martes, 18 de junio de 2024

¿UNA NUEVA "TORRE NUEVA"?

Mucho se está escribiendo últimamente sobre una reciente iniciativa de reconstruir la Torre Nueva de Zaragoza, aquella grandiosa torre de 81 m de altura, inclinada, que fue demolida en 1892 con la excusa de que amenazaba peligro de caída debido a su inclinación y que, al parecer, más bien fue una excusa que una causa real. El caso es que a la silueta de Zaragoza se la privó de aquel elemento singular, barbaridad comparable a si ahora -para que me entiendan- quisieran privar a Pisa de su famosa torre alegando la misma causa. Muchos calificaron aquello, con mucha razón, como un auténtico turricidio. No es mi objetivo aquí entrar en la polémica de si es procedente o no este nuevo proyecto a estas alturas. Hay opiniones encontradas y todas son respetables (si se hacen desde el conocimiento y la mesura, claro está).

He tenido ocasión de leer recientemente un artículo en Heraldo de Aragón donde se vierten unas afirmaciones que no se corresponden con la responsabilidad esperable de un profesional de la especialidad de su autor (arqueólogo e historiador). Hace alusión a la enorme pérdida que ocasionaría esa nueva construcción porque -según dice- se destruirían los restos que quedan de esa torre bajo el pavimento de la plaza de San Felipe.
RESTOS ARQUEOLÓGICOS DE LA TORRE NUEVA EXISTENTES BAJO EL PAVIMENTO

 Efectivamente, lo que queda es una obra de unos 4 m de profundidad, de los cuales 1,5 m, aproximadamente, lo componen el verdadero cimiento de “hormigón de yeso” (aunque dijeron que era argamasa de “cal y canto”), sobre el que se asientan varias hiladas de ladrillo que ocupan toda la planta de la torre y, finalmente, desde esa cota arranca la construcción de la torre propiamente dicha, formada por una torre exterior de unos 2 m de espesor y otra interior, de unos 70 cm de espesor, todo ello de ladrillo sentado con pasta de yeso, por entre las cuales discurría la correa de la escalera. Lo que se ve principalmente en la foto es la torre interior; la parte de obra gruesa que se ve en el entorno, aunque no completamente, sería la torre exterior (no confundirse con el cilindro que aparece en el medio, hecho con ladrillo colocado a panderete, que no es ni mucho menos la torre interior ni supone elemento estructural alguno).

Alegra percibir la preocupación del autor de este artículo por la preservación de estos restos como “una reserva ingente de materiales para futuras investigaciones” después del largo silencio mantenido durante años. Sin embargo, a continuación lanza una propuesta tan estrambótica como que la nueva torre sea erigida en otro lugar de la misma plaza de San Felipe. No se entiende, si siguen ahí enterrados esos restos, cómo van a servir para esas futuras investigaciones.

No es nada reprochable que un arqueólogo carezca de conocimientos suficientes sobre las últimas tecnologías en cuanto a cimentaciones especiales, como tampoco lo sería que un arquitecto ignorara conocimientos propios de la especialidad del arqueólogo, en cuyo caso, si osara argumentar inopinadamente sobre aquello que no sabe, le tacharíamos, cuando menos, de imprudente y le aconsejaremos que se informara antes de ponerse en evidencia. Pues lo mismo al revés. No procede desarrollar aquí el modelo adecuado para esta cimentación, pero sí puedo adelantar que existen sistemas de micropilotaje poco o nada invasivos y altamente eficaces. Facilitarían la puesta en valor de esos restos y su exposición permanente en el propio lugar mediante un suelo acristalado o como el arquitecto autor de ese proyecto tuviera a bien diseñar. También parece manifestar gran interés por que se avance en futuras investigaciones. Sin embargo, ignora deliberadamente las que se han producido en los últimos años y que culminan en la tesis doctoral del arquitecto Javier Peña Gonzalvo, titulada “Arquitectura islámica de ladrillo y yeso de Saraqusta”, obteniendo el reconocimiento de cum laude. En esta tesis se demuestra que la torre se había construido en el siglo XI, época de la taifa de Saraqusta, circunstancia que le añade un valor histórico excepcional. ¿Por qué desprestigiar su verdadero origen andalusí? ¿Qué prejuicios viscerales subyacen sobre lo que dio de sí el siglo de oro de Saraqusta, 1018-1118, y de lo que podemos y debemos sentirnos bien orgullosos?

La historiografía tradicional no reconoce otro legado de aquella época que el palacio de la Aljafería. Respecto a esta torre, siempre sostuvo que comenzó a construirse en 1504. Se da por bueno y absoluto el trabajo publicado por Carmen Gómez Urdáñez, el cual no me atreveré a criticar desde el punto de vista histórico, pero tiene contenidos que, desde el punto de vista constructivo (que es de lo que entiendo y así lo reivindico), resultan totalmente insostenibles. Como queda demostrado en los edificios que aún quedan de los siglos XV-XVI en la plaza de San Felipe, la cota del suelo ya era aproximadamente la misma que ahora. Se comprende que el fondo de la excavación lo bajaran hasta donde estimaran oportuno, pero, ¿por qué hacen 2,50 m de torre de ladrillo enterrada y no rellenan con argamasa hasta enrasar con el suelo de la calle como en todos los sitios? ¿Dónde se ha visto entrar en una torre a nivel del suelo de la calle y bajar escaleras hasta esa profundidad y sin llegar a ningún sitio? ¿Por qué, a continuación, rellenan el espacio entre ambas torres concéntricas con argamasa? Era más fácil, rápido y barato haber llenado toda la cimentación con argamasa una vez abierto el gran foso y ahorrarse la obra de ladrillo. Además, viendo que el terreno salía flojo (aquellos alarifes no eran tontos), el contacto íntimo entre la argamasa y el perfil del terreno excavado hubiese aportado mayor resistencia a la sustentación de la torre, tanto para prevenir vuelcos como asentamientos, al contar con la colaboración del rozamiento del terreno. No así con la obra de ladrillo porque se queda totalmente suelta respecto a la tierra que la envuelve. La explicación la encontramos en que esa cota de -2,50 m era la propia de la época andalusí y sobre ella se erigió la torre, previa excavación de 1,50 m y relleno de argamasa de yeso como cimiento. Tras la conquista cristiana, la zona quedó abandonada y, cuando se recuperó, se hizo sobre las enronas que allí yacen todavía. Lo más curioso es que a toda esa obra enterrada le atribuyen un plazo de duración de unas pocas semanas. Para los medios de que se disponía entonces, semejante obra tuvo que durar del orden de un año.

Sostienen que se construyó en 15 meses (la torre completa, incluida toda esa cimentación), aunque después se prolongara unos años por reparaciones y acabados, y se basan en un documento elaborado por el coronel ingeniero Bernardo Lana en 1758. Desde la experiencia en construcción, resulta increíble un plazo de ejecución inferior a 8 o 10 años para una obra de esa envergadura, fuera en el siglo XI o fuera en el siglo XVI. En dicho documento mencionan los nombres de varios maestros de obras que inspeccionan la cimentación en 1504 para que tenga la suficiente estabilidad, entre los cuales, curiosamente, no aparece el del maestro de obras adjudicatario de la obra. Raro, ¿no? Si la obra se erigió en tan poco tiempo y después se inclinó, ¿cómo es posible que la parte inferior permaneciese recta, el tramo siguiente (el más largo) se inclinase y, finalmente, su coronación también quedase vertical? ¿No será que la torre ya estaba allí desde antiguo, se había inclinado y habían llamado a esos maestros de obras para que inspeccionasen la cimentación y proyectar el recalce oportuno para asegurar el edificio? Por supuesto, el último cuerpo y el chapitel eran de época más reciente y, aunque los habían montado sobre la torre ya inclinada, los pusieron verticalmente, como es lógico.

Así, pues, aquellos maestros de obras dictaminaron que había que ensanchar el cimiento y rellenar con argamasa los espacios huecos entre la torre exterior y la interior para bajar el centro de gravedad de la torre. A continuación, la forraron verticalmente hasta cierta altura para reforzar todavía más su base (véase la foto del encabezamiento). Curiosamente, la propia autora de ese trabajo se extraña de que el cálculo de material necesario para esa obra es similar al que han previsto para la cimentación de la torre de Pastriz, siendo el tamaño de esta la tercera parte de la Torre Nueva, tanto en planta como en alzado. Está claro que lo que proyectan es un recalce y no un cimiento para una obra de nueva planta. También alegan que el formato del ladrillo es el propio del siglo XVI, cuando vino siendo un formato habitual en esta tierra a lo largo de los siglos. Dicen que la construyeron para que fuese la “torre del reloj”. ¿Por qué vemos en cualquier ciudad una “torre del reloj” con este ocupando el lugar principal, como debe ser, y aquí lo encajaron de mala manera, tapando un ventanal y rompiendo parte de la obra circundante? ¿No será que estaban aprovechando una torre preexistente?
IMAGEN TOMADA DE LA TESIS DE JAVIER PEÑA 

 Claro que hay constancia de un contrato de esa época por el que se encarga la instalación del reloj a un relojero y las obras a un albañil, pero resulta que se reparten el presupuesto en 2/5 para el relojero y 3/5 para el albañil. Aun los menos entendidos en construcción comprenden que esa desproporción entre el coste del reloj y el de semejante obra, si hubiesen tenido que hacer la torre entera, es totalmente inverosímil. El coste del reloj hubiese sido una pequeña parte del total. ¿No será que las obras que entonces se planteaban correspondían a la adaptación de la torre para la instalación del reloj?

Otra cosa que descubrimos en el documento de Gómez Urdáñez es que ¡hasta 1571 la torre no estuvo aislada, cuando se derribó el último edificio que aún estaba pegado a ella! ¿Alguien puede concebir que esa torre se construyera pegada a unos edificios preexistentes y que no fuesen esos edificios los que se le fueran adosando como ha ocurrido con tantas otras torres, iglesias, etc.?

Se afirma que “sugerir un origen andalusí frente a los datos precisos aportados por la documentación histórica no favorece la reputación del proyecto”, calificando de “expertos” a los que defienden la postura tradicional (que, ya ven, se desmorona por sí sola) y excluyendo, por tanto, de esa consideración de “expertos” a quienes, desde su especialidad de arquitectos, su larga experiencia descubriendo las tripas de nuestros viejos edificios, arañándolas con sus propias uñas y muchos años de estudio e investigación, han llegado a conclusiones al fin coherentes que coadyuvan a poner nuestro patrimonio arquitectónico en el lugar histórico que merecen: una arquitectura andalusí de ladrillo y yeso, precedente de nuestro mudéjar aragonés (arquitectura tagarina) y de buena parte de la arquitectura islámica del resto de la península. Lo que tenemos aquí es algo único en todo el mundo. Me parece, cuando menos, poco respetuoso con estos profesionales que, por otra parte, nada se echan al bolsillo con su labor de investigación y sí algún desprecio, como pueden ver. Las instituciones aragonesas (diputaciones, departamentos de Cultura, Patrimonio, Turismo, Educación, universidades, medios de comunicación, etc.) harían bien en ponerse las pilas para el reconocimiento de este patrimonio tan nuestro en lugar de mirar hacia otro lado.

Existe ya algún anteproyecto para esa nueva realización. En lo que podemos saber hasta ahora, parece que se plantea una estructura metálica, que supondría el alma resistente de la nueva torre, para forrarla con ladrillo caravista reproduciendo las formas y decoraciones que tenía la original. Plantean el refuerzo interior de la obra de ladrillo mediante hormigón armado, encofrando interiormente y rellenando el espacio entre ladrillo y encofrado. Quizás no han tenido en cuenta el gran problema que supone la combinación de ambos materiales: por una parte, la estructura metálica (muy resistente, pero también muy elástica y con importantes oscilaciones para esa altura) y, por otra, la fábrica de ladrillo (fuerte, pero frágil, pues no admite deformación alguna sin fracturarse). Se trata de materiales con comportamientos muy diferentes ante fenómenos de oscilación y de dilatación térmica, y los paramentos de ladrillo se llevarían la peor parte. Resultaría mucho más lógico desde todos los puntos de vista (económico, racional, duradero y buenos resultados a largo plazo sin necesidad de mantenimiento) ir levantando por tramos cortos la envolvente de ladrillo (pueden ser de unos 3 metros) y reforzarlos interiormente con hormigón gunitado. El cálculo estructural del conjunto determinará el espesor de ese hormigón y las armaduras a colocar dentro del mismo, que puede ir en disminución a medida que se va ganando altura, con lo que la inclinación exterior de 2,89º puede verse disminuida en el interior, favoreciendo la ejecución de la escalera pegada a los muros perimetrales (como siempre estuvo) y la instalación del ascensor en el centro. De esa forma, se conseguirá un conjunto autorresistente sin necesidad de esa compleja estructura metálica, a la vez que una obra mucho más económica, ahorrando, además, costosas labores de encofrados y desencofrados. Por supuesto, la estructura del gran chapitel sí que procede hacerla metálica, pero no así los 60 m de altura de torre de ladrillo.

También, ya que lo que se plantea es rehacerla con la misma inclinación que tenía, habría que reproducir esta fielmente, es decir, con el primer tramo recto, el segundo -y más largo- inclinado y la coronación con el chapitel también verticales, algo a lo que parece que se renuncian, pues lo que se propone es hacerla toda ella inclinada desde la base hasta el vértice del chapitel. Claro, la solución de esa estructura metálica se complicaría notablemente. Realmente, esa torre inclinada en toda su altura nunca existió y hacerla de esa manera supone una traición al verdadero relato de los avatares que sufrió la torre hasta llegar a esa forma que finalmente tuvo. La obra de ladrillo con el gunitado interior, además de una mayor rapidez y sencillez de ejecución, facilitan cualquier geometría sin ninguna dificultad añadida y la cimentación con el micropilotaje posibilitaría esa construcción sin mover un solo ladrillo de los restos arqueológicos.

lunes, 2 de mayo de 2022

PREGÓN FERIA DEL LIBRO DE TAUSTE 2022

 

Hola, taustanos y visitantes, amigos y amigas.

Por fin, un año más aquí. Después del parón que nos ha impuesto esta maldita pandemia, volvemos a reunirnos en esta fiesta estupenda que supone la Feria del Libro de Tauste y que este año cumple su vigésimo segunda edición.

Ya me conocéis, pues soy de aquí, y me siento muy feliz de encontrarme hoy en este lugar, en este balcón. Y además de feliz, orgulloso, a la vez que agradecido. No puedo sino tener palabras de agradecimiento a la Organización de esta Feria, de este evento que se ha convertido para nosotros en algo asentado e imprescindible. La Feria del Libro de Tauste supone ya una parte importante de nuestro patrimonio inmaterial, que no es poco, porque, si veinte años no son nada, veintidós ya pueden empezar a ser mucho: el producto de una labor continuada e incansable que debe llenarnos de orgullo. Por eso, ser designado pregonero para este evento, y más todavía, después de estos años de paréntesis, es para mí un gran honor que me llena de satisfacción y agradecimiento.

En este día espléndido, dará gusto volver a contemplar a familias enteras, cargadas con libros y cuentos, recorriendo los puestos que hoy llenan nuestra plaza. Eso significa que, por una vez más, en la noche del 1º de mayo (es decir, esta noche), en muchos hogares taustanos se vivirá la magia de ojear cuentos y de leer en familia. Después de casi un cuarto de siglo desde aquella primera feria, hoy vemos a padres jóvenes recorriendo los puestos con sus niños de la mano y que, un día, fueron ellos aquellos niños que eran llevados por sus padres. Seamos conscientes de este prodigio, de la la importancia de esta transmisión generacional, la forma más eficaz de hacer de Tauste un pueblo culto, porque un pueblo culto siempre será un pueblo libre y próspero.

Se supone que la misión de un pregonero de una feria del libro es animar a la lectura. Pues bien, voy a intentarlo, aun a riesgo de convertiros en lectores empedernidos:

Leer es la mejor herramienta y voy a tratar de explicar por qué.

- En primer lugar, leer te brinda tranquilidad.

- Es un entretenimiento gratuito y reconfortante, pues, aunque los libros cuestan, tenemos bibliotecas donde se pueden pedir libros prestados, todos los que quieras. Puedes seguir pidiendo y pidiendo, para leer una vida entera.

- Leer te ayuda a desarrollar el pensamiento y practicar la concentración de una manera lúdica.

- Te ayuda a reducir el estrés y, por tanto, a mejorar tu salud.

- Te hace más sabio. Nunca sabes en qué momento puedes aplicar algo que aprendiste en un libro, incluso si el libro era de fantasía, poemas o temas inexistentes en el mundo real. Siempre se aprende mucho de un solo libro; además, esta sabiduría nadie te la podrá quitar.

- Leer expande tu vocabulario y mejora tus habilidades. Ejercita tu memoria y estimula tu mente.

- Nos hace comprender mejor el mundo en que vivimos. Nos abre las puertas del conocimiento y da alas a nuestra inspiración e imaginación.

¿Conocéis alguna actividad humana más beneficiosa y gratificante que esta? ¿Algo que llene tanto y que, sin embargo, no engorde?

Leer nos ayuda a ser más intelectuales, a tener una vida más plena. La vida y el conocimiento son inseparables. Solo la vida es más importante que el conocimiento.

El que lee nunca está solo. Le acompañan los personajes que componen la trama de esa historia, real o ficticia, que está leyendo. Pero no es como ver una película en la que todo te lo dan hecho, en la que no puedes imaginar las caras de esos protagonistas porque ya te las dan puestas en la pantalla. Cuando lees una novela, de alguna forma, la estás construyendo tú mismo en tu mente. Convives con esos personajes, los haces tuyos, aprendes con ellos y de ellos, y todo lo que te está contando el autor a través de esas páginas, lo procesas tú a tu manera. Tanto es así que, el resultado final será la suma de los dos ingredientes: por una parte, lo que ahí hay escrito y, por otra, lo que tú, con tu actitud, estás aportando. Al final, será una cosa totalmente personal y subjetiva, diferente para cada lector. En definitiva, una experiencia fascinante. Cuando terminas el libro, sientes la nostalgia de la despedida, de dejar de convivir con esos personajes de las que te has encariñado durante el tiempo que te ha durado esa lectura, hasta que comienzas otro libro.

Por eso, leed, leed, leed… Todos los días. El día que no dispongáis de tiempo, leed también, aunque solo sea una página del libro que tengáis empezado. Aunque solo sea lo justo para no perder el contacto con esa historia. No os importe que ese libro os dure meses. Y si no lo soportáis, cambiad a otro, pero no os perdáis la experiencia maravillosa que proporciona la lectura.

Los libros nos hacen soñar y estimulan nuestra imaginación. No os perdáis lo que se os da en ellos. Leer es la forma más barata de viajar a otros lugares y a otras épocas. Decía Umberto Eco que “quien no lee, a los 70 años habrá vivido tan solo una vida (la suya propia). Quien lee, habrá vivido 5.000 años, porque la lectura es la inmortalidad hacia atrás”. ¿Os parece poco?

No quiero cansaros más. Disfrutad del día y de la lectura, que merece la pena. En realidad, sois vosotros los verdaderos protagonistas de esta fiesta.

Un abrazo para todos y muchas gracias.

 

Tauste, 1 de mayo de 2022.

Jaime Carbonel Monguilán.

viernes, 5 de noviembre de 2021

SAN JOSÉ Y LA PÉRDIDA DE MEMORIA DE UN PUEBLO

 

Cuando una persona comienza a perder la memoria, uno de los síntomas que más apenan a los que la conocieron en sus plenas facultades es la inexpresividad creciente que su rostro va adquiriendo.

El patrimonio arquitectónico tradicional de un pueblo configura algo así como la memoria colectiva de ese pueblo. Las calles, los edificios que las conformaron, el paisaje urbano en sí y aquellos lugares emblemáticos que han sido escenarios de acontecimientos repetidos año tras año, pasando de generación en generación a través de los siglos, son como ese rostro capaz de transmitir multitud de sensaciones vitales y que, a medida que se van perdiendo, el efecto es comparable al de esa persona enferma de Alzheimer.

Es responsabilidad y obligación de un pueblo conservar ese acervo, así como mantenerlo y transmitirlo a las generaciones venideras. No debemos considerarlas de nuestra propiedad porque suponen el derecho de los que nos han de suceder a recibir el legado de nuestros antepasados.

Tauste, desde la segunda mitad del siglo pasado, ha venido perdiendo de manera inexorable e indolente casi todo ese patrimonio, algo que contrasta con ese sentimiento de “saber conservar las tradiciones”. Da mucha pena ver fotografías antiguas de nuestro pueblo y comprobar en lo que hemos caído. Perdimos la plaza con sus altos, el palacio de los Ayerbe y tantas casonas que fueron señoriales en su tiempo y que, con el pretexto del progreso, fueron cayendo una tras otra en aras de la especulación, mientras en otros lugares han sabido rehabilitar, conservar y hasta rentabilizar. Ahora tenemos un pueblo amorfo, fruto del desorden urbanístico que venimos sufriendo desde hace más de medio siglo, donde el mayor infractor ha sido casi siempre el propio Ayuntamiento. Lo peor no es eso, sino que, ante la falta de atractivo, de creación de empleo de calidad y de un futuro ilusionante para los jóvenes, la demografía va en declive, cada vez tenemos más edificios en ruina, solares sin uso en el centro urbano y el valor de los inmuebles decrece de manera importante porque no hay demanda. Padecemos pérdida de memoria y, poco a poco, como pueblo, nos vamos muriendo sin darnos cuenta. Digo "sin darnos cuenta" porque cuando uno es consciente de ello, cuando uno mantiene su vigor mental, se esfuerza por cambiar el rumbo para no abocarse hacia el final, y eso, lamentablemente, no lo veo en Tauste, ni en unos ni en otros.

Ahora nuestra ermita de San José es tristemente noticia porque ya está en la Lista Roja del Patrimonio. Algunos dicen que ya no se puede restaurar. ¡Qué saben ellos! Hace unos años, gastaron una pasta gansa en apear los arcos diafragma con fábrica de ladrillo, con zunchos de hormigón armado y todo. Con esos apeos tan sólidos y costosos (acompaño fotos de hace ya varios años), los arcos, que suponen la estructura fundamental del edificio, no se pueden caer jamás, pero se les podría haber ocurrido invertir en cuenta ese dinero en reparar la cubierta porque de esa forma se hubieran salvado, no solo los arcos diafragma sino también la cubierta. Los que sí están hechos “unos zorros” son los apuntalamientos que pusieron en el exterior para sujetar los muros, por dejadez y falta de mantenimiento. Ahora se da la situación grotesca de que son esos pobres muros los que sirven de apoyo a esos puntales de madera en lugar de ser al revés.

Hace ya nueve años que desde la Asociación Cultural "El Patiaz" se entregó al Ayuntamiento una memoria valorada para salvar San José. Se trataba de una memoria donde se describía su marco medioambiental e histórico, una descripción arquitectónica detallada con un minucioso análisis de su estado, una propuesta razonada de actuación, la justificación de la misma y su valoración económica. Un trabajo de 30 páginas hecho de manera gratuita y que no ha servido para nada. Estará en algún cajón durmiendo el sueño de los justos.

De momento San José ahí sigue, a la entrada de nuestro pueblo, para vergüenza y escarnio de todos nosotros. Esperemos que, si algún día alguien se decide a abordarlo, lo haga con más profesionalidad y cariño que con San Antón. Pero esa es otra historia.







sábado, 28 de agosto de 2021

ZAGRÍ O TAGARINO

 

Me preguntan con cierta frecuencia qué es eso de “zagrí” y qué es eso de “tagarino”. Claro, como es algo que nunca nos enseñaron en las escuelas ni en los institutos… Allá voy.

Cuando se creó el reino de Alandalús en la península ibérica (ya sé que todo el mundo escribe “al-Ándalus”, pero nosotros seguimos el criterio del profesor Federico Corriente, uno de los arabistas más ilustres que ha tenido este país), quedó establecida su frontera superior en el valle medio del Ebro, llamándose esta “ath-Thagr al-‘Alà”, que viene a significar “Marca Superior de Alandalús”. Así pues, los habitantes de aquí eran las gentes del “Thagr” (conviene advertir que el conjunto de las letras “th” se pronuncia “z”). Basado en esto, Javier Peña Gonzalvo, ante la ausencia de un gentilicio para nuestros antepasados debida a ese empeño visceral tan español de echar tierra sobre todo esto, se inventó un neologismo:

ZAGRÍ

La palabrica estaba muy bien razonada, pues, para que la gente no se liara y la pronunciara con el sonido “z”, renunció a mantener la “th” y aplicó la terminación “-í” por ser la más habitual para los gentilicios provenientes de la lengua árabe. Como ejemplos de ello, pueden servirnos las denominaciones “andalusí”, “saraqustí”, “marroquí”, “iraní”, etc. La propuesta de Javier tuvo aceptación hasta el punto de que fue admitida su propuesta de ponerle ese nombre a una céntrica glorieta zaragozana (pueden buscarla en Maps: “Glorieta de los Zagríes”). Aprovecho para contar que no es su único logro en este sentido, pues también consiguió que pusieran el nombre de Mundir I a una calle del casco viejo de Zaragoza. No es lo de menos, pues algo de reconocimiento merece el tal Mundir, zaragozano él, que fue el fundador y primer monarca del reino de Saraqusta, en 1018, cuando el de Aragón todavía no existía, y que bajo su mandato alcanzó este territorio un crecimiento inusitado en todos los aspectos, a diferencia de nuestro gran Alfonso I, quien, cuando entró en Zaragoza justo 100 años después, se encontró una ciudad de más de 50.000 habitantes y en menos de un año se le había quedado en la décima parte, o Jaime I, que, entre otras gracietas que nos hizo, está la de correr la muga entre Aragón y Cataluña del Segre al Cinca, y nosotros, como somos tan “agradecidicos”, les dedicamos las calles más sonadas de nuestra ciudad.

TAGARINO

Resulta que, tiempo después, Javier Peña, releyendo el Quijote, se encontró con que, en el capítulo XLI, que lleva por título “Donde todavía prosigue el cautivo su suceso”, pone esto que aparece en la foto que aquí adjunto: “Tagarinos llaman en Berbería a los moros de Aragón, y a los de Granada, mudéjares”.


Está claro que en el siglo XVII todavía quedaba la raíz que hacía referencia a nuestras gentes del Thagr. Naturalmente, la “h” se había perdido y la terminación “-ino” responde a la forma castellana de crear un gentilicio (alcalaíno, alicantino, etc.). Así pues, el gentilicio árabe de los habitantes del Thagr es “thagrí” (léase “zagrí”) y el castellano es “thagarino” o “tagarino”, dicho y escrito nada menos que por don Miguel de Cervantes en la obra más destacada de la literatura española 
y una de las principales de la literatura universal, además de ser la más leída después de la Biblia.
Quiza deberíamos plantearnos denominar “arte tagarino” a lo que siempre hemos llamado “arte mudéjar aragonés”, más que nada por usar nuestra denominación propia en lugar de la granadina, dicho sea de paso.

Imaginen la satisfacción de Javier, hombre de Ciencias él (es arquitecto), con casi toda una vida ninguneado por muchos de los de Letras que se arrogan la exclusividad de poder opinar y dictaminar sobre cosas de historia y de lengua.

Para todo tiene.

domingo, 14 de febrero de 2021

EL PROBLEMA DEL PATRIMONIO ZAGRÍ DE LA CIUDAD DE CALATAYUD

 

Sobre la figura de Agustín Sanmiguel, ya escribí sendos artículos en 2011 y en 2016. En este último hablaba del homenaje que se le había hecho en Calatayud -su ciudad natal- y me lamentaba del silenciamiento de esa labor tan brillante que este hombre había llevado a cabo en el hecho de detectar cómo una parte de la arquitectura catalogada como mudéjar no lo es tal, sino de época islámica. Entre otras muchas cosas, con gran sagacidad, sentó unas sólidas bases que llevaban a la conclusión de que el claustro de la colegiata de Santa María de Calatayud ocupa el mismo solar de la mezquita aljama, apuntando que sus muros perimetrales pueden ser restos materiales de la misma.



También supo razonar con mucha lógica cómo la iglesia de San Andrés conserva parte de la mezquita que allí hubo y que la torre, salvo los dos cuerpos superiores, no es sino el propio alminar erigido en el siglo XI. Uno de sus mejores libros se titula “Torres de ascendencia islámica en las comarcas de Calatayud y Daroca”, en cuya portada aparece nada menos que esta torre despojada de esos cuerpos posteriores.


Su magna labor sirvió para dinamizar eficazmente la vida cultural calatayubí (a él le gustaba usar este apelativo), despertando el interés por el patrimonio de su ciudad con esa singularidad que nadie antes había sabido detectar, que es el origen andalusí, cuando todo el mundo negaba que, salvo el conjunto fortificado, pudiera quedar nada de aquella época. Resultaba algo muy especial en un país como España donde hablar de arquitectura islámica parece limitarse tan solo a Andalucía y poco más.

Se le tuvo mucha consideración porque a un hombre con semejante inteligencia y capacidad de trabajo, todo ello acompañado de una exquisita prudencia, no es fácil negársela. Pero no era historiador ni arqueólogo; era biólogo.

Hace pocos días salió en Heraldo de Aragón la noticia del hallazgo de un muro de tapial de yeso en el subsuelo del ábside de la colegiata de Santa María de Calatayud, afirmando que se trata de los restos de la mezquita aljama. Evidentemente, dada la potencia del muro, ha de tratarse de un edificio público y no puede ser sino de época islámica, pero llama la atención ese apresuramiento en afirmarlo. Parece entreverse la intención maliciosa de echar tierra sobre los argumentos de Sanmiguel, algo así como “lo que decía este hombre ya no vale porque lo bueno es lo que hemos hallado nosotros”. ¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué no puede ser algo anexo a la mezquita y no la propia mezquita? Las explicaciones de Sanmiguel acerca del claustro son de mayor entidad que el simple hecho de haber encontrado los restos de un muro enterrado, pero nunca han querido que prevalezcan. Parece más bien un afán de dar carpetazo a su teoría cuando, realmente, de lo que debería tratarse es de compatibilizar todo aquello que tiene sentido.

Lo mismo ocurre con la torre de San Andrés, de la que he leído hace poco "lo de siempre" (construcción mudéjar, época cristiana), apuntando simplemente que, para Javier Peña, podría tratarse del alminar de la mezquita del siglo XI. No es exacta esa afirmación ni me parece inocente esa inexactitud: Javier Peña y otros -entre los que me incluyo, además de Agustín Sanmiguel-, no es que pensemos que “podría tratarse de...”, sino que tenemos la seguridad de que ES EL ALMINAR DE LA MEZQUITA DEL SIGLO XI.

Se observa por parte de estos medios dependientes de la Facultad de Filosofía y Letras algo así como cierto autismo colectivo que les impide ver más allá de esas limitaciones que ellos mismos se han impuesto, aunque no falten licenciados realmente competentes. Se impone un silencio y un inmovilismo que lastra de manera perniciosa el desarrollo cultural y turístico tan espectacular del que podría gozar la ciudad de Calatayud.

Haría muy bien Calatayud en sacar pecho y pregonar sin complejos a los cuatro vientos que posee un rico patrimonio zagrí, de ladrillo y yeso, contemporáneo del palacio de la Aljafería, además de su recinto fortificado que abarca diferentes etapas, ya desde la época emiral. Si por parte de los que siguen echando tierra sobre ello existe algún complejo en reconocer las auténticas fuentes de estos descubrimientos (Agustín Sanmiguel Mateo y Javier Peña Gonzalvo) por no haber sido profesionales salidos de la Facultad de Filosofía y Letras, incluso podrían omitirlo, aunque no fuera muy decoroso. Seguro que hasta ellos lo preferirían porque no tienen ese celo tan extremo de la propiedad intelectual, si ello fuera a redundar en beneficio de Calatayud y, por ende, de todo Aragón.

 

viernes, 8 de enero de 2021

OTRA GRAN PÉRDIDA DE OPORTUNIDAD PARA TAUSTE

 

Hace más de siete años publiqué esto en mi blog y me supuso claras muestras de resentimiento por los que se sintieron aludidos. Se trataba de una denuncia ante la falta de apoyo por parte del Ayuntamiento de Tauste en aquel proyecto ambicioso en el que nos embarcamos desde la Asociación Cultural “El Patiaz” de crear un campo de trabajo arqueológico en un solar de la maqbara. En aquella ocasión me quejaba de lo mucho que se había perdido Tauste por esa falta de implicación institucional. Me consta que, lejos de perdonármelo, ese resentimiento y sus efectos han ido en aumento.

Se mostraron dolidos por el estilo ácido que empleé en aquel artículo, pero es que no pude hacerlo de otra manera. Ante la escasa repercusión que aquello tuvo a nivel de promoción de nuestro pueblo de cara al exterior (y la que tuvo fue gracias a El Patiaz), para hacerme entender, comparaba la triste realidad de aquí con cómo se hubiera podido gestionar en otro lugar con decidida vocación de aprovechar las ocasiones que se dan en la vida.

Volvemos a lo mismo, pero a mayor escala, porque lo que ahora se ha destapado son 4.000 m2 de necrópolis en plena avenida Obispo Conget. Lo sabíamos. No era ninguna sorpresa. El asunto era muy importante, tanto como para haber planificado los trabajos minuciosamente, compatibilizándolos con la gran afluencia de turismo que hubiera supuesto de haberlo gestionado adecuadamente. Promocionado como el cementerio islámico más espectacular de Europa en el momento actual de su excavación, Tauste merecía que esa obra hubiese esperado a que pasara la pandemia. Desde el Ayuntamiento tendría que haberse coordinado a los gremios de hostelería y comercio para haber hecho un frente común: “chicos, vamos a hacer esta obra y vamos a petar el pueblo; tenemos que estar preparados para aprovecharlo”. La excavación arqueológica tendría que haberse planteado como un campo de trabajo, donde hubieran venido estudiantes de arqueología de diversas partes del mundo a trabajar gratuitamente, como lo hacen en el yacimiento de los Bañales. Las áreas de actuación debidamente planificadas por fases para minimizar el trastorno a los vecinos. Nada de esto se ha hecho y este tren no volverá.

Menos mal que, en medio de este desierto, El Patiaz supo dar la nota correspondiente y conseguir que nuestra maqbara fuese conocida en todo el mundo en pocos días. Hemos recibido información del mundo islámico acerca de un gran mercado turístico en países como Turquía, Malasia, Indonesia, etc., que recibirían con curiosidad y positivamente nuevos destinos como nuestro pueblo. Encomiable también la labor de José Ángel Cardona y su equipo, que, a pesar de las dificultades impuestas por la pandemia, han conseguido resultados espectaculares de afluencia de grupos, siempre con las medidas de seguridad oportunas. ¡Qué hubiera podido ser esto en tiempo normal! Tal y como le dije al presidente Lambán el día de su visita a la necrópolis: “si importante es el cementerio, casi es lo de menos, porque el cementerio solo es el reclamo; lo trascendente y lo que hay que vender al exterior es el legado que nos dejaron las gentes que aquí fueron enterradas, que es la torre". El cementerio se tapará, pero la torre ahí estará siempre, y en torno a ello, con ganas, con trabajo y con ilusión, se pueden hacer muchas cosas. Aragón, más temprano que tarde, sacará pecho por ese patrimonio zagrí tan nuestro y tan singular, y me da que, al paso que vamos, Tauste, que podía haber ido a la cabeza por una vez en la vida, acabará quedándose atrás o en el olvido por falta de iniciativa local. Ya lo sufrimos en la Expo de 2008 dedicada al agua, donde no tuvo presencia alguna nuestro canal y donde hubo una sala en el pabellón de la DPZ con imágenes del mudéjar de toda la provincia y faltaba nuestra torre.

Causa estupor la falta de ambición de un pueblo donde hay unos colectivos directamente afectados, pero también sumidos en esa pasividad que impera. Tauste se nos muere lentamente desde hace años y no nos damos cuenta. Parece un efecto parecido al de los caracoles cuando se los pone a engañar, que se encuentran muy a gusto en el agua calentica y, a lo que se dan cuenta, ya están muertos. Copio y pego lo que Wikipedia dice de nuestro pueblo después de exponer su evolución en los últimos años: “Tauste se consolida como una de las poblaciones de menor dinamismo de su entorno si la comparamos con …”.

Geográficamente, tenemos una situación privilegiada. ¿Queremos dejarles a nuestros hijos el mejor lugar donde vivir o nos da igual que tengan que buscarse la vida fuera? Siempre he dicho que si Ejea estuviera donde está Tauste, aquí habría una ciudad como Tudela o mayor, y si Tauste estuviera donde está Ejea no sería más que Castejón de Valdejasa, dicho esto con todo el cariño y respeto hacia nuestros vecinos castejoneros, que luchan dignamente por la supervivencia de su pueblo. El progreso o el declive lo traen los dirigentes y la implicación (o falta de implicación) de los diferentes colectivos, y no será porque Tauste no tenga gente brillante en todos los ámbitos, que la hay, pero… ¿y ese conformismo? Se trata de sumar voluntades y no de dividirlas, y está claro que aquí sabemos hacer muy bien tanto lo uno -por fortuna- como lo otro -por desgracia-.

Mientras tanto, así estamos.

domingo, 22 de noviembre de 2020

EL FUTURO DE LA AVENIDA OBISPO CONGET

 

Por fin se va reconociendo la gran importancia que tuvo Tauste entre los siglos VIII y XII. Resulta impresionante la repercusión mediática a nivel internacional que, en estos días, está cobrando nuestro pueblo con las excavaciones arqueológicas de la avenida Obispo Conget, gracias a la labor de la Asociación Cultural “El Patiaz”.

Si importante es el cementerio en sí por todo lo que representa, lo verdaderamente trascendental es el legado que aquellas gentes nos dejaron: la torre de Santa María, signo de la evidente grandeza que tuvo Tauste en aquella época. De ella ya casi nadie se atreve a cuestionar que es una construcción zagrí y no mudéjar. No es un asunto baladí, por el reconocimiento histórico que ello supone. Por poner un ejemplo jocoso: nuestra torre es tan “mudéjar” como la Giralda (que no lo es, por supuesto, y, en todo caso, fue construida aproximadamente un siglo y medio después que la nuestra). Pues bien, a ver quién se atrevería a decirles a los sevillanos que su torre es mudéjar. No lo admitirían, por supuesto, y bien que harían. Pero, al fin y al cabo, aquello es Andalucía, donde parece normal encontrar patrimonio hispano-musulmán. Por eso es mucho más exótico el hecho de tenerlo aquí y debemos sacar pecho los aragoneses para promocionar este patrimonio tan singular.

No podemos desaprovechar este momento. Es de esas cosas que, si no se gestionan en su momento y de manera audaz, se desvanecen en pocos meses y quedan en nada.

LA CLAVE ESTÁ EN QUÉ HACER CON LA AVENIDA

El proyecto aprobado en su día consiste en un bulevar central con un carril de circulación a cada lado del mismo y sendos cordones de aparcamiento en las orillas, por lo que las aceras laterales ya quedan demasiado estrechas, sobre todo en algunos puntos donde, si no lo remedian, ni siquiera podrán cruzarse dos carros de bebés o dos sillas de ruedas.

La pandemia nos está demostrando lo importante que es disponer de amplias zonas peatonales, cuanto más mejor, sin desatender, por supuesto, las necesidades de tráfico, de aparcamiento y de acceso rodado a todas y cada una de las fincas.

Por su situación, orientación y dimensiones, esta avenida reúne unas condiciones estupendas para convertirse en la gran sala de estar de nuestro pueblo. Una zona peatonal en el lado norte (el opuesto al colegio Alfonso I) tendría todas las ventajas: en verano los edificios de ese lado hacen sombra por la tarde, pero en invierno no. Si hace cierzo (el gran inconveniente de nuestra tierra), estaría al abrigo del mismo y en invierno disfrutaría de un espléndido sol casi todo el día. Tenemos que pensar que, cuando nuestro pueblo despegue, en esa avenida puedan establecerse negocios de hostelería al lamín de las amplias terrazas que ahí podrían sacar. Con el diseño ahora previsto -el bulevar central y las aceras estrechas en ambas orillas- esto no será posible. Además, dada nuestra climatología, será inhóspito pasear por ese bulevar sin el abrigo del viento en invierno y sin las sombras de los edificios en las tardes de verano.

Siempre nos hemos quejado de la falta de espacios de este tipo en nuestro pueblo y, ahora que se nos presenta la ocasión, ¿vamos a desaprovecharlo? Claro que hay avenidas con bulevares centrales en otras ciudades y que tienen bastante éxito, pero son, generalmente, vías públicas de mayor anchura que esta y, además, con porches bajo los edificios que las hacen “habitables”. Pero este no es el caso.

La solución que planteamos (me expreso en plural porque me han ayudado Javier Peña y José Miguel Pinilla) es una acera de 2,50 metros en el lado sur (el del colegio, que es el ancho que tienen las calles transversales) y un solo carril de circulación flanqueado por sendos cordones de aparcamiento (que no falten plazas, que son muy agradecidas). De esa forma, quedan 10 metros de anchura hasta el lado norte para toda esa franja peatonal. Los accesos desde las calles laterales que vienen de la zona centro se realizarían pasando los vehículos tranquilamente sobre la zona peatonal. Esos pasos se señalizarían y protegerían con el correspondiente mobiliario urbano (bancos, jardineras, zonas de recreo, etc.), conviviendo ordenadamente peatones y vehículos. Podemos ver esta solución en muchos lugares con bastante acierto, concretamente en el paseo Independencia de Zaragoza y sus adyacentes. La misma solución se aplicaría para las entradas a garajes, que, siempre que se pueda ni se perjudique a nadie, no hay por qué establecer limitaciones ni prohibiciones innecesarias.

La zona de delante del colegio Alfonso I ganaría mucho en calidad como antesala de la entrada y salida de los niños, así como espera de los mayores. Hablamos de casi 6.000 m2 de zona para esparcimiento (la plaza de España de Tauste, para que se hagan una idea, apenas tiene 2.300 m2, porches incluidos).

Ahora nos lamentamos del gran error que supuso derribar el palacio de los Ayerbe y construir ahí el ayuntamiento en los años 70, en lugar de haberlo traído a esta zona. El pueblo quedó comprimido en su centro histórico (que tampoco se conservó), con las limitaciones que ofrecen sus calles, y el ensanche (que ya estaba proyectado por entonces) quedó condenado a varias décadas más de usos de corrales. Total, 50 años de retraso urbanístico y cuando vemos otros pueblos pensamos “¿qué ha pasado en el mío?”. Acertar o no con esta avenida puede suponer un paso definitivo adelante u otro estancamiento de varias décadas más. Esta vía tiene que ser la unión entre el centro urbano y el ensanche para facilitar el desarrollo de este. El diseño propio de una vía de circunvalación (como es la avenida Perimetral de Ejea) supondría una barrera para ello.

Además, existe un problema que, posiblemente, no se ha planteado y que algún día habrá que resolver. El que tenga una solución más o menos satisfactoria depende de lo que se haga ahora. Se trata del ordenamiento del tráfico en el nudo donde confluyen las dos avenidas con la carretera hacia Pradilla y las calles Bretón y Hernán Cortés. La solución deberá pasar por una rotonda, inevitablemente, pero tiene el problema de que no hay demasiado espacio libre para ello. Si por parte de las avenidas Obispo Conget y Sancho Abarca solo confluyera un carril de cada una (el de Obispo Conget que fuera de bajada y el de Sancho Abarca de subida) el nudo se simplificaría bastante, y no por ello se iba a producir colapso alguno en el tráfico, porque la densidad del mismo en estas avenidas es relativamente baja. Lo importante es facilitar el acceso rodado a todos los sitios, para la comodidad de todos los usuarios y residentes en la zona. En el urbanismo moderno se tiende a destinar al tráfico el espacio necesario y todo el sobrante al peatonal, y no al revés, que es lo que se ha hecho hasta ahora en Tauste y que tan ingrato resulta.

En cuanto a la necrópolis, se está hablando de dejar la recreación de una tumba para perpetuar el recuerdo de lo que aquí hubo. Todos sabemos que, más temprano que tarde, acabará siendo tapada y todo quedará en el olvido. ¿Por qué no aprovechar para tener una avenida singular, una especie de “paseo de las estrellas” pero en Tauste? En la zona peatonal, se trataría de colocar unas losas que recuerden las tumbas que han salido, con las formas y tamaños aproximados que tienen. El resto podría ser un pavimento continuo (no de losetas) para evitar los recortes entre baldosas, que es lo que peor queda siempre. Estamos acostumbrados a ver este tipo de pavimentos en zonas comerciales, tanto interiores como exteriores. Hay amplias gamas de acabados y de colores y aportarían un alto grado de modernidad, además de que, económicamente, es más barato que el embaldosado.

De esa forma, la cripta que plantean para guardar los restos óseos podría estar bajo la zona peatonal y procedería poner encima una placa antivandálica con una pequeña explicación trilingüe de lo que representa todo esto (español, inglés y árabe), con esa recreación de tumba al lado que se está proponiendo.

El cambio que aquí se plantea respecto a lo proyectado no es nada sustancial ni en lo técnico ni en lo económico (sé de lo que hablo). Solo se trata de plasmarlo en un plano que modifique lo anterior (puede ser más o menos este que aquí adjunto) y unas pequeñas modificaciones de las partidas presupuestarias a las que afecta, donde se verá que, económicamente, no implica incremento de costes. Todas las infraestructuras que se llevan enterradas hasta ahora sirven perfectamente. Un proyecto no es algo invariable y todavía no se ha colocado el primer bordillo. Todavía se está a tiempo y, por tanto, solo es cuestión de voluntad.

Piénsenlo, por favor, que nos jugamos mucho.