sábado, 20 de noviembre de 2010

PINILLA SE FUE A SEVILLA


No, no se trata de ningún pareado fácil. Mi amigo José Miguel Pinilla ha estado en Sevilla tan sólo tres días, a primeros de este mes de noviembre, y no pueden ustedes imaginar lo que le ha dado de sí, aun tratándose tan sólo de una simple visita turística.

Diré, para empezar, que me considero medianamente conocedor de esa ciudad, pues, no en vano, pasé allí tres años de mi vida, estudiando arquitectura técnica y he regresado a ella en varias ocasiones. También advertiré que durante los años de carrera, mi vida en aquella ciudad fue dedicada casi exclusivamente al estudio de la carrera, con un contenido eminentemente técnico y carente de aspectos artísticos, por lo que fue una época de escasa sensibilidad por las materias históricas y artísticas. Pero, bueno, de las vivencias y de los paseos por aquella preciosa ciudad siempre queda algo, así es que, cuando José Miguel me dijo que se iba a pasar allí tres días y que si le podía dar algún guión para conocer cosas curiosas de ésas que no suelen ser vistas por los guiris, me metí a fondo, faltaría más. Dije, “hombre, ésta es la mía, para una vez que va a visitar una ciudad que yo me conozco mejor que él” (que siempre es al revés). Para dar toda la talla posible, me puse en contacto con mi amigo Pepe de Sevilla, conocedor como nadie de todos los rincones y entresijos de aquella urbe, también arquitecto, para más señas: “mira, Pepe, que José Miguel va para Sevilla y, aunque ya la conoce, más o menos, tenemos que darle información de cosas curiosas y no habituales, de ésas que tú te sabes, de tipo arquitectónico, gastronómico y todo lo que se te ocurra”. A Pepe le faltó el tiempo para mandarme una guía completísima y decirme “dale mi número de móvil y que me llame, que me gustará acompañarle”. Todo eso y más (ya de mi cosecha propia) se lo paso a José Miguel y él, a Sevilla que se va, acompañado, por supuesto, de su santa.

Tres días es poco tiempo, porque Sevilla es mucho Sevilla. Pues no vean ustedes lo que vino contando a su vuelta. Comiendo en un restaurante, me llenó el mantel (era de papel) de dibujillos como él sabe hacerlos, todo ello improvisado, doy fe de ello, no vayan a pensar que el tío se lo trae preparado para tirarse el farol. Comienza a dibujarme el perímetro de la ciudad almohade, con los restos de la antigua muralla al norte (junto a la Macarena), la Puerta de Jerez al sur, la Puerta de Carmona al este y el Guadalquivir al oeste. Me sitúa la catedral con la Giralda y el Patio de los Naranjos, que, ya saben ustedes que era la mezquita mayor, con el alminar almohade y el sahn o patio de abluciones. Pero a continuación me dibuja otro cuadradico y me dice que eso había sido la mezquita mayor antes que ésta, pero que se les había quedado pequeña y decidieron construirla en este otro sitio. Por supuesto, no es algo que haya descubierto él, que esa información existe, pero no deja de ser algo curioso, poco sabido y que, además, da una explicación lógica al hecho de que la segunda mezquita aljama (la actual catedral) se encontrara prácticamente en un extremo de la medina y no en el centro de la misma, como estaba la anterior. Esta “anterior” que nombramos no es otra que la actual Iglesia del Salvador, una iglesia barroca, grandiosa ella, situada en la plaza del mismo nombre (frente al Hospital de San Juan de Dios) con un patio totalmente reformado que tuvo que ser el sahn y donde se encuentran los restos de lo que pudo ser el alminar. Para mí no deja de ser toda una primicia, así como –supongo- para todo sevillano que se precie.

No quedó ahí la cosa. En el mismo mantel me dibujó plantas y alzados (de memoria, qué tío) de otras iglesias del casco viejo “sospechosas” (como decía él). Plantas de tres naves con portadas barrocas en sus fachadas, pero en las que, de repente, aparecen ventanicas de arcos de herradura o polilobulados (moricos, ellos), en construcciones totalmente “cristianas”, con ábsides apegados de diferentes alturas que las naves, en los que se aprecia que son posteriores a las mismas, y que, para más inri, la torre tiene unas pintas de alminarico que tú no veas. Pero, claro, ahí está la versión de los historiadores: "iglesia gótica con elementos mudéjares, portada barroca de época posterior y torre mudéjar", porque estaban encantados de su Giralda y les gustaba imitar el arte hispano-musulmán. ¿Y no será una mezquita reutilizada, a la que le han apegado el ábside para cristianizarla, y han mantenido el alminar como campanario?.

También resulta “divertida” la interpretación de que, en los Reales Alcázares, el Patio de las Doncellas sea mudéjar, obra de Pedro I el Cruel, mientras que Alfonso X el Sabio, un siglo antes, hacía su parte en el mismo recinto, gótica, por supuesto, como Dios manda. Raro, ¿verdad?. Pero bueno, es la versión oficial.



Patio de las Doncellas. ¿Dónde he visto yo antes los arcos entrecruzados que se ven en la alberca, en la parte inferior de la foto?

Total, que acabó la comida y allí quedaron los dibujillos sobre el mantel de papel, entre migajas de pan, manchas de vino, café, etc. Retuve en la mente el plano de la ciudad que él había dibujado en la comida y, ya en casa, no pude resistir la tentación de sacar el plano que tengo de Sevilla y me dije “qué tío, imposible que no hubiera uno como éste debajo del mantel y él lo haya calcado sin yo haberme dado cuenta”. Entonces recuerdas el tono en que te lo ha contado todo: como el que no quiere la cosa, sin ninguna importancia, como si el mérito de saber interpretar de esa manera las ciudades y los edificios no fuese con él.

Lástima de mantel. Seguro que fue a parar a la basura.