sábado, 9 de enero de 2010

EL CEMENTERIO ZAGRÍ

Después del último artículo sobre alminares zagríes y alminares almohades, en el que desarrollaba análisis de tipo constructivo, esta vez voy a tratar un asunto más “poético” o, al menos, más humano, para que los amigos que tienen la paciencia de seguir este blog no se me quejen por el esfuerzo que les supone seguir el hilo de los argumentos, cuando éstos son de tipo técnico.

Así es que, aunque hace ya más de dos meses de la festividad de Todos los Santos, esta vez voy a hablar de cementerios.

Preguntas como:
-¿Cómo pudo ser el cementerio musulmán de Tahust en el siglo XI?.
-¿Dónde se encontraría?.
-¿Cuál era la forma de los enterramientos?
-¿Qué representaba para aquellas gentes?.
-¿Qué repercusión tenía en la vida social?, etc.
Son cuestiones que voy a tratar de desarrollar a lo largo de este artículo.

En las ciudades medievales cristianas, muertos y vivos se amontonaban dentro del recinto murado, al estar los cementerios dentro de las iglesias o en el entorno de las mismas. Parece ser que los ricos eran enterrados en el interior de los templos (se supone que para estar más cerca de Dios) y los pobres en el exterior. En Tauste, se sabe que el cementerio cristiano estaba en la Iglesia de Santa María (también se encontraron abundantes enterramientos en San Antón). Esto fue así hasta que, a principios del siglo XIX, el gobierno español dictó una norma por la que los cementerios debían sacarse fuera de los pueblos y ciudades, por motivos evidentes de salubridad. Es entonces cuando, en nuestro pueblo, se construye el “cementerio viejo” que muchos conocimos en lo que ahora es el parque de Santa Bárbara, siendo éste el cementerio construido fuera del casco urbano más antiguo que se conoce en Tauste.

Así pues, nos encontramos con que, en la época medieval, en Tauste tuvo que haber tres cementerios:

-El cristiano, ubicado en la Iglesia de Santa María.
-El judío, supuestamente situado en la zona del Camino del Indio (según Miguel Angel Motis).
-¿Y el cementerio musulmán?.

Sabemos que los musulmanes siempre han tenido la costumbre de situar los cementerios fuera de las ciudades, pero pegados a las murallas de las mismas, generalmente ubicados junto al camino principal que llegaba a esa ciudad, de forma que lo primero con que el viajero tropezaba al llegar a las inmediaciones de una agrupación urbana islámica era con la ciudad de los muertos, tradición que habían copiado de los romanos. Lo registra Cervantes, al referir que Crisóstomo, el pastor estudiante, «mandó en su testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro». Parece ser que la intención era poner la ciudad bajo la protección de sus difuntos, como guardianes que impidieran la entrada de ningún mal en el interior de sus murallas.

Al cementerio se le llamaba en Occidente en lengua arábiga “maqbara” (en plural, “maqâbir”). Su fundación constituía un acto generoso, grato a los ojos de Allah. El que la hacía gozaba de beneficios en la otra vida, lo mismo que si hubiera edificado una mezquita, excavado un pozo o reparado un puente.

El cadí (qâdî) y el almotacén (al-muhtasib) eran los encargados en cada ciudad de velar por los cementerios y disponer alguno o algunos nuevos en caso de acrecentamiento de población o epidemia; de demoler las construcciones levantadas abusivamente en su área y de cuidar que no se cometiesen en ellos actos inmorales e impropios a la debida cortesía del lugar.

Cementerio de la ciudad de Fez. Marruecos

En contraste con los cementerios romanos y de acuerdo con la austeridad y el sentido igualitario del Islam, en las necrópolis de al-Andalus no había grandes monumentos funerarios ni mausoleos ostentosos que perpetuasen la memoria de los enterrados, pues, si a la vanidad en vida se la considerada como un defecto execrable, la vanidad póstuma era ya la más pueril e injustificada de todas. Sin embargo, era frecuente la existencia en los cementerios de una o más cúpulas (qubbas) que albergaban los restos de ilustres letrados, ascetas, taumaturgos o varones señalados por sus conocimientos y vida dedicada al Islam, en torno a las cuales se enterraban las gentes para beneficiarse de la influencia espiritual que de ellos irradiaba.

