemigos por todas partes y en lugar de acercarse para comprender y aprender prevalece la consigna de salir corriendo en direccion contraria, no sea que aquello que no conocemos nos contamine. Que grandes podriamos ser si nuestra mentalidad no hubiera sido tan chiquitita!!!
Gracias, amigo, por tu generosidad al compartir esto con nosotros. Asi aprendemos, comprendemos, amamos y crecemos. Besicos
Una vez más te aplaudo, Jaime.
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