A tenor de un artículo aparecido
el pasado 25 de julio en El Periódico de Aragón sobre el hallazgo de
“numerosos” restos humanos en la Iglesia de Santa María de Ejea (después
aclaran que son cuatro niños y cinco adultos) y que podían ser del siglo XVIII,
fui testigo de unos comentarios al respecto que iban en la línea de que “qué casualidad, la otra vez que fue noticia la
necrópolis musulmana de Tauste van y encuentran restos de cerámica en no sé
dónde y ahora esto, coincidiendo de nuevo con las nuevas noticias de nuestra
excavación”.
En la misma conversación, alguien
preguntó “y todo esto de los
desenterramientos, ¿pa qué pues?”. Naturalmente, la pregunta iba para mí y
yo me dije “a ver cómo se lo explico”.
Pues mira. La verdad es que aquí, en Tauste, no lo sé muy bien. En el Patiaz estamos una docena de “lunáticos”
que trabajamos por poner a Tauste en el mapa, donde para mover un peso de medio
gramo tienes que hacer fuerza como si se tratara de 100 Kg , y, aun así, no sabes
si vas a conseguir algo. Pero sí te voy a decir para qué serviría si esto lo
tuvieran en Ejea.
Supongamos que un buen día, a un
ejeano le da por descubrir que esa fantástica torre octogonal de 46 metros de altura que
hay, por ejemplo, en el barrio de la Corona, no es realmente un campanario
mudéjar del siglo XIII como siempre se había dicho de ella, sino un soberbio
alminar del siglo XI. Que esa torre resultara ser una de las más importantes
(por supuesto, la más bella dentro de su tipología) dentro de un conjunto de
origen persa –nada menos- que representa el verdadero precedente de la
arquitectura mudéjar aragonesa (calificada por la UNESCO como “Patrimonio de la
Humanidad”), así como de buena parte de la arquitectura hispano-musulmana. Las
autoridades ejeanas se entusiasman con la idea y sienten unas ganas
irreprimibles de rentabilizar semejante singularidad, pero, entonces, alza la
voz algún experto en historia de la villa diciendo que no, que quieto el carro,
que Ejea en aquella época no tenía casi población y que, por tanto, no podía
ser semejante obra en este sitio. Entonces es cuando se descubre el cementerio
donde se encuentra toda esa gente que supuestamente no había existido y que
justifica sobradamente la construcción de tan magnífico alminar, junto al que habría
existido una mezquita en consonancia. Comienzan las excavaciones y, para
sorpresa de todos, resulta ser el cementerio islámico más antiguo de España (o
uno de los más antiguos de todos los datados con métodos radiocarbónicos),
importantísimo además por su gran extensión y densidad.
Situados ya en escena, lo que voy
a contar a continuación es lo que, a partir de aquí, posiblemente habría ocurrido en Ejea a
diferencia de Tauste.
Las autoridades ejeanas habrían
visto una gran oportunidad para elevar la consideración histórico-artística de
su patrimonio y la aportación que todo ello podría suponer para incrementar la
fama de su pueblo y el turismo local. El propio Ayuntamiento habría promovido
el campo de trabajo, realizando una eficaz campaña informativa en todos los
medios desde meses antes y habría conseguido subvenciones de otras
administraciones para llevar a cabo semejante evento, no costándole al
municipio un solo euro, que eso saben hacerlo muy bien. Los defensores de la versión histórica tradicional que habían negado lo del alminar se
habrían acercado a conocer en directo las excavaciones para decir “qué bien” y tratar de seguir aportando
lo mejor de sí mismos (en lugar de apearse del carro) y los políticos - incluidos los de la oposición-, no
habrían dejado un solo día de visitar las excavaciones. No se habrían perdido
la oportunidad de salir en todas las fotos, artículos de prensa digital y en
papel, entrevistas de radio y televisión, tanto local como regional y estatal,
habrían llevado a Ejea programas de fin de semana tan relevantes como “A vivir
que son dos días” de la Cadena SER, o “No es un día cualquiera”, de RNE.
Habrían aprovechado el evento para “vender” lo fascinante que sería Ejea, porque son cosas únicas que no existen en cualquier sitio. El campo de trabajo
habría sido un reguero de visitas por parte de políticos del ámbito autonómico
y dudo yo que la consejera de Cultura y la presidenta de la DGA se hubieran
perdido semejante ocasión para acercarse a Ejea y salir también en los medios, diciendo que "en
Aragón, y precisamente en Ejea, tenemos bla, bla, bla…", y siendo del mismo
partido que el equipo de gobierno del ayuntamiento, ya no digo nada. Por
supuesto, hubiera sido inconcebible la ausencia del presidente de la comarca y
pocos personajes de la vida política y cultural del municipio habrían dejado de ir a saludar a los voluntarios que vinieron a trabajar, al
arqueólogo director de la excavación y al catedrático de Historia Medieval que
durante dos semanas estuvo trabajando codo con codo con todos ellos, aunque
sólo hubiera sido por criterios de cortesía y hospitalidad.
La excavación habría durado todo
el verano y se hubiera explorado el triple de la superficie que de esta forma
se ha conseguido, exhumando así la importante cifra de 80 esqueletos, en lugar
de 24 (que no ha estado nada mal), pero la espectacularidad habría sido
colosal, que para eso es Ejea. Naturalmente, todo se habría preparado con
varios meses de antelación y hubieran estado en perfecto estado de revista la
iglesia de San Antón (supongámosla en el barrio de las Eras Bajas, por
ejemplo), el lienzo de muralla andalusí (podemos imaginarla en el Paseo del
Muro) y la torre zagrí, que no se concebiría en Ejea con esos agujeros que
tiene en el interior, llena de excrementos de palomas (tiene una solución
definitiva, pero no la voy a contar aquí), con un reloj que ni pega ni se le ve
la hora, unos ventanales sin restaurar, una escalera de madera en el campanario
que no cumple medidas de seguridad para visitas turísticas y, lo que es peor,
sin iluminación artificial en la escalera porque la bombilla que hubo se fundió, de ella no se supo nunca más y a los turistas hay que subirlos alumbrando con una
linterna (¡¿?!). Por supuesto, también habría sido inconcebible que, justo durante los
meses en que se trata de organizar el campo de trabajo para dar el gran
campanazo ejeano, se prohíba el acceso a la Rueda de Santa Catalina (jó, si la tuvieran también en Ejea...) y se cierre la oficina de turismo, limitándola a los fines de
semana. Por el contrario, no sólo se habría mantenido los siete días, sino que
se hubiera puesto a alguien más de refuerzo, dada la alta afluencia de gente
que era de esperar.
Era de esperar, sí, dada la
campaña de publicidad que habría llevado a cabo en todos los medios desde
semanas antes del comienzo de los trabajos, coordinando a todas las oficinas de
turismo de la zona (incluida Navarra) para dar cumplida información al
respecto. En ningún hotel de Zaragoza habría faltado, en el mostrador de
recepción, un taco de folletos informativos a todo color con la impactante imagen
del esqueleto colocado de lado dentro de su tumba recién excavada y un slogan
tipo “Visite la necrópolis islámica más
antigua de España”, sobre todo si Ejea estuviera a tan sólo 42 Km de Zaragoza, como lo
está Tauste, a tan sólo media hora, para que ningún turista belga, alemán o
ruso que se alojara en ese hotel se perdiera la ocasión de visitar algo único
en toda Europa, precisamente en Ejea de los Caballeros. Lo hubieran sabido
hacer para motivar un notable incremento de ocupación hotelera y de
restaurantes durante toda la campaña, conscientes de la importancia que puede
suponer el turismo como apoyo a la economía local, en unos tiempos como estos, que buena falta hace.
También habrían encabezado ya la
movida cultural de reivindicar oficialmente el alto reconocimiento de esa torre
octogonal, sumando esfuerzos con otros municipios donde tienen también
arquitectura de la misma ascendencia, para establecer unas “Rutas turísticas
del arte zagrí”, y, cómo no, gestionar ese reconocimiento por parte de la
UNESCO, con lo que vende eso, y, ya de paso, el dance (si tuvieran uno como el
de Tauste), el Rosario de Cristal (si también lo tuvieran), etc., etc.
Y, por supuesto, habrían reflejado
ya en unas ordenanzas municipales algún sistema de exención en el pago de
licencias de construcción (como se ha hecho en otras circunstancias) de forma
que los propietarios de los solares afectados por esa necrópolis no tengan que
asumir el coste de las exhumaciones ni verse “obligados” a hacer desaparecer
clandestinamente esos restos para que cuando venga el arqueólogo –como
requisito previo a esa licencia- pueda certificar que allí no había nada.
Naturalmente, con toda esa movida, todos los
ejeanos estarían orgullosos de tener algo tan especial en su pueblo y a nadie
se le ocurriría preguntar eso de “y todo
esto de los desenterramientos, ¿pa qué pues?”.