Los cadáveres solían ser enterrados de costado, con la cabeza a mediodía y el rostro hacia la ciudad de La Meca. Las sepulturas de las gentes más humildes se hacían notar con una piedra tosca, sin labrar, hincada en la cabecera, sin letrero alguno. Si se trataba de personas de algún relieve social o económico, las tumbas y la memoria de los que en ellas yacían, acostumbraba señalarse de varias formas:

a) Por dos estelas, gruesas losas rectangulares de piedra o mármol hincadas verticalmente y orientadas teóricamente hacia la ciudad de Meca, una a la cabecera y otra más pequeña a los pies, conforme al rito funerario que exige dos «testigos» limitando la sepultura del creyente.

b) Por una estela muy alargada, de piedra o mármol, de poca altura y sección triangular, sobre un plinto más o menos elevado, rectangular, colocada en el eje longitudinal de la tumba, casi siempre sobre varias gradas o escalones de mampostería o ladrillo. Se las designa con el nombre dialectal marroquí de rnqâbriya.

c) Por un cipo o fuste cilíndrico hincado en la cabecera de la tumba.

d) Por una o dos pequeñas estelas discoidales de cerámica vidriada, clavadas a la cabecera y a los pies de la fosa.

Hay, además, ejemplares esporádicos. Fuera de la clasificación quedan también las lápidas con escritura incisa, casi siempre toscas losas irregulares, de medios beréberes y rurales y formas muy variadas.

En cuanto a la vida en torno a las tumbas, ni tan mezclados con la vida urbana como los cementerios cristianos hasta los comienzos del siglo XIX, ni tan apartados de ella como los actuales -la civilización moderna huye de los muertos, los aleja y frecuenta lo menos posible-, los cementerios islámicos quedaban integrados en el flujo y reflujo cotidiano de la ciudad. El recuerdo de los desaparecidos permanecía siempre presente entre sus familiares y amigos.

Tras el sepelio de una persona venerada, por su rango, sabiduría o buenas obras, las gentes acudían con frecuencia a su sepulcro. Los viernes, sobre todo después del salat al-yümu'a, en la mezquita mayor, los caminos que conducían a los cementerios estaban concurridos por una muchedumbre de ambos sexos, que en ellos se mezclaban. Entre las tumbas, a veces, se levantaban tiendas, en las que las mujeres permanecían largo rato con el pretexto de huir de las miradas indiscretas, buen incentivo para acrecentar el deseo y el vicio de conquistadores y libertinos que, en busca de buenas fortunas, acostumbraban ir a las necrópolis para seducir a las mujeres que las frecuentaban. Esas tiendas, a veces (sobre todo en verano), cuando a la hora de la siesta estaban desiertos los caminos, se convertían en lupanares. Además de los mozos, estacionados los días de fiesta en los caminos, entre las tumbas, para acechar el paso de las mujeres, también acudían vendedores a contemplar los rostros descubiertos de las enlutadas, relatores de cuentos e historias, decidores de la buenaventura y músicos. En suma, los cementerios de al-Andalus eran escenarios en los que rebosaba extramuros la vida, comprimida en las angosturas urbanas; la vida humana con su mezcla eterna de espiritualidad y de concupiscencias y pasiones.

La palabra maqbara se castellanizó bajo la forma «macáber» (origen de la palabra “macabro”).
En la gran cantidad de piedras labradas -estelas y bordillos de las fosas- y ladrillos de los cementerios islámicos, vieron los conquistadores providencial y económica cantera para levantar edificios, sobre todo iglesias, destinados a satisfacer nuevas necesidades.
Un caso especialmente anecdótico es el de Huesca. En septiembre de 1273 cedía Jaime I al convento de Predicadores (Santo Domingo) de esta ciudad las piedras existentes en el «fosal» de los sarracenos para construir su iglesia. A consecuencia de la reclamación de los moros mudéjares, desde Murcia, el 6 de febrero del año siguiente, el monarca donaba a la aljama islámica de Huesca dicho cementerio, en el que no debía de enterrarse desde algún tiempo atrás, pues dice se lo da «para que podáis hacer campo y trabajarlo y roturarlo para provecho de vuestra mezquita y lo que allí se críe sea para el servicio de ella». Por privilegio posterior, extendido en Alcira el 2 de marzo de 1275, Jaime I concedía las lápidas de la Almecora, «cementerio antiguo de los sarracenos», para la fábrica de la catedral (ad opus operis Ecclesie oscensis).

Así pues, volviendo a Tauste, atendiendo a indicios materiales encontrados a lo largo de los últimos años, el cementerio musulmán tendría una extensión importante y se encontraría en el lado Sur del casco urbano, junto al camino de Zaragoza, que, naturalmente, era éste el camino principal que llegaba hasta esta ciudad. El viajero que venía, dejaba el cementerio en el lado derecho del camino, para adentrarse en el arrabal por el trazado aproximado que ahora siguen las calles Santa Ana y Zaragoza, hasta llegar a la medina (centro urbano), a la cual se accedía por la puerta de la muralla que debía de estar en la actual esquina de Berroy.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Importante es la torre...e importante también localizar el más que posible cementerio musulmán de Tauste.
Ánimo y que todo todo, zagries, torre, cementerio... se vaya esclareciendo y trabajando.
Gracias por tu trabajo

Anónimo dijo...

...Interesante,me ha gustado mucho y muy ameno de leer,al no tener como bien dices argumentos técnicos,no ha sido necesario leer y releer para poder memorizar a la primera lo que has querido contarnos ( al menos por mi parte ) .

El recuerdo de mi mente en el apartado del pasado,sección impresiones infantiles,veo claramente cuando se levantó el suelo de la Parroquia en aquellas obras tan grandes que se hicieron para modernizar supongo el Templo,donde entraban camiones dentro , toda una novedad ver esas moles trabajando en el interior,sacando escombros y tal.

El "tal" eran nada mas y nada menos que...calaveras,restos humanos,un osario repartido por aquí y por allá.

Ya en otras ocasiones he nombrado la presencia muy patente de mi padre en mi niñez con vivencias a su lado que son de esas que una nunca olvida,pues bien,con el entraba en la Iglesia , muy preocupado por las obras o sencillamente curiosidad sana de ver como progresaban los trabajos lo cual me dió la ocasión de contemplar como salian restos humanos de los suelos , para nada es necesario que apoye con este comentario lo expuesto por Jaime que las Iglesias y alrededores eran en antaño cementerios pero si que sirve para testimoniar con mi memoria que en nuestro pueblo los enterramientos no fueron diferentes,recuerdo perfectamente el cráneo suelto de su cuerpo de una mujer , digo mujer, porque tenia pelo sujeto con un moño datrás en la nuca que apareció a los pies del Altar.

Me alegraría enormemente, en vez de leer que los cementerios de las tres culturas que convivieron en Tauste debían de estar por aquí o por allá...fuese un aquí estan,en tiempos en los que parece intentamos recuperar nuestras raices en todos niveles,artísticos , necrológicos ,etc.sería interesante saber con exactitud dónde estan esas necrópolis, no creeis?
Saludos.Ana.

Anónimo dijo...

Con tu gran poder de prediccion te invito a que tambien localices donde tenian los moros la parada del autobus

Inde dijo...

Anónimo: con tu gran capacidad de malasombra, te invito a que dejes tus comentarios con nombre y apellidos, para que nos riamos todos de tus gracias. Ahora, se ve que malasombra sí tienes, pero cojones no.