Sobre la figura de Agustín Sanmiguel, ya escribí sendos artículos en 2011 y en 2016. En este último hablaba del homenaje
que se le había hecho en Calatayud -su ciudad natal- y me lamentaba del
silenciamiento de esa labor tan brillante que este hombre había llevado a cabo
en el hecho de detectar cómo una parte de la arquitectura catalogada como
mudéjar no lo es tal, sino de época islámica. Entre otras muchas cosas, con
gran sagacidad, sentó unas sólidas bases que llevaban a la conclusión de que el
claustro de la colegiata de Santa María de Calatayud ocupa el mismo solar de la
mezquita aljama, apuntando que sus muros perimetrales pueden ser restos materiales
de la misma.
También supo razonar con mucha lógica cómo la iglesia de San Andrés
conserva parte de la mezquita que allí hubo y que la torre, salvo los dos
cuerpos superiores, no es sino el propio alminar erigido en el siglo XI. Uno de
sus mejores libros se titula “Torres de ascendencia islámica en las comarcas de
Calatayud y Daroca”, en cuya portada aparece nada menos que esta torre
despojada de esos cuerpos posteriores.
Se le tuvo mucha consideración porque a un hombre con semejante
inteligencia y capacidad de trabajo, todo ello acompañado de una exquisita
prudencia, no es fácil negársela. Pero no era historiador ni arqueólogo; era
biólogo.
Hace pocos días salió en Heraldo de Aragón la noticia del hallazgo de un
muro de tapial de yeso en el subsuelo del ábside de la colegiata de Santa María
de Calatayud, afirmando que se trata de los restos de la mezquita aljama.
Evidentemente, dada la potencia del muro, ha de tratarse de un edificio público
y no puede ser sino de época islámica, pero llama la atención ese
apresuramiento en afirmarlo. Parece entreverse la intención maliciosa de echar
tierra sobre los argumentos de Sanmiguel, algo así como “lo que decía este
hombre ya no vale porque lo bueno es lo que hemos hallado nosotros”. ¿Por qué tanta
prisa? ¿Por qué no puede ser algo anexo a la mezquita y no la propia mezquita? Las
explicaciones de Sanmiguel acerca del claustro son de mayor entidad que el simple hecho de haber encontrado los restos de un muro enterrado, pero nunca han
querido que prevalezcan. Parece más bien un afán de dar carpetazo a su teoría
cuando, realmente, de lo que debería tratarse es de compatibilizar todo aquello
que tiene sentido.
Lo mismo ocurre con la torre de San Andrés, de la que he leído hace poco "lo de siempre" (construcción mudéjar, época cristiana), apuntando simplemente que, para Javier
Peña, podría tratarse del alminar de la mezquita del siglo XI. No es exacta esa
afirmación ni me parece inocente esa inexactitud: Javier Peña y otros -entre
los que me incluyo, además de Agustín Sanmiguel-, no es que pensemos que
“podría tratarse de...”, sino que tenemos la seguridad de que ES EL ALMINAR DE
LA MEZQUITA DEL SIGLO XI.
Se observa por parte de estos medios dependientes de la Facultad de
Filosofía y Letras algo así como cierto autismo colectivo que les impide ver
más allá de esas limitaciones que ellos mismos se han impuesto, aunque no
falten licenciados realmente competentes. Se impone un silencio y un
inmovilismo que lastra de manera perniciosa el desarrollo cultural y turístico tan
espectacular del que podría gozar la ciudad de Calatayud.
Haría muy bien Calatayud en sacar pecho y pregonar sin complejos a los
cuatro vientos que posee un rico patrimonio zagrí, de ladrillo y yeso, contemporáneo
del palacio de la Aljafería, además de su recinto fortificado que abarca
diferentes etapas, ya desde la época emiral. Si por parte de los que siguen
echando tierra sobre ello existe algún complejo en reconocer las auténticas
fuentes de estos descubrimientos (Agustín Sanmiguel Mateo y Javier Peña
Gonzalvo) por no haber sido profesionales salidos de la Facultad de Filosofía y
Letras, incluso podrían omitirlo, aunque no fuera muy decoroso. Seguro que hasta
ellos lo preferirían porque no tienen ese celo tan extremo de la propiedad
intelectual, si ello fuera a redundar en beneficio de Calatayud y, por ende, de
todo Aragón.