Ayer, 28 de octubre, comenzaron las excavaciones arqueológicas del hallazgo de restos humanos en la Avda Obispo Conget, a la altura aproximada de su confluencia con la C/ Costa. Los trabajos se llevan a cabo bajo la dirección del arqueólogo Francisco Javier Gutiérrez González, quien, después de examinar los restos encontrados, manifestó que, sin duda alguna, corresponde a un cementerio musulmán.
Dicho cementerio parece tener unas dimensiones sorprendentemente grandes, dadas las informaciones orales facilitadas por personas de la localidad que manifiestan haber tenido conocimiento en algún momento de la existencia de estos restos en diversos puntos de la zona.
Los cadáveres aparecen a escasa profundidad, todos ellos orientados en la misma dirección, siguiendo la tipología típica del enterramiento islámico: depositados en una zanja estrecha, colocados de perfil, sobre el costado derecho y con la cara mirando hacia La Meca. Falta por precisar exactamente la datación de estos restos, para lo cual será necesaria la realización de pruebas de carbono-14. No obstante, cabe adelantar con toda seguridad que la datación más probable es la comprendida entre el siglo VIII (islamización de la Península Ibérica) y principios del siglo XII, fecha en que se produce la toma de Tauste por Alfonso I el Batallador. Efectivamente, a partir de esta fecha no resulta factible la datación de un cementerio de tales proporciones y con la alta densidad de enterramientos que aparece, pues, según los historiadores, después la conquista cristiana no debió quedar población musulmana en Tauste, y, aunque quedara, sería una minoría, por lo que este cementerio tuvo que pertenecer a una época en la que esta población fuera predominante y muy numerosa.
Las características de la necrópolis hallada corresponden al clásico cementerio musulmán o al-maqbara: se situaban en una orilla del camino principal que llegaba a la ciudad, fuera de la misma, pero pegado a la muralla. Era frecuente que el pueblo creciera invadiendo la parte del cementerio inmediata al casco urbano, desplazándolo cada vez más hacia afuera, llegando a rebasarlo en algunos casos. En Tauste, está claro que el camino principal que llegaba a Tauste sería el de Zaragoza, que pudo tener aproximadamente el mismo trazado que en la actualidad marcan la Avda. Independencia, Alfonso I el Batallador hasta Plaza Felipe V, C/ Santa Ana, C/ Fray Angel Martínez y C/ Zaragoza. La ubicación del cementerio en el lugar donde aparece indica la probabilidad de que hubiera una muralla de tapial en esta zona que lo separara del pueblo, la cual rodearía a todo el casco urbano, incluidos todos sus arrabales, como método de control y defensa. Así pues, el visitante que llegara a Tauste en aquella época, una vez dejado el cementerio a su derecha y franqueada la muralla de tapial en esta zona, se adentraría en el arrabal (actual barrio de Santa Ana) hasta llegar a la medina (actual Barrio Nuevo), que era el casco fundacional de la población, encerrado por la muralla de piedra. La puerta principal de acceso a la medina debió de estar en la actual esquina Berroy (confluencia de C/ Zaragoza con C/ Germán). Generalmente, las puertas recibían el nombre de la ciudad a donde se dirigía el camino que de ella partía, por lo que ésta debió de ser la Puerta de Zaragoza o Bab Saraqusta.
El hallazgo y las conclusiones inmediatas que de esto derivan suponen un vuelco total de la interpretación de la historia de Tauste admitida hasta ahora, pues, según la misma, cuando Alfonso I consuma su conquista, prácticamente no tenía siquiera entidad de población, limitándose a unas pocas casas ubicadas en lo que ahora se conoce como “Barrio Nuevo”.
Sin embargo, esta interpretación venía siendo cuestionada desde hace un par de años, cuando yo mismo expuse en mi trabajo “Tauste en los siglos XI al XIII” una serie de observaciones de tipo constructivo sobre la torre “mudéjar” y su relación con la iglesia de Santa María y el resto del entorno, de las cuales se deducía claramente que la torre era anterior a la iglesia y la teoría de que realmente fuese el alminar de la mezquita que allí hubiera, en cuyo solar se construyó posteriormente la iglesia, manteniendo el magnífico alminar-atalaya y reutilizándolo como campanario.
Los argumentos de ese trabajo seguían en la línea de otros investigadores anteriores, como el Profesor Íñiguez Almech y, posteriormente, Agustín Sanmiguel Mateo y los arquitectos Javier Peña Gonzalvo y José Miguel Pinilla Gonzalvo, quienes vienen detectando desde hace años la existencia de torres y otras edificaciones catalogadas como mudéjares, cuando realmente se trata de alminares zagríes y construcciones de la época andalusí, tanto en Zaragoza capital como en pueblos de la provincia. Posiblemente, la realización de estudios arqueológicos en los alzados de estos edificios corroboren algún día estas afirmaciones que ya, de por sí, vienen siendo bastante evidentes.
Esta corriente de interpretación va adquiriendo cada vez más solidez por la aportación de diversas observaciones hechas por algunos historiadores, como Marisancho Menjón, y otros elementos de juicio muy a tener en cuenta, como las declaraciones de Ana Isabel Lapeña sobre el origen más que probable de la torre de Tauste como alminar musulmán o la gran actividad en esta zona antes de la conquista cristiana, advertida por Carlos Laliena.
El importante hallazgo ante el que nos encontramos induce a superar la inercia hasta ahora establecida para admitir el origen zagrí (de Zagralandalús o Marca Superior de Alandalús) de la torre y de la magnitud de Tauste en aquella época. La datación de todo ello en el siglo XI nos sitúa en un periodo brillante de nuestra historia, la del reino musulmán de Saraqusta, que abarcó a buena parte del Valle del Ebro, llegando hasta el Mediterráneo (extensión superior a la del Aragón actual), y en el que, a pesar de haber destacado por una notable prosperidad en todos los campos, hasta ahora no se reconocía que pudiera subsistir nada de su época, salvo el Palacio de la Aljafería.
Así pues, el descubrimiento del cementerio zagrí coloca a Tauste a la cabeza en el reconocimiento de algo tan único y especial. En lo sucesivo, será muy importante la reconsideración de esos monumentos en los que, bajo la etiqueta errónea de “mudéjar”, se esconde un rico conjunto de arquitectura andalusí insospechado en un territorio como el nuestro, tan al norte de Andalucía, algo digno de tener muy en cuenta para el desarrollo turístico y cultural de nuestra tierra. Un patrimonio tan exótico y sugerente como éste que se pone de manifiesto (no por ello carente de realismo y evidencia), podría y debería ser objeto de un tratamiento muy esmerado, sobre todo ahora que se plantea la candidatura de Zaragoza para Capital Europea de la Cultura en 2016, ocasión de oro para darlo a conocer como se merece.
Autor: Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto técnico.