sábado, 27 de junio de 2009

LA TORRE DE LONGARES











De un tiempo a esta parte, por motivos de trabajo, me toca recorrer algunas veces el tramo de la nueva Autovía Mudéjar comprendido entre Zaragoza y Cariñena. A unos 33 Km de Zaragoza, se pasa al lado de Longares y siempre me siento atraído por la visión de su torre. Cualquiera que no la conozca y se la presenten en fotografía, con el paisaje de fondo, puede pensar que se trata de un alminar de algún país del Magreb.

Nunca había estado en Longares. Hace unos días, no pude resistir la tentación y me metí al pueblo. Me llamó mucho la atención su trazado urbanístico: un casco urbano bastante laberíntico (lo cual delata su origen musulmán), rodeado de una muralla con varias puertas que conservan sus nombres originales, dependiendo éstos de la orientación, como, por ejemplo, la Puerta de Valencia.

La iglesia es impresionante; sorprende encontrar un templo tan rico en una localidad tan pequeña. Se trata de una gran construcción renacentista de tres naves en “planta de salón” que recuerda a la Lonja de Zaragoza. Francamente riquísima, tanto por el continente como por el contenido.


Pero vamos con la torre. Vista con más calma, desde su base, se aprecia más todavía su gran singularidad. Extremadamente sencilla: construida en ladrillo, de planta cuadrada, dividida en tres cuerpos sobre un zócalo en talud, rematada con almenas y un torreoncillo octogonal, lo cual recuerda a la de Tauste.

Tiene un “algo especial”, y no es precisamente por su decoración, ya que, en lo que a esto respecta, resulta bastante sobria, sobre todo si la comparamos con la generalidad de las torres mudéjares aragonesas. Es más, podríamos decir que resulta particularmente bella porque consigue serlo sin apenas decoración: tan sólo un recuadro situado en cada una de las cuatro caras, en el cuerpo tercero, compuesto por una cadena de lazos, flanqueada por dos finas cintas de cerámica azul y blanca, con dibujo de puntas de flecha, así como unos platos de color verde en el interior de esos lazos. Estos recuadros enmarcan, cada uno de ellos, dos pequeñas ventanas apuntadas.




¿Qué tiene de embrujo esta construcción tan aparentemente sencilla para llamar la atención de esa manera?. Sus proporciones, sin duda alguna. Su silueta resulta encantadora, incluso para los más profanos en la materia. Recomiendo una visita a este lugar.

De regreso a casa, voy pensando en que, aun siendo muy diferente a la de Tauste, le ocurre lo mismo: a lo que menos se parece es a un campanario y, además, también se encuentra “mal situada” respecto del eje de la iglesia.

Consulto la información disponible al respecto, a fin de conocer su cronología. Los datos más explícitos que encuentro son los que figuran en el libro “Arte Mudéjar Aragonés”, del profesor Borrás. Mis intrigas, lejos de ser mitigadas mediante una esperada explicación razonada y convincente, no pueden por menos que aumentar. Reconoce en el libro, con toda lógica, que la torre es anterior a la iglesia y expone la dificultad para ponerle una fecha rigurosa. Pero, impropiamente, desanima al lector en este intento, argumentando que dado el escaso interés de los datos documentales disponibles, difícilmente se podrá salir en el futuro de la incertidumbre cronológica, preparando, así, el camino para dar cuerpo de dogma incontestable a todo lo que argumenta a continuación.

¿Qué argumenta a continuación?. Sencillamente, datos interesantes, pero tratados con llamativa arbitrariedad. Comenta una noticia encontrada por D. Francisco Iñiguez Almech, procedente del Archivo de la Comisión de Monumentos de Zaragoza, donde decía que “en el año 1424 la torre ya existía de viejo”. También aporta el dato de Mario de la Sala Valdés que recogía la noticia de que entre 1330 y 1470 dejaban los fieles limosnas para la conclusión de la obra de la iglesia, en alusión, seguramente, a gastos de conservación y reparación, así como un testamento de Esteban Gil, de 9 de febrero de 1425, por el que legaba dos florines para la obra de la torre, en el mismo sentido de lo ya comentado sobre posibles obras de reparación. Se trata de tres noticias bastante coherentes entre sí y que parecen llevar a unas conclusiones bastante fundadas.

Sin embargo, de repente da un giro inesperado a todo el razonamiento. Deja de lado todo lo expuesto hasta ese momento y argumenta que no queda otra alternativa que recurrir al análisis de las características artísticas y formales del monumento. Uno, a partir de ahí, espera unas sólidas explicaciones sobre la arquitectura de la torre que permitan establecer su relación con otras construcciones de cronología conocida. Pero no, nada de eso se encuentra. Tan sólo que en los finales del siglo XIV era rector de la iglesia Francisco de Aguilón y el dato de que en dicha iglesia se guarda un cáliz gótico con las armas de ese rector y del arzobispo D. Lope Fernández de Luna. Aduciendo el profesor Borrás que “personalmente siempre había abrigado la hipótesis de que este personaje (Francisco de Aguilón) pudo haber impulsado las obras de la torre de Longares”, pasa directamente a datarla en 1390, así, sin más, añadiendo que sus características corresponden a esa época, sin explicar en qué consisten esas características y por qué. Verdaderamente, si en ellas hay que basarse, resulta una torre bastante única. Debería establecer una relación con otras para dar fundamento a su rotunda afirmación.

Más bien, parece el cumplimiento de un capricho, de una ilusión que, al parecer, se había forjado sobre la relación formal entre este personaje y el nacimiento de esa torre, porque ha aparcado impunemente las otras noticias, cuya procedencia, sin embargo, parecía bastante solvente. De una torre construida en 1390 no puede afirmarse en 1424 que “ya existía de viejo”, ni se puede pensar en obras importantes de mantenimiento y conservación. Además, si se aborda el asunto con seriedad suficiente, sin descartar datos de suficiente peso, la fecha de 1330 tampoco puede pasarse por alto.

Lejos de compatibilizar los datos encontrados, parece forzar las conclusiones a favor de no se sabe muy bien qué intereses. Tampoco apoya mediante explicación alguna la afirmación tan rotunda que hace acerca de que “es menester desechar de entrada que la torre de Longares haya sido ningún alminar musulmán”. Sólo argumenta que su estructura es diferente a la de los alminares porque se trata de una torre hueca, pero es que alminares con este tipo de estructura también hay muchos.

Lo que más sorprende es cuando llegas a leer que sobre los dos vanos apuntados y enmarcados del tercer cuerpo, se encuentran los verdaderos vanos de campanas. ¿Cómo?. ¿Qué vanos?. Miras la fotografía del libro y ves que, efectivamente, en la misma (seguramente tomada a principios de los años 80) aparecen unos huecos que rompían estrepitosamente ese fino recuadro, además de forma totalmente chapucera, pues ni siquiera se habían molestado en dejar unas esquinas decentes, sino que metieron la picoleta y dejaron los ladrillos rotos, tal cual. ¿Cómo se puede decir que ésos eran los vanos verdaderos?.



Estado antes de la restauración



Afortunadamente, cuando llevaron a cabo la última restauración, subsanaron esas roturas y devolvieron a la torre su aspecto original, que es el que ahora podemos contemplar.


Detalle antes de la restauración

En Arquitectura e Ingeniería nos vemos obligados a manejar con cierta frecuencia la topografía y los criterios de orientación. Quizá por esta “deformación profesional” una de las cosas que no pude evitar hacer para tratar de resolver los enigmas que se me planteaban, fue consultar el plano de situación del conjunto de torre e iglesia, para comprobar su orientación. El resultado fue de lo más significativo, pues, cuando lo normal es que en los templos cristianos orientaran sus ábsides hacia el este, en este caso la orientación es nordeste. ¡Qué casualidad!, me dije, otra iglesia mal orientada, como la de Tauste, aunque ésta mira hacia el sureste. En el caso de Longares, nos encontramos inevitablemente ante otro caso de “mala orientación cristiana”, condicionada por la existencia de otra edificación anterior, cuya orientación seguía el criterio de “mirar hacia La Meca”. La torre de Longares, de planta cuadrada, tiene la cara que da sobre el tejado de la iglesia orientada hacia el nordeste, pero la adyacente por la derecha, lógicamente, mira al sureste, orientación que indudablemente tenía la supuesta mezquita que tuvo que haber en época islámica, porque, evidentemente, en aquella época, Longares ya existía como población.

Parece una fijación obsesiva la de negar que en esta nuestra tierra pudiera haber en el siglo XI una sociedad próspera y que dejara unas construcciones tan bien hechas que merecieran ser respetadas y aprovechadas en los siglos venideros. Más bien, al contrario, se manifiesta ese empeño en defender que aquellas gentes no dejaron apenas nada, salvo la Aljafería y cuatro castillos en ruinas perdidos por ahí. Que la arquitectura mudéjar surge de la nada (increíble), como por arte de magia, a principios del siglo XIV, en unas tierras que eran cristianas desde hacía ya dos siglos, pero que imitan a la que desarrollan en las tierras musulmanas del sur, cuya frontera se encuentra a nada menos que 500 Km de aquí, en lugar de imitar las corrientes cristianas que vienen del norte, como hubiera sido lo lógico, de no haber tenido aquí unos ricos precedentes arquitectónicos que vienen siendo negados sistemáticamente.

Por supuesto que no vamos a caer en la tontería de querer ver un alminar musulmán en cada torre de las catalogadas como mudéjares. El arte mudéjar es algo muy rico y exclusivo nuestro, único en el mundo, del que tenemos que sentirnos muy orgullosos, que nace a finales del siglo XIII, pero no de la nada, sino a partir de esos precedentes no reconocidos por la “oficialidad”, sin los cuales no hubieran tenido sentido esas prácticas constructivas. Más orgullosos todavía tenemos que sentirnos los que tenemos el privilegio de tener en nuestro pueblo uno de esos escasos precedentes que quedan en Aragón, como pueden ser las torres de Tauste y de Longares, entre otras.

Habrá que reivindicar su presencia y decirle al mundo que existen, como cuando D. Francisco Iñiguez le descubrió al general Franco que la Aljafería de Zaragoza era algo más que un vetusto y destartalado cuartel militar, nada menos que el palacio taifal más rico que se había construido en el siglo XI en todo al-Andalus. Que se trata de un arte que lo tenemos aquí, que si el mudéjar es algo único, esto lo es más, pero además, por escaso, mucho más valioso de lo que ya le suponíamos. Tenemos que cuidarlo y conservarlo con sumo esmero, obligación que ya tenemos de forma destacada desde que la UNESCO nos lo declarara Patrimonio de la Humanidad. Ahora tendremos que potenciarlo y decirle a la UNESCO que lo que tenemos es todavía “mucho más” de lo que se pensó. Que dentro de aquel conjunto que se catalogó como "arte mudéjar", existe un subconjunto especial, "la crème de la crème", el "padre" de todo lo demás.

Para empezar, habrá que poner nombre a este conjunto de escasas construcciones antiquísimas, diseminadas por la geografía aragonesa, porque hasta ahora, como ha sido negado, no ha tenido ni eso. Javier Peña, arquitecto y gran investigador de todo este asunto, lo ha bautizado como “arte zagrí”, en memoria a las personas que las construyeron, los zagríes, que es como ellos mismos se autodenominaban. Los moros aragoneses, cuando tuvieron que emigrar al Magreb, gustaban distinguirse del resto de los moros españoles utilizando esta denominación.

De esa forma, distinguiremos entre “arte zagrí”, como el desarrollado aquí por los habitantes de estas tierras en época de gobierno musulmán (principalmente siglo XI), y “arte mudéjar”, como el desarrollado por alarifes mudéjares, es decir, musulmanes que se quedaron a vivir en estas tierras después de la conquista cristiana y que desarrollaron una arquitectura al servicio del poder cristiano.

5 comentarios:

miguelgato dijo...

Llevo mucho años oyendo a mi padre decir que Borrás que sí, pero que no...
Cuando dijo que los grabados de la torre de Tauste eran "artes confusas" o algo así es cuando ya le pilló algo de mania.
Pa colmo una vez que tuvo ocasión de hablar con él, no salio muy contento de lo que oyó.
Reuniendo lo tuyo y lo de mi padre creo que podemos afirmar que Borrás es un investigador "maldobla". En todos oficios hay gente que se escaquea y se mueve por la ley del mínimo esfuerzo, he aquí el ejemplo de que este comportamiento también se da en eruditos.
Por cierto, la torre de Longares da gusto verla ya desde la carretera y hay un vino pr allí, el "Torrelongares" que esta muy rico.

Un abrazo.

ZAGRÍ dijo...

Creo que llegaremos lejos. Tú incides en aspectos que yo no consideraba. No obstante, ¿como puede Borrás afirmar que no es alminar porque no tiene contratorre, es decir, que no tiene estructura de alminar, s, según él, no se conserva ninguno? ¿con cual compara?.

JAIME CARBONEL dijo...

Te agradezco, Javier, tu comentario, pero quiero pedirte que seas un poco más explícito en los aspectos que mencionas y, sobre todo, en las consideraciones respecto a Borrás. Si él no tiene ninguna torre con la que comparar, seguro que tú ya tendrás algunas en la manga. Extiéndete un poco, anda, para que podamos entenderte todos.

Rockberto dijo...

Sí, explicitaos más, que esto es apasionante... en todos los sentidos. No es menudo lo de que Borrás pueda ser un maldobla o un malfainero, pero la enjundia, el meollo, lo verdaderamente importante, insisto, me está apasionando.
Venda, deleeeeen

ZAGRÍ dijo...

Una de las razones "oficiales" aducida para "justificar" lo cristiano de la torre es la ausencia de contratorre, de la que sí disponen los "alminares almohades". Pero la alcazaba de Calatayud, hasta ahora considerada del s. IX (el el blog de Zagr Alandalús propongo como fecha más adecuada el s. XI), tiene dos de sus torreones cubiertos con bóveda de cañón, lo mismo que la torre de Longares. O sea, que también es zagrí.