AGUSTÍN SANMIGUEL
Durante los pasados días 4 y 5 de
noviembre, se han celebrado en Calatayud unas jornadas con motivo del 15º
aniversario de la declaración de la arquitectura mudéjar aragonesa como
Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En las mismas, se ha aprovechado para
homenajear a Agustín Sanmiguel Mateo, fallecido en 2009, por su dedicación y
entrega a poner en valor este rico patrimonio. Hace cinco años, escribí un artículo sobre él en el que, entre otras
cosas, decía:
Lamentablemente, no
tuve el privilegio de conocerle personalmente, pero es mucho lo que me han
hablado de él José Miguel Pinilla y Javier Peña. Falleció hace dos años.
Efectivamente, tal y como dice el autor del artículo (me refería a un artículo publicado
en Heraldo de Aragón por aquellas fechas),
fue un bilbilitano (“calatayubí”, como hubiese dicho él) defensor del
patrimonio histórico, espíritu inquieto e investigador certero, algo que, en
esta tierra nuestra, tan canalla a veces y tan admirable otras, es tarea de
gigantes y cabezudos, porque hace falta ser muy gigante (intelectualmente, se
entiende) para tener la lucidez que tuvo aquel hombre en el desarrollo de toda
su obra, y muy cabezudo, para estar erre que erre, convencido de lo que decía,
ante unas instituciones dirigidas por personajes que, en la mayoría de los
casos, el mayor aprecio que le hacían era no hacerle aprecio, que es el peor
desprecio que se puede hacer a una persona.
Las jornadas han estado muy bien,
con un rico contenido y, desde luego, el homenaje tan merecido que se le ha
rendido a este personaje también quedó muy emotivo y sincero. Sin embargo,
salvo la intervención del arquitecto Javier Peña Gonzalvo, me queda la desazón
de que se volvió a pecar de “más de lo mismo”. Trataré de explicarme.
Indudablemente, la temática
principal era el mudéjar de la comarca de Calatayud, pero nadie más que Peña
habló del ingente trabajo que Agustín dedicó a destacar que una parte de ese
patrimonio no fue realizado en época cristiana, sino que es nada menos que el
legado andalusí que iba a servir como precedente de la arquitectura mudéjar,
encontrándose catalogado erróneamente dentro de la misma. Algo muy relevante y
que la pone en un nivel de merecimiento muy especial, teoría que siempre se ha
topado con el desprecio de ciertos personajes. Agustín Sanmiguel fue alguien
importante, no solo por dinamizar el mudéjar en la región de Calatayud –entre
otras muchas cosas-, sino también –y aún más trascendental- por la brillante forma
de sistematización que introdujo, abriendo el nuevo campo de la arquitectura
islámica de ladrillo, que Javier Peña denominó -ya entonces- como “zagrí” (de
Zagr-Alandalús o Aragón andalusí).
Agustín Sanmiguel, en su libro
“Torres de ascendencia islámica en las comarcas de Calatayud y Daroca” (una de
sus obras más importantes y, por cierto, más alabadas en estas jornadas),
dedica un extenso apartado a lo que él llama “torres-alminares” y
“torres-atalaya” (casi doscientas páginas, nada menos). Él ya puso de
manifiesto la influencia oriental en nuestra arquitectura de ascendencia
islámica y afirmaba que, al contrario de lo comúnmente admitido, “almorávides y almohades deben mucho en lo
artístico al reino saraqustí”. Sin embargo, en estas jornadas, daba la
sensación de que todo ese contenido no hubiese existido nunca.
Destacaba yo en aquel post de hace
cinco años que “describe las torres de
manera magistral, tanto su estructura como su decoración, algo que, más o
menos, se puede encontrar en publicaciones de otros autores, pero, además,
establece su relación con otras torres islámicas de Oriente y Occidente. Es
admirable la sencillez con que expone sus argumentos, con qué respeto parte
siempre de las fuentes académicas, a veces para ratificar lo que las mismas
dicen, aunque siempre aportando algo nuevo, producto de su gran capacidad de
observación y de síntesis, pero otras para llegar a conclusiones totalmente
contrarias. Y con qué elegancia, sin omitir un solo ápice de los argumentos
“oficiales” (según los cuales, en Aragón no queda nada del arte andalusí, salvo
el Palacio de la Aljafería, y lo demás es todo mudéjar, construido tras la
“Reconquista” cristiana), con una honestidad exquisita, va señalando detalles
incoherentes con los mismos, de forma que el lector se da cuenta de que esos
argumentos van quedando minados poco a poco, hasta quedar prácticamente
desmoronados. Ahí entra él, con su tono prudente y humilde, a decir, como el
que no quiere la cosa, algo así como ¿y no será que, en realidad, se trata de
un edificio de época anterior, un alminar de época islámica?, y ahí es donde el
lector, si ha seguido atentamente todo el entramado del asunto, con dibujos y
fotografías incluidos, encuentra sosiego pensando “claro, si es que no puede
ser otra cosa”.
En el marco de estas jornadas,
Javier Peña (que, como decía antes, fue el único que hizo alusión a esta
importante faceta de las investigaciones de Agustín Sanmiguel) también se lamentó
de que, conforme transcurre el tiempo desde la muerte del personaje, todo esto
va quedando en el olvido y que, precisamente en su ciudad (Calatayud), si en
algún tiempo y gracias a su labor encomiable se tuvieron
en cuenta estas singularidades de nuestro patrimonio, tristemente se ha vuelto
ya al "todo mudéjar", es decir, al discurso de siempre en las explicaciones que se ofrecen a las visitas
turísticas (“para complacencia de algunos
de los que hoy aquí te escuchan, Javier”, pensé yo en aquel momento,
sentado entre el público, sin entender esa visceralidad contra todo lo que no
haya sido cristiano por muy aragonés que haya sido).
En el Heraldo de Aragón del domingo
día 6 aparecía un artículo dedicado a estas jornadas y al homenaje a Agustín
Sanmiguel donde se hablaba de “monumentos
construidos en la España cristiana después de la Reconquista” y “circunstancias sociales, políticas y
económicas que hicieron posible desde el siglo XII que albañiles musulmanes
construyeran iglesias cristianas”, dejando totalmente al margen aquello que
precisamente jamás debería dejarse de lado y por lo que tanto luchó Agustín
Sanmiguel.
Como decía Labordeta (gran amigo
suyo que fue, por cierto), “esta tierra
es Aragón”.