domingo, 14 de febrero de 2021

EL PROBLEMA DEL PATRIMONIO ZAGRÍ DE LA CIUDAD DE CALATAYUD

 

Sobre la figura de Agustín Sanmiguel, ya escribí sendos artículos en 2011 y en 2016. En este último hablaba del homenaje que se le había hecho en Calatayud -su ciudad natal- y me lamentaba del silenciamiento de esa labor tan brillante que este hombre había llevado a cabo en el hecho de detectar cómo una parte de la arquitectura catalogada como mudéjar no lo es tal, sino de época islámica. Entre otras muchas cosas, con gran sagacidad, sentó unas sólidas bases que llevaban a la conclusión de que el claustro de la colegiata de Santa María de Calatayud ocupa el mismo solar de la mezquita aljama, apuntando que sus muros perimetrales pueden ser restos materiales de la misma.



También supo razonar con mucha lógica cómo la iglesia de San Andrés conserva parte de la mezquita que allí hubo y que la torre, salvo los dos cuerpos superiores, no es sino el propio alminar erigido en el siglo XI. Uno de sus mejores libros se titula “Torres de ascendencia islámica en las comarcas de Calatayud y Daroca”, en cuya portada aparece nada menos que esta torre despojada de esos cuerpos posteriores.


Su magna labor sirvió para dinamizar eficazmente la vida cultural calatayubí (a él le gustaba usar este apelativo), despertando el interés por el patrimonio de su ciudad con esa singularidad que nadie antes había sabido detectar, que es el origen andalusí, cuando todo el mundo negaba que, salvo el conjunto fortificado, pudiera quedar nada de aquella época. Resultaba algo muy especial en un país como España donde hablar de arquitectura islámica parece limitarse tan solo a Andalucía y poco más.

Se le tuvo mucha consideración porque a un hombre con semejante inteligencia y capacidad de trabajo, todo ello acompañado de una exquisita prudencia, no es fácil negársela. Pero no era historiador ni arqueólogo; era biólogo.

Hace pocos días salió en Heraldo de Aragón la noticia del hallazgo de un muro de tapial de yeso en el subsuelo del ábside de la colegiata de Santa María de Calatayud, afirmando que se trata de los restos de la mezquita aljama. Evidentemente, dada la potencia del muro, ha de tratarse de un edificio público y no puede ser sino de época islámica, pero llama la atención ese apresuramiento en afirmarlo. Parece entreverse la intención maliciosa de echar tierra sobre los argumentos de Sanmiguel, algo así como “lo que decía este hombre ya no vale porque lo bueno es lo que hemos hallado nosotros”. ¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué no puede ser algo anexo a la mezquita y no la propia mezquita? Las explicaciones de Sanmiguel acerca del claustro son de mayor entidad que el simple hecho de haber encontrado los restos de un muro enterrado, pero nunca han querido que prevalezcan. Parece más bien un afán de dar carpetazo a su teoría cuando, realmente, de lo que debería tratarse es de compatibilizar todo aquello que tiene sentido.

Lo mismo ocurre con la torre de San Andrés, de la que he leído hace poco "lo de siempre" (construcción mudéjar, época cristiana), apuntando simplemente que, para Javier Peña, podría tratarse del alminar de la mezquita del siglo XI. No es exacta esa afirmación ni me parece inocente esa inexactitud: Javier Peña y otros -entre los que me incluyo, además de Agustín Sanmiguel-, no es que pensemos que “podría tratarse de...”, sino que tenemos la seguridad de que ES EL ALMINAR DE LA MEZQUITA DEL SIGLO XI.

Se observa por parte de estos medios dependientes de la Facultad de Filosofía y Letras algo así como cierto autismo colectivo que les impide ver más allá de esas limitaciones que ellos mismos se han impuesto, aunque no falten licenciados realmente competentes. Se impone un silencio y un inmovilismo que lastra de manera perniciosa el desarrollo cultural y turístico tan espectacular del que podría gozar la ciudad de Calatayud.

Haría muy bien Calatayud en sacar pecho y pregonar sin complejos a los cuatro vientos que posee un rico patrimonio zagrí, de ladrillo y yeso, contemporáneo del palacio de la Aljafería, además de su recinto fortificado que abarca diferentes etapas, ya desde la época emiral. Si por parte de los que siguen echando tierra sobre ello existe algún complejo en reconocer las auténticas fuentes de estos descubrimientos (Agustín Sanmiguel Mateo y Javier Peña Gonzalvo) por no haber sido profesionales salidos de la Facultad de Filosofía y Letras, incluso podrían omitirlo, aunque no fuera muy decoroso. Seguro que hasta ellos lo preferirían porque no tienen ese celo tan extremo de la propiedad intelectual, si ello fuera a redundar en beneficio de Calatayud y, por ende, de todo Aragón.

 

